Mientras millones de mexicanos erigen altares a los muertos y compran flores para adornar las tradicionales ofrendas de alimentos y bebidas, los padres de 43 estudiantes normalistas desaparecidos desde hace más de un año se niegan a aceptar la conclusión gubernamental de que los jóvenes han muerto.
No habrá altar el 2 de noviembre —fecha en que se celebra el Día de los Muertos— para Mauricio Ortega, que tenía 18 años cuando él y los otros estudiantes fueron detenidos por la policía en la ciudad sureña de Iguala el 26 de septiembre de 2014 y, de acuerdo con fiscales del gobierno, fueron entregados a un grupo narcotraficante que los mató e incineró sus restos. Sólo se han identificado los restos de dos alumnos entre los fragmentos carbonizados de hueso que se hallaron.
El padre de Mauricio, Melitón Ortega, sacude la cabeza cuando se le pregunta si la familia le pondrá un altar a su hijo.
“No, para nosotros nuestros hijos están vivos, siguen vivos”, dijo Ortega. “Y, por lo tanto… llamamos a la población a que sigan acompañando al movimiento de los padres de familia”.
“Estamos en la misma postura, que los 43 están vivos”, agregó. “No es como lo dice el gobierno, que aceptemos el dolor, y para nosotros esto no es posible, no es posible que los jóvenes estén muertos”.
Los padres de los estudiantes desaparecidos han ideado otras formas de recordar la desaparición de sus hijos.
Lugares vacíos
En la escuela rural para maestros a la que asistían los jóvenes -ubicada en el poblado de Ayotzinapa y famosa por sus ideales de corte radical-, sillas de plástico con sus nombres y fotografías están ordenadas en filas, un duro recordatorio de los que solían sentarse allí. Sus pertenencias fueron dejadas en gran medida intactas, como si aguardaran su regreso.
Después de más de 13 meses de su desaparición, ello parece improbable. Y algunos, como el expresidente mexicano Vicente Fox, han dicho que los padres no pueden vivir eternamente con este problema en su cabeza y tienen que aceptar la realidad.
Clemente Rodríguez, padre de Christian Alfonso Rodríguez, uno de los alumnos desaparecidos, dijo que los que les dicen a las familias que sus hijos están muertos “es gente que no tiene corazón, es gente que nada más nos quiere lastimar, o es gente que está por el lado del gobierno”.
Un informe de un panel independiente de expertos concluyó que los restos de los estudiantes no pudieron haber sido incinerados en un basurero como argumentan los fiscales. Los padres insisten en que sus hijos están vivos y, con pocas pruebas para respaldar dicha afirmación, dicen que los jóvenes están detenidos en bases militares.
Como una forma de recordar a su hijo, Rodríguez ha comenzado a coleccionar tortugas, la mascota de la escuela de Ayotzinapa.
Tiene una tatuada en el brazo izquierdo. La señala con el dedo y dice: “El día de mañana que llega mi hijo y me dice ‘papá, ¿por qué no me buscaste?’ No mi hijo, ya ve, tengo una seña que me marca por toda la vida… desde el 2014 cuando tú desapareciste, te estoy buscando”.
“Y te estamos esperando en la casa”, agregó.