Por Bernardo Barranco V.
El caso Raniere y Nxivm nos remite a un nuevo fenómeno, al que debemos estar atentos: empresas con comportamientos sectarios e integristas.
El tratamiento mediático de Nxivm se ha enfocado en las perversidades libidinosas de Keith Raniere, la operación de la secta sexual que construyó y los detalles sobre cómo sometió a sus víctimas. Quedan muchas preguntas sin respuestas sobre sus socios en México, Carlos Emiliano Salinas y Rosa Laura Junco, y varios otros cobijados por el manto de la impunidad.
Sin embargo, el tema de fondo está en otra parte. Estamos ante un fenómeno relativamente nuevo. Se trata de empresas que adoptan comportamientos propios de las Iglesias y que en el caso de Nxivm deriva en una secta empresarial con rasgos disruptivos. El concepto de secta empresarial o corporativa, hasta hace muy poco era desconocida. Es un hecho que estas empresas no pretenden ser religiosas y menos Iglesias, pero presentan rasgos pararreligiosos. Referenciamos una zona desnaturalizada donde muchas empresas para ser altamente competitivas alcanzan dinámicas congregacionales entre sus miembros. Analistas registran evidencias del fenómeno desde los años ochenta del siglo pasado con cierto parentesco a diversas corrientes del New Age.
La investigadora Cristina Gutiérrez, del Colegio de Jalisco, estudió empresas en México con rasgos beatíficos como la compañía de marketing multinivel Amway y Omnilife. Ahí se estimula a las personas de venta directa con una estructura motivacional con valores místicos para incrementar desempeños sin pago de salarios.
Insisto, más allá de la responsabilidad penal de los juniors de la clase política mexicana o cachorros empresariales, el tema que no debemos perder de mira es el potencial integrismo empresarial. No sólo hay Iglesias y órdenes religiosas, como los Legionarios o el Opus Dei, que se manejan como lógicas de empresa, sino empresas que adoptan rasgos congregacionales para alcanzar máximos niveles de lucro y posicionamiento en el mercado. No sólo hay Iglesias empresariales, como La Iglesia Universal del Reino de Dios, que segmentan mercados, sino empresas que actúan como Iglesias. Al igual que con las historias de éxito militar, los casos de negocios vinculados a una actitud religiosa tienen una etapa temprana de expansión: el efecto unificador de una creencia fuerte desencadena una fuerza laboral coherente, más enfocada, motivada y puede ser un factor decisivo para vencer a competidores. Empero, hay riesgos que patrones y directores de empresas se sientan dueños no sólo de la conducta de sus empleados sino de sus conciencias. Éstas incluso pueden llegar a presentar rasgos de sectas destructivas.
Max Weber fue el primer sociólogo en resaltar la importancia de la religión para el desarrollo económico. En 1904 Weber sostuvo que la ética protestante sobre el trabajo fue un factor definitivo para el nacimiento del capitalismo en el norte de Europa. La rama calvinista del protestantismo sustentó el culto al trabajo y el éxito económico individual como una bendición de Dios. Dicho acento es conservado en la actualidad por las Iglesias pentecostales, en la denominada Teología de la Prosperidad, que tanto éxito han tenido en su propagación en América Latina.
En la década de los noventa del siglo pasado, bajo el delirio de la globalización, las empresas japonesas deslumbraron por sus pujantes métodos de reingeniería orientada hacia las demandas del mercado para alcanzar altos índices de competitividad. El éxito de las empresas japonesas no sólo consistía en la reconversión sino en la más alta lealtad de sus empleados con los objetivos y metas de la corporación. Dicha fidelidad está sustentada en el sintoísmo, religión fincada en la tradición japonesa, que enarbola la devoción por los Kamis, es decir, los ancestros y espíritus presentes en la naturaleza.
Bajo la globalización, el desarrollo de los mercados internacionales, las empresas adquirieron una determinante relevancia. Se constituyeron en las células de la mundialización. Se erigieron como la base de las innovaciones tecnológicas y motor de la competitividad. Se constituyeron en el epicentro de la sociedad contemporánea. A principios del siglo XXI, las naciones les rendían culto, como la piedra angular del fin de la historia, vaticinada por Francis Fukuyama. Así, Bill Gates, Steve Jobs, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Carlos Slim, entre otros, se instituyeron en héroes con calidad de dioses olímpicos. Incluso se les rinde culto. Cuidar la imagen de la empresa se convirtió en tarea central. Hablamos no sólo de marketing, sino de la imagen del compromiso social de las empresas. Veríamos la aparición de la responsabilidad social empresarial y la proliferación de fundaciones apoyando diversas causas sociales y especialmente el medio ambiente. El éxito japonés en los noventa introdujo formas y variantes de la mística sintoísta de sus empleados. Muchas empresas adoptaron prácticas, códigos, lenguajes, símbolos, sellos y conciencias propias. Identidades extáticas cuyo epicentro era la empresa. La empresa como una poderosa rúbrica de orgullo y sentido de pertenencia. Para muchos empleados pertenecer al corporativo Bimbo es un privilegio e identidad distintiva por el buen nombre de la compañía. Cada empresa desarrolla su propia cultura, valores y normas que definen el comportamiento de la organización y de los empleados. El éxito del esfuerzo es ahora no sólo bendecido por Dios sino por el mercado.
La devoción a la empresa como un nuevo templo objeto de culto se palpa. El salto, como en el caso de Nxivm, al fundamentalismo corporativo es el de un hilo muy delgado. Las culturas corporativas saludables pueden convertirse en cultos corporativos insanos y sus directivos pueden y han caído en prácticas neuróticas y deshonestas. En México tenemos el caso del desacato de Ricardo Salinas Pliego frente a la pandemia, obligando a sus empleados en sus diferentes corporativos a correr riegos.
Algunas empresas en Estados Unidos y Japón llegan al punto de posicionar el lugar de trabajo como un reemplazo para la familia y la comunidad, aislando a sus empleados de sus redes de vida social. El workolismo es una adicción que refleja nuevas actitudes de vida en el mundo laboral. Alienta a las personas a centrar sus vidas en sus trabajos, lo que les deja poco tiempo para la convivencia social, el ocio o el entretenimiento.
The New York Times, en uno de sus primeros artículos sobre Nxivm, consultó a Alexandra Stein, reconocida doctora en sociología de la religión. Ella coincide en que dicha empresa es integrista, catalogada como una secta de culto corporativo, bajo cinco indicadores: 1) se presenta un líder carismático y autoritario; 2) la empresa tiene un formato jerárquico y vertical; 3) acaricia una ideología total y absoluta; 4) utiliza la persuasión coercitiva, seducción o el lavado de cerebro para aislar a los miembros de sus entornos y familia, y 5) explota a los seguidores y muestra potencialidad de violencia. Esto ha quedado demostrado en el trato humillante y devastador a las mujeres que esclavizó sexualmente Keith Raniere.
Max Weber estaría horrorizado de cómo su concepto “secta” se ha deformado. En Occidente, especialmente en Estados Unidos, la expresión secta es del todo peyorativa y es referida a minorías desafiantes bajo liderazgos satánicos, violentos, drogadictos o suicidas. En México el uso del enunciado secta es parte de la guerra religiosa por los mercados de la fe. La Iglesia católica lo utiliza para descalificar y estigmatizar a las Iglesias y cristianos evangélicos y pentecostal. El caso Raniere y Nxivm nos remite a un nuevo fenómeno, al que debemos estar atentos: empresas con comportamientos sectarios e integristas.
Fuente: Proceso