(La gran diferencia en el candidato bicéfalo)
Por Christopher Ketcham/ CounterPunch
Pocas criaturas en el discurso político estadounidense actual son tan simplonas y grotescas como el liberal pro Obama cuando trata de diferenciar a su candidato del resto de las prostitutas que aspiran al cargo. Contemplad, por ejemplo, al otro autor en la balsa junto a mí, hace poco en algún sitio en los cañones del río Colorado: Es vivo, educado, elocuente, divertido, refinado, autor de muchos libros agradables al intelecto y que cuestionan las beatitudes recibidas. Sabe cómo usar el kayak en aguas grandes. Uno de sus libros fue preseleccionado para un Premio Pulitzer.
Pero si se traen a colación las diferencias significativas entre los candidatos, el hombre pierde calibre. No quiere oír hablar del tema. Se enoja. El señor Pulitzer me asegura, en tonos cada vez más molestos, que declarar que Romney-Obama es un monstruo bicéfalo equivale a sofismas, deshonestidad intelectual, un truco maligno que llevará a los votantes al abismo. Obama es mejor que Romney por la usual razón funesta de que tenemos que tirar de la palanca por el menor de dos males.
Ese es el argumento, tal cual. Intercambiamos ese derroche de palabras en una y otra dirección durante varias horas, atrapados en el cañón y en los botes, flotando en el indiferente río, y descendemos finalmente a ofensas, insultos, rechazo directo, y solo el comienzo de los grandes rápidos trae la paz.
El señor Pulitzer admite, por supuesto, que Obama podría haber logrado más durante su gobierno si no hubiera recibido un desastre económico de su predecesor republicano, un desastre, tengo que recordarle, cuya base fue creada en considerable medida por el último gran salvador demócrata. Porque bajo Bill Clinton, como sabemos, le sacaron las entrañas a la ley Glass-Steagall; bajo Bill Clinton se aprobó la Ley de modernización de futuros de productos básicos para abrir la puerta a los fraude de los mercados de derivados; bajo Bill Clinton se logró más desregulación de las corporaciones, más fusiones y adquisiciones, más centralización del poder en menos manos corporativas, que bajo cualquier anterior presidente moderno. Y con esa centralización del poder, las corporaciones aseguraron durante los años noventa su propio control mortal sobre el Partido Demócrata y Clinton presidió sobre el cadáver con su saxófono y su sonrisa. Y entonces no quedó ningún partido que se opusiera al gran capital.
Hace unos años, hice una reseña para estas páginas de un libro, The Mendacity of Hope, del exredactor jefe de Harper, Roger Hodge, quien colocó a Obama en la perspectiva histórica adecuada. Escribí entonces: “Si la presidencia de Obama hasta la fecha representa una traición a las expectativas liberales, o con más precisión una medida de hasta qué punto habían sido engañadas respecto a sus perspectivas sin haber leído su historial, entonces el nuevo libro de Roger Hodge, The Mendacity of Hope, también es una traición de la expectativa liberal, en el sentido de que gente pensante de la izquierda política no debe criticar al Querido Líder mientras la horda bárbara de la derecha clama a las puertas y aúlla ansiosa de sangre. Hodge hace el admirable salto hacia el sitio donde, por supuesto, deben llegar los seres pensantes. ‘Derecha’ e ‘izquierda’ en EE.UU. actual, os dirá Hodge, son términos inútiles para describir nuestra economía política, y de hecho sirven efectivamente como desinformación. Lo que es obvio es que los dos partidos, disfrazados en la pretensión de oposición polar, son efectivamente un solo partido operado como máquina de poder corporativo, con protagonistas que se diferencian solo en los grados de hipocresía cuando pretenden representar algo diferente de las instituciones exclusivas de riqueza que invierten para que sean elegidos”.
Siguiendo la capitulación que representó la Tercera Vía de Clinton, como escribe Hodge, “ambos partidos estuvieron generalmente de acuerdo en la necesidad de desmantelar o por lo menos hambrear al Estado de bienestar, a pesar de su abrumadora popularidad entre el público en general, y apaciguar a las corporaciones depredadoras y financieramente irresponsables mientras descuidaban, exportaban y desarticulaban de otras maneras la mayor infraestructura industrial de la historia del mundo”. Ambos partidos estarían “marcados por un consenso casi inquebrantable sobre la seguridad nacional”, que correspondía a una incesante expansión del Estado de guerra, un consenso notablemente ejemplificado en los debates entre Obama y Romney hasta la fecha, entre quienes no hay ninguna tensión en cuanto al tema del imperio, la guerra, los gastos militares.
No importa. El cañón hace eco al mantra adormecedor de la mente: Demócratas buenos, republicanos malos. Repite, retén el aliento, hunde la cabeza en la arena. Es triste observarlo, porque sucede que me gusta el tipo.
A los lectores de estas páginas, la verdad sobre Romobama (u Obomney, el lector decide) no es una revelación. Ved, por ejemplo, la apremiante acusación en el compendio del editor de CounterPunch, Jeffrey St. Clair Hopeless: Barack Obama and the Politics of Illusion, donde docenas de colaboradores llegan a la misma conclusión que Hodge. Haríamos bien en revisar los hechos en Hopeless –no solo en beneficio de mi amigo en la balsa– que en su conjunto declaran culpable al querido Obama de ser el bastardo mentiroso que es. A pesar de todo, ¿por qué darse la molestia? La información está ahí, basta un clic en el buscador de Google, tan claro como una patada en la cara. El liberal pro Obama solo tiene que abrir los ojos.
Podríamos señalar, por ejemplo, que como candidato en 2008, Obama entonó que “Cuando sea presidente no trabajaré en secreto para evitar cumplir nuestras leyes y la Constitución”; que ha hecho, por supuesto, todo lo contrario; que la inmunidad soberana de la oficina del presidente sigue existiendo; que la detención indefinida y la tortura continúan en violación de todas las convenciones, y también la subcontratación de la tortura a regímenes más faltos de ley que el nuestro (una política más conocida bajo la engañosa nomenclatura de “entregas extraordinarias”). Podríamos recordar que Guantánamo sigue abierto, sus 160 prisioneros retenidos extralegalmente sin proceso o esperanza de proceso. Podríamos enumerar los asesinatos de Obama mediante drones en Yemen, Somalia, Pakistán; la muerte que llueve sobre niños, familias y aldeas como daño colateral aceptado; se ordenaron más ejecuciones sumarias desde el cielo en 2009, bajo Obama, que durante todo el gobierno de Bush. Podríamos recordar la advertencia al gobierno de Obama del relator especial de las Naciones Unidas sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias y arbitrarias “que su programa de asesinatos es probablemente ilegal según el derecho internacional” y que la “negativa [de Obama]de justificar el programa es inaceptable”.
La desesperanza está repleta de esos recuerdos –hoy obvios, de rigor– de que nada ha cambiado bajo Obama. Jeremy Scahill, autor de Blackwater, observa que el equipo de Obama para el manejo de la política exterior y la administración del imperio –Hillary Clinton, Joe Biden, Robert Gates y otros– tienen “un historial comprobado de apoyo a la guerra de Irak, intervenciones militaristas… y una visión del mundo consistente con el arco de política exterior que va desde el período en el poder de George H. W. Bush hasta la actualidad”. Scahill señala que 130 miembros demócratas de la Cámara de Representantes y 23 del Senado votaron contra la guerra de Irak, pero que Obama prefirió contratar solo a aquellos del partido que siguieron a George W. Bush hacia el lodazal.
La letanía se hace aburrida. El equipo económico de Obama es una puerta giratoria de empleados de Wall Street, y Goldman Sachs es la corporación a la que recurre para su reclutamiento, creando políticas que siempre, cada vez, legitiman las depredaciones de las clases financistas e inversionistas a costa del pueblo estadounidense, con el resultado de que es seguro que el desastre económico que recibió Obama volverá a ocurrir. Sus equipos en USDA [Departamento de Agricultura] y FDA [Dirección de Alimentos y Drogas] están repletos de antiguos ejecutivos de Monsanto. Sus operadores en el Departamento del Interior, sin romper para nada con la política de Bush, han puesto a disposición tierras públicas para la continua ganancia privada de la minería, la industria maderera, del petróleo y el gas, de vehículos todoterreno y grandes intereses de hacendados. (“Esta es la peor administración demócrata para las tierras inexploradas y públicas que yo haya visto”, me dijo un abogado de Southern Utah Wilderness Alliance).
Ah, pero el señor Pulitzer saca de su sombrero, como último recurso la maravillosa legislación de la sanidad de Obama, probablemente el único logro destacado, aparentemente progresista, del gobierno. “¡Vas a tener atención sanitaria!” me dice en el río. “¿No es algo que valga la pena?” Por cierto lo es. Como sabemos, la deniminada “reforma” de la sanidad, se aprobó con el imprimátur de las industrias de medicamentos y de seguros, las asociaciones de hospitales, la Asociación Médica de EE.UU., los fabricantes de equipamientos médicos, básicamente todas las instituciones que tienen intereses en la sanidad con fines de lucro. Lo que equivale, según la evaluación de Roger Hodge a “un rescate de la industria de la sanidad que trata de garantizar unos 30 millones de clientes adicionales a las compañías de seguros” obligando a los estadounidenses a comprar un producto “de un negocio depredador con fines de lucro que no agrega valor alguno a la transacción económica que acompaña las actividades de doctores y enfermeros”.
Como escribe el economista Ismael Hossein-Zadeh en Hopeless, “Obama realiza fielmente, y por cierto vigorosamente, las políticas neoliberales y militaristas que heredó. La diferencia es que mientras Reagan y Bush fueron, más o menos, sinceros con sus electores, el presidente Obama no lo es: mientras satisface a los poderosos… pretende ser un agente de ‘cambio’ y una ‘esperanza’ para las masas.” No es de extrañar que Romney –nihilista, neoliberal, militarista, depredador a favor del gran capital– lleve ahora la delantera en los sondeos. Tal vez los estadounidenses que actualmente no han decidido ven poca diferencia entre las dos rameras adineradas en el podio del imperio y prefieren optar por el que se presenta como honradamente comprado.
Christopher Ketcham escribe para American Prospect, Orion, y muchas otras revistas. Para contactos: cketcham99@mindspring.com
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/10/15/obomney-vs-romobama/ Traducción: Germán Meyens, Rebelión.