Por Salvador Camarena
En dos de los principales temas noticiosos de la semana pasada estuvo presente la violencia en contra de las mujeres. Estoy hablando, por supuesto, de la violencia en contra de la hija del director del Cisen a manos –nunca mejor dicho– del nieto del Procurador General de la República, y de la violencia de Genaro Góngora Pimentel en contra de la madre de dos de sus hijos, a quien mediante influencias y otras malas artes tiene en la cárcel hasta el día de hoy. Los detalles de cada uno de esos casos son ampliamente conocidos. Sin embargo, llama la atención la poca solidaridad que prominentes mujeres han mostrado ante estos hechos, en particular hablaré aquí sobre la víctima del ex ministro.
En México, los ex maridos (casi siempre son hombres los que incurren en esa conducta) que no cumplen las obligaciones con sus hijos pagan nulas consecuencias por esa falta a la ley. ¿Es necesario cambiar la legislación para que eso se corrija? No. Lo que se requiere es una transformación social que involucre tres cosas: la solidaridad entre mujeres, la creación de mecanismos efectivos de soporte legal para quienes sufren el incumplimiento (para prevenir entre otras cosas la confabulación de jueces y abogados contra ellas), y una real y colectiva toma de conciencia para que, además, los incumplidos enfrenten un costo social si abandonan sin más a sus hijos.
Demasiadas mujeres quedaron a deber la semana pasada con el caso Góngora. ¿Escucharon ustedes al respecto al Instituto de Mujeres del Gobierno del Distrito Federal –bajo cuyas leyes fue procesada esta mujer–? ¿O a la Senadora Alejandra Barrales, quien como asambleísta promoviera la legislación para castigar a padres incumplidos? Ahora no tuiteó ni dijo mayor cosa. ¿O a Maricela Contreras, la hoy delegada en Tlalpan pero versada luchadora por derechos de las mujeres? El mutis que hicieron hace pensar que su solidaridad está del lado de su compañero de armas, el ex ministro Góngora, y no con la víctima.
Y menos mal que el tema Góngora lo reveló y desveló Carmen Aristegui, de otra manera no habría faltado la voz “de la izquierda” que viera en ese tema un complot de la derecha.
Porque si quien abusa es alguien “cercano” a la causa, como se supone que es Góngora para la izquierda, con mayor razón las luchadoras por los derechos deberían explotar el asunto para que se avance en la agenda del cumplimiento de los derechos, dando muestra de que urge rechazar la conducta indebida venga de donde venga.
Pero la falta de solidaridad fue evidente más allá de la izquierda del PRD: ¿dónde estuvieron la semana pasada Patricia Mercado, Patricia Olamendi, Rosario Robles, Marta Lamas, etcétera? De las pocas que se hicieron escuchar en este tema fueron la Diputada Malú Micher (PRD), y las senadoras Angélica de la Peña (PRD) y Marcela Gómez (PAN).
Si las mujeres –todas, no sólo las que están en posiciones de poder– no reclaman por el derecho de otras, nunca terminará la desigualdad. Será el triunfo de la visión machista, de esa cultura que hoy sin decirlo abiertamente sigue, en los hechos, considerando estos casos como “cosa de viejas”. Los Góngora existen porque hay hombres que los solapan… pero también porque quizá las mujeres podrían ayudarse más entre sí.
La Senadora Barrales publicó en Milenio que 67% de las madres solteras no recibe la pensión alimenticia debida. Anuncia que quiere que se creé el Registro Nacional de Deudores Morosos, parecido al que gracias a su iniciativa existe ya en el Distrito Federal. Pero hay que recordar que el problema no acaba con ese registro (si quieren revisar un trabajo donde se expone la poca efectividad de ese mecanismo, que es una buena idea pero se queda en eso, leer “Cuando los padres se divorcian de los hijos”, de Paula Chouza, reportera de El País. Ahí, Chouza pone en letras algo que por sabido no es menos grave: los padres no pagan y la ley, incluida la del DF, es buenísima en teoría y pésima en la realidad).
En nuestra sociedad ni los amigos, ni los compadres, ni compañeros de trabajo, ni socios, ni iglesias, ni nadie hace el feo a quien no cumple las consecuencias de su paternidad (insisto se trata casi siempre de hombres). Al irresponsable se le tolera su machismo; incluso si atropella los derechos de su hij@ no tiene qué preocuparse: su círculo social, y más el familiar, le alcahueteará su conducta.
Por si fuera poco la madre que se atreve a desafiar a un hombre en desacato pasará grandes fatigas: debe no sólo buscarse un buen abogado sino lidiar con cada vericueto de nuestra justicia. Por el costo del proceso legal, y por el tiempo que este implicará, son muchas las mujeres que no pueden darse el lujo de emprender una demanda para que se respeten sus derechos. Carecemos de efectivos mecanismos legales de apoyo para ellas.
Por tanto se entiende que los hombres la tengan fácil al desentenderse de sus obligaciones legales. Ahí está también el caso de la chica Ímaz: su valor para denunciar en público el maltrato fue avasallado por todo el aparato machista. Su reclamo fue estéril. ¿O deberíamos decir contraproducente? Pues si ni ella obtuvo justicia, ¿qué podrá esperar una ciudadana cualquiera? Avanza la impunidad. El caso Góngora no agravió a diversas figuras femeninas de nuestra sociedad. No lo suficiente para convertir ese asunto en un “hasta aquí”. Quién sabe por qué.
De seguir las cosas así, los dos casos de la semana pasada habrán sido totalmente en vano, habremos perdido la oportunidad de corregir a partir de esas tragedias, aunque fuera un poco, la falta de cumplimiento de los derechos de mujeres y de menores. Y las principales responsables de eso, por desgracia, serán las mujeres. Pues los que incumplen, es decir los hombres, son los menos interesados en que esto cambie.
Fuente: Sin Embargo