Por Carlos Ayala Ramírez*
En la primera audiencia con los medios de comunicación, el nuevo papa reveló algunos momentos particularmente especiales del cónclave y por qué eligió el nombre de Francisco. Según relata, en la capilla Sixtina estuvo sentado a la par del cardenal brasileño Cláudio Hummes, prefecto de la congregación para el Clero y arzobispo emérito de São Paulo. Cuando los votos a su favor alcanzaron los dos tercios y los cardenales comenzaron a aplaudirle, Hummes lo abrazó, lo besó y le dijo: “No te olvides de los pobres”. Esas palabras, dice el papa, se le quedaron en la cabeza e inmediatamente pensó en Francisco de Asís, hombre de paz y de los pobres. De esa manera surgió la elección del nombre y la memoria de una opción cristiana fundamental: “Una Iglesia pobre, para los pobres”.
Esa memoria es principio y fundamento del Evangelio. Se dice, por ejemplo, que cuando Jesús envía a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia, dio un conjunto de indicaciones, poniendo énfasis no tanto en lo que han de llevar para ser eficaces, sino en lo que no han de llevar. El evangelista Marcos lo expresa así: “Les encargó que no llevaran más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, que fueran calzados con sandalias, pero que no llevaran para el camino dos túnicas”. Es decir, la misión debe ser cumplida con simplicidad y pobreza. Los que proclaman la cercanía del Reino de Dios deben hacerlo con sobriedad, con solo lo esencial. La razón de esto —cabe interpretar— es evitar que un día los discípulos se olviden de los pobres y vivan encerrados en su propio bienestar.
Esa experiencia y memoria de “una Iglesia pobre, para los pobres” también ha sido una de las características principales de la Iglesia y la teología latinoamericanas surgidas a partir del espíritu de Medellín. Si bien el profundo y exigente tema del anuncio del Evangelio a los pobres estuvo presente en algunos textos del Concilio Vaticano II, este no llegó a convertirse en una cuestión central. En Medellín, en cambio, todos sus documentos tienen como presupuesto básico que el camino hacia el Padre de Jesús solo se recorre en compañía de los pobres y en el servicio a ellos. Pero no se trata solo de un presupuesto, sino, sobre todo, de un testimonio de tantos hombres y mujeres que, movidos por su fe, han trabajado con total disponibilidad en defensa de los pobres, y en no pocas ocasiones, hasta derramar su sangre de forma martirial.
Un caso ejemplar de esa entrega es el de monseñor Óscar Romero. De la celebración eucarística del trigésimo tercer aniversario de su martirio, resumimos lo dicho por tres de los sacerdotes celebrantes. Monseñor Elías Bolaños, obispo de la diócesis de Zacatecoluca, señaló que el ejemplo de vida y fe de monseñor Romero constituye un regalo precioso para el camino creyente de los latinoamericanos y, a la vez, una fuente de inspiración en el compromiso con los pobres. Monseñor Ricardo Urioste, presidente de la Fundación Romero, recordó que el obispo mártir es conocido y admirado universalmente. Entró a la historia del país y de la Iglesia, y su nombre nunca será olvidado. Sin embargo, añadió, su proceso de canonización todavía está distante; quizá habrá que esperar unos 30 años para que le den la razón, como ya se la han dado los más pobres: “Ellos son los que ya le han canonizado”. Por su parte, el obispo auxiliar Gregorio Rosa Chávez aseguró que el papa Francisco conoce la figura de monseñor Romero y le tiene una admiración especial, una devoción y una convicción total de que es un santo y un mártir. El tipo de Iglesia por la que el pontífice se ha pronunciado, pobre y para los pobres, fue también “la utopía de Iglesia que nos predicó y que nos dejó como herencia monseñor Romero. Por eso la espontánea pregunta: ¿será este papa quien canonizará a nuestro amado pastor? Dios ya lo sabe, nosotros pronto también lo vamos a saber”, enfatizó el obispo auxiliar.
“No te olvides de los pobres” puede sonar a exhortación o mandato. En todo caso, no es una cuestión entre otras, sino el problema más urgente y más profundo que se le plantea a la Iglesia, a los cristianos y, por supuesto, al nuevo papa. Y no puede ser de otra manera, porque la Iglesia, en cuanto portadora de la memoria de Jesús, es también portadora de la memoria de los pobres. La petición se orienta, por tanto, a subrayar la centralidad de los pobres. Centralidad que, a juicio de monseñor Romero, recorre todo el Evangelio. A ellos se dirige fundamentalmente en sus curaciones, exorcismos; con ellos convive y come; se une, defiende y promueve a todas aquellas personas que, por razones sociales y religiosas, estaban desclasadas en su tiempo: los pecadores, los publicanos, las prostitutas, los samaritanos, los leprosos. Para monseñor, esto no significa un rechazo de las demás clases sociales, a las cuales también la Iglesia quiere servir e iluminar, y a las cuales también exige su cooperación a la construcción del reino. Significa, eso sí, la preferencia de Jesús por los que más han sido objeto de los intereses de los hombres que sujetos de su propio destino. Gran desafío le espera al papa Francisco. Pero también gran oportunidad para volver al camino abierto por Jesús de Nazaret, centrando nuestra fe en el seguimiento a su persona.
* Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA
Fuente: Alainet.org