Por Adolfo Sánchez Rebolledo
El registro de tres nuevos partidos nacionales obtuvo el beneplácito legal, luego de airear los últimos flecos pendientes. Pero más allá de formalidades rigurosamente acatadas, lo más importante es que el proceso, a pesar de sus laberintos, se cumplió atendiendo a la voluntad de los miles de ciudadanos que estaban decididos a organizarse y a participar, pese a la antipolítica cuyas olas cíclicamente se apoderan de ciertos extraños bienpensantes, quienes ven en la reafirmación del pluralismo y el juego de las minorías un factor de fragmentaciónque debilita el poder del Estado.
Al no asumir en serio la existencia de los partidos como uno de los componentes de la democracia, también se desprecian los mecanismos de renovación que, en rigor, deberían ser mucho más dúctiles y abiertos que los que ahora tenemos en la ley, aun cuando fuera indispensable una revisión exhaustiva de los criterios de financiación y demás requisitos.
El problema no es que haya muchos partidos, sino que éstos se conviertan en aparatos de poder sin vigilancia ciudadana, es decir, en camarillas al servicio de intereses particulares que no son los de sus miembros.
Que los actuales partidos sean funcionales en cuanto a la operación del régimen no significa, sin embargo, que éstos cumplan a cabalidad con la tarea de darle sentido a la acción ciudadana, en plena correspondencia con el interés público que los define en nuestro entramado constitucional.
Claro que los partidos en México están lejos de satisfacer las necesidades que la democracia exigiría en mejores condiciones. La desconfianza es impresionante, aunque no siempre es un fruto espontáneo. Carecen de una propuesta para elevar el nivel general de la participación política y sus grandes intervenciones en la vida pública se limitan al despilfarro de recursos a través de la mercadotecnia. Por lo visto se trata de sacar ventajas a cualquier precio sin propiciar una genuina deliberación nacional.
La pretensión de que los jefes de los partidos forman una clase en sí misma es una aberración que atrofia la función primordial de los partidos, que no son otra cosa más que ciudadanos organizados para alcanzar determinados objetivos y compartir una visión del mundo. No deja de ser curioso que muchos de los principales oponentes a los partidos lo hagan en nombre de la ciudadanía o como parte de la sociedad civil, en consonancia con el discurso de los poderes fácticos que intentan determinar por sí las decisiones estratégicas del Estado.
Por esa razón, frente a los que rechazan la partidocracia es alentador que nuevas fuerzas se agrupen sin incurrir en las aberraciones que en el pasado auspiciaron negociados y franquicias. Sólo el voto debería decidir su permanencia. (No deja de ser paradójico que algunos de eses partidos como el Verde Ecologista, hoy se alcen como los más exigentes impulsores de cerrar la criba a los nuevos jugadores.)
Una palabra final acerca del registro de Morena. En este contexto, un papel muy importante está destinado a desempeñar el partido impulsado desde cero por Andrés Manuel López Obrador. Ha probado con creces que él es un protagonista indiscutible cuyo peso político lejos de disminuir irá creciendo en los próximos meses. El registro es el corolario de una movilización extraordinaria cuyos efectos pronto se dejarán sentir en un escenario que sin duda irá cambiando a grandes trancos. Al mismo tiempo, vista en su conjunto, la izquierda tiene ahora problemas que no se vieron en la etapa anterior, cuando pese a todo se consiguió avanzar en la unidad y desarbolar al panismo. Ya eso no es suficiente. La solidificación de la visión bipartidista emerge de las reformas estructurales con otros perfiles, reafirmando alianzas y los vinculos del poder global con las clases dominantes.
De aquí en adelante, luego de la aprobación a mata caballo de la reforma energética y la inmensa sacudida que su aplicación implicará, nada será igual, aunque las formas se parezcan. La decisión de echar abajo la reforma no equivale a creer que todo volverá al punto de partida. Pienso que las izquierdas, más allá de las disputas puntuales por lo votos, tendrán que repensar el país y ofrecer salidas.
Fuente: La Jornada