El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, anunció este jueves el envío de hasta 300 miembros de las fuerzas especiales a Irak para aconsejar a las fuerzas armadas iraquíes ante el avance de los yihadistas del Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL). Estos militares se sumarán a los 275 que la Administración Obama ha desplegado para proteger la embajada norteamericana en Bagdad.
Obama también anunció el envío del secretario de Estado, John Kerry, a la región, donde se reunirá con el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, que EE UU ve como un freno para la reconciliación.
El envío de las fuerzas especiales, que en el futuro podrían servir para localizar objetivos de posibles bombardeos, es un gesto limitado, más simbólico que efectivo sobre el terreno. Obama descarta de momento una intervención aérea.
EE UU tiene centenares de fuerzas especiales en misiones especiales por Oriente Medio y África. Y tras retirar las tropas en 2011, dejó un contingente de unos doscientos militares encargados de adiestrar a las fuerzas iraquíes en el uso del material y armamento que los norteamericanos habían dejado en el país. El envío del nuevo contingente no es anómalo.
Pero Irak es un caso especial. La invasión de 2003 y el posterior fiasco de la ocupación quitaron cualquier apetito de EE UU para enviar tropas terrestres a este país. Con la retirada de hace tres años y medio, los norteamericanos creían haber pasado página. La presencia de tropas norteamericanas en este país es tabú. El presidente ha insistido en que, de todas las opciones que contempla ahora, ninguna incluye un despliegue terrestre.
El debate es si las fuerzas especiales que ahora ayudarán al ejército iraquí abren la puerta a una mayor presencia, como ocurrió en Vietnam en los años sesenta.
Estados Unidos afronta dos adversarios en Irak. El primero es militar: los yihadistas suníes de EIIL, que en las últimas semanas han tomado ciudades clave en el país de Oriente Medio. El segundo adversario es político: el primer ministro iraquí, Al Maliki.
La Administración Obama atribuye a las políticas sectarias de Al Maliki, un antiguo protegido del Gobierno de EE UU, parte de la culpa por el actual caos y lo considera un obstáculo para la resolución del conflicto.
Washington ha redoblado en los últimos días la presión sobre el primer ministro para que impulse el diálogo con suníes y kurdos y los incluya en su Gobierno. Algunas voces —de forma explícitia en el Congreso y más discreta en la propia Casa Blanca— piden directamente que dimita y ceda el paso a nuevos líderes.
“Sinceramente, el gobierno Maliki debe marcharse si quieres cualquier tipo de reconciliación”, dijo en el Capitolio Diane Feinstein, presidente de la Comisión de Inteligencia del Senado.
El embajador de EE UU en Bagdad, Robert Beecroft, y el responsable en el Departamento de Estado para Irak e Irán, Brett McGurk, han maniobrado con líderes suníes como Usama Nujaifi y chíies como Ahmad Chalabi para sustituir a Al Maliki, según fuentes iraquíes citadas por The New York Times. McGurk negó al mismo diario que estas maniobras existieran.
“Mi opinión, que comparten muchos suníes y chiíes, es que este primer ministro ya ha hecho suficiente daño”, dijo el jueves a un grupo de periodistas, en Washington, Samir Sumaidaie, que fue embajador de Irak en Washington entre 2006 y 2011 y reside en la capital de EE UU.
Sumaidaie, como el presidente de EE UU, Barack Obama, cree que, antes de una intervención militar de la primera potencia, los líderes iraquíes deben alcanzar un acuerdo político.
El diplomático, que fue el primer embajador de su país en Washington en 15 años, es escéptico ante la posibilidad de que EE UU bombardee para ayudar al Gobierno iraquí a frenar al EIIL. “Me preocupa que cualquier implicación de los americanos se interprete en el contexto sectario de esta guerra y puede ser contraproducente”, dijo.
Maliki es uno más en la lista de protegidos de EE UU que han acabado creando problemas a Washington. El más reciente es el presidente afgano Hamid Karzai, el hombre del presidente George W. Bush tras el 11-S que, con los años, se convirtió en un aliado incómodo para Obama. Un antecedente más lejano es el presidente de Vietnam Ngo Dinh Diem, protegido de EE UU hasta que la Administración Kennedy lo consideró un obstáculo para la paz y contribuyó a derrocarlo en un golpe de estado.
Fuente: El Pais