No pueden con la democracia

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Por Epigmenio Ibarra
El golpe de estado en Bolivia los tiene alebrestados y se ha convertido en su modelo a seguir. No pueden con la democracia, harán todo para destruirla. Pero no habrán de lograrlo porque, para su infortunio, nuestra democracia recién conquistada sí puede con ellos.
En México, a diferencia de otros países latinoamericanos, somos muy afortunados. Tenemos una historia que nos permite establecer la ruta a seguir e identificar a quienes intentan desviarnos de la misma. De la Revolución, y ese millón de muertos que quedaron regados a lo largo y ancho del país, heredamos un lema: “Sufragio efectivo, no reelección”, cuyo cabal cumplimiento constituye la única base sobre la que pueden construirse la paz, la justicia, el bienestar colectivo y la democracia.

Durante décadas, quienes gobernaron este país, se burlaron del “sufragio efectivo” y encontraron la manera de perpetuarse en el poder sin violar abiertamente el principio de “no reelección”. El viejo régimen hizo de la democracia una coartada; de los fraudes electorales, de la compra de votos, de las concertacesiones, la norma. La voluntad popular expresada en las urnas valía poco o casi nada. Mediante acuerdos cupulares se definía quién sería el gobernante. Cambiaban los rostros, nunca las banderas.

Los maestros de Elba Esther Gordillo, los petroleros de Carlos Romero Deschamps, los obreros de la CTM, los sindicatos empresariales eran la fuerza de choque electoral; desataban unos, gracias a su enorme poder económico, la guerra sucia; los otros tomaban por la fuerza las casillas y operaban, directamente sobre el terreno, los fraudes. Los medios, que recibían miles de millones de pesos del gobierno (salvo contadas y honrosas excepciones), se encargaban de inclinar la balanza, defenestraban a opositores, torcían, a punta de mentiras y un arsenal de trucos mediáticos, la voluntad ciudadana.

La transición democrática de 2000 fue solo un espejismo. Vicente Fox, luego de recibir 17 millones de votos en unas elecciones libres y auténticas, como lo marca la Constitución, se entregó —y entregó el país— nuevamente al PRI y traicionó así tanto a los que votaron por él como a los muchos más que apostamos por la vía electoral.

Ya inmerso en la dialéctica del traidor, Fox abdicó ante los medios masivos. La televisión le vendió la idea de que su esposa podría sucederlo y lo enloqueció con esa posibilidad. Lo respaldó después en la aventura golpista del desafuero y avaló el robo de la Presidencia en 2006. Tanto creció el poder de la televisión privada, tanto disminuyó el de las fuerzas políticas que, en 2012, luego de justificar durante seis años la guerra de Felipe Calderón y la masacre, la televisión inventó a Enrique Peña Nieto y lo sentó en la silla.

Calles en su tiempo, Carlos Salinas de Gortari a través de su grupo político y económico, Fox por medio de Marta Sahagún, Calderón usando a su esposa Margarita Zavala, todos han buscado la manera de mantenerse, por medio de una reelección simulada, en el poder. La democracia y nuestra historia les estorban. Las aceptan solo en la medida que les permiten seguir sentados en la silla. No saben ser oposición. Con trampas se hicieron del poder; de la misma manera quieren recuperarlo.

Andrés Manuel López Obrador los considera sus adversarios, reconoce y respeta su derecho a expresarse con absoluta libertad. Conocedor de nuestra historia, no solo no concibe la posibilidad de reelegirse, sino que se juega el cargo en las urnas sometiéndose a la revocación de mandato. Ellos, en cambio, lo ven como un enemigo al que es preciso destruir a toda costa. El golpe de estado en Bolivia los tiene alebrestados y se ha convertido en su modelo a seguir. No pueden con la democracia, harán todo para destruirla. Pero no habrán de lograrlo porque, para su infortunio, nuestra democracia recién conquistada sí puede con ellos.

@epigmenioibarra

Fuente: Milenio

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