Por José Carlos García Fajardo*
Los españoles y otros pueblos latinos no podríamos subsistir si nos arrancasen nuestro tercio greco-romano o el tercio judeocristiano, pero nos han arrebatado el árabe musulmán y hemos crecido desarraigados. Con la expulsión de musulmanes, judíos y moriscos, nos han llevado parte del alma en la “palabra”, como los bárbaros para Homero; o para Wittgenstein cuando afirma que “los límites de mi lenguaje son los límites de mi propio mundo”.
¿Y cómo vamos a sembrar el trigo y la esperanza? ¿Cómo abrirnos a la sobriedad compartida? ¿Cómo podremos enamorarnos en la vida para recrear este mundo que hemos recibido de nuestros nietos en depósito? Estaban Saladino y los príncipes cruzados compartiendo unos sorbetes durante una de las muchas treguas. Trataban de la calidad de las armas, de su eficacia y del temple de los aceros. Salió el Alférez de los cristianos, un tipo descomunal, con un mandoble en sus manos y se paró en el centro, cometiendo la indelicadeza de mirar a los ojos de los notables que acompañaban al Gran Saladino.
Los nobles caballeros que acompañaban al jefe musulmán sonreían discretamente. Colocaron una barra de hierro sobre dos poyetes ante el Alférez. Éste inspiró con estruendo y, lanzando un grito descomunal, descargó su fuerza sobre la barra que se rompió ante el jolgorio de los cruzados, que entrechocaban sus copas de metal.
Saladino y sus nobles asintieron con un gesto de reconocimiento de la fuerza, mientras el Gran Kurdo hacía una leve seña a uno de sus caballeros, delgado, fuerte, fibroso y elegante… sutil como una palmera en el desierto mental de aquellos que atronaban con sus voces, sus gritos y su vino espeso.
El paladín musulmán saludó inclinándose antes de pisar el centro del círculo en el que había actuado el cristiano; volvió a saludar mientras se llevaba la diestra al corazón al cruzar el umbral marcado por una alfombra. A una indicación de Saladino, retiró una finísima muselina que llevaba al cuello. Los rudos bebedores rugieron y soltaron algunas lindezas… acerca del mancebo “barnizado con los aires del desierto”. El musulmán lanzó el chal al aire mientras, con un gesto rápido, desenfundó su alfanje…y partió la muselina en dos pedazos que tardaron en llegar al suelo. Existe un libro de Amin Maalouf, delicioso y lleno de sugerencias, Las cruzadas vistas por los árabes.
Con su expulsión nos llevaron parte del buen gusto, la ciencia, la estética, la gastronomía, el arte, la poesía, la filosofía y el arte de vivir que llegaron a su cima en Córdoba y en Sevilla, en Granada y en todo Al Andalus. ¡Casi ochocientos años de convivencia fueron desollados por los Católicos Reyes y por la cerrazón inquisitorial de los jerarcas católicos excluyentes y fanáticos! ¿Que la vida fue a veces dura y conflictiva? ¿Y cómo fue durante esos siglos la convivencia entre los reyes cristianos?
He releído hermosas páginas sobre ese mundo de los mozárabes, tan perseguido y olvidado por los intransigentes. ¿Cómo hubierais podido comprender estos párrafos si me hubieran mutilado la lengua árabe que he utilizado en más de un 18%? Sin saberlo, como le sucedió a aquel gárrulo que se admiró cuando le dijeron que “hablaba en prosa”.
Es preciso recuperar nuestras raíces y así descubriremos nuestras señas de identidad perdidas. Da pena comprobar el olvido intencionado en nuestras universidades ¡durante cinco siglos! de las instituciones, cultura y riquezas de nuestro pasado árabe musulmán. Por eso no somos capaces de comprender el auténtico Islam y las culturas que de él surgieron. Han ensalzado la muy cuestionable “reconquista”, o el “descubrimiento” de América, “la cristianización y civilización” de los africanos, o el “esfuerzo y la carga del hombre blanco” cantados por Kipling, para extender la luz y “la civilización” a India, China, Japón y todo el Oriente… ¡Qué barbaridad! ¡Cuánta ignorancia!
De ahí la importancia de acercarnos a otros pueblos, culturas, tradiciones y creencias a pie descalzo y con “el corazón a la escucha”, como pidiera el joven Salomón, para escuchar, aprender, respetar, compartir, enriquecernos en un fecundo mestizaje y saber mirar juntos ese futuro que tenemos que construir para no tener que lamentarnos al contemplar las personas que pudimos haber sido. Para no “irnos a la tumba con el dolor de una canción inacabada”, como cantó el poeta turco, citado por el Che Guevara.
* José Carlos García Fajardo. Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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