Por Ana María Aragonés
La situación de los niños y adolescentes que viajan solos o acompañados por sus madres y que son detenidos y encerrados en galerones infrahumanos en Estados Unidos es, simplemente, insostenible. La solución de los gobiernos de México y Estados Unidos es la deportación, sin importar si los vuelven a exponer a las terribles condiciones que esos pequeños intentaron dejar atrás. Violación flagrante a sus derechos humanos.
La forma en que se está manejando esta tragedia humana, como la llama el padre Alejandro Solalinde, evade señalar las verdaderas causas por las que miles y miles de personas se ven forzadas a dejar sus países de origen y enfrentar situaciones que parecen sacadas de novelas de horror. Analizar y comprender sus causas es central para encontrar soluciones globales en un esquema de cooperación, comercio justo, apoyo al desarrollo, etcétera.
Considerar que los migrantes indocumentados deben ser deportados como justo castigo por el delito de la falta de papeles es innoble y, además, un drama que ahora se ve incrementado por el hecho de que niños y adolescentes son parte creciente de estos flujos.
Es inadmisible que los mandatarios de Estados Unidos y México, al comunicarse vía telefónica el día 19 de junio, acordaran llevar a cabo una estrategia regional para que la repatriación sea más rápida. ¡Increíble!
Pobreza, inseguridad, marginación, desempleo, escasez de empleos decentes, sin acceso a educación universal, etcétera, son sólo algunas de las dificultades que enfrentan las personas que deciden migrar. Pero, ¿por qué hay países distintos, que han logrado dar a sus poblaciones la seguridad del desarrollo y por qué otros no?
Este análisis requiere más espacio que esta presentación, pues nos obliga a remontarnos a la historia latinoamericana, de la que resulta difícil sustraerse, y menos ahora que se ha consolidado en algunos países latinoamericanos un proyecto económico, político y social neoliberal que favorece a un reducido grupo, y deja de lado a la gran mayoría de la población, a la que no le queda más remedio que migrar.
Señalemos en forma breve la importancia del papel que en esta historia latinoamericana ha jugado Estados Unidos y que nos permite cuestionar su actitud en relación con la migración, pues no hay duda que su proceder ha marcado algunas de las grandes desventuras sufridas por los pueblos de la región. En esta historia es fácil reconocer que para Estados Unidos no hay naciones soberanas.
A pesar de que, tal como nos recordó José Steinsleger (La Jornada, 18/6/14) el presidente Dwight Eisenhower señalaba que el derecho de cualquier nación a formar un gobierno y un sistema económico de su propia selección es inalienable. El intento de cualquier nación de dictar a otras naciones su forma de gobierno es indefendible.
Esta máxima no ha sido nunca respetada por los gobiernos estadunidenses, los cuales, además, y esa es la gran tragedia, encontraron la complicidad de muchas de las élites gobernantes latinoamericanas para alcanzar sus objetivos, contrarios a la democracia y a las grandes mayorías: de ahí los grandes flujos migratorios. Recordemos sólo algunas de las intervenciones militares de Estados Unidos en América Latina.
Anastasio Somoza García, dictador apoyado por Estados Unidos en Nicaragua, considerado por Franklin Delano Roosevelt como un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta, y a su muerte continuó con la dinastía dictatorial su hijo Anastasio Somoza Debayle. En 1964 el presidente de Brasil, Joao Goulart, que buscaba realizar una reforma agraria y nacionalizar el petróleo fue víctima de un golpe de Estado apoyado y promovido por Estados Unidos. En 1965 Estados Unidos reprime en República Dominicana un movimiento que buscaba restaurar al derrocado presidente progresista y democráticamente electo Juan Bosch. En 1966 Estados Unidos envía a sus boinas verdes a Guatemala para implementar la campaña contrainsurgente para eliminar a unos pocos cientos de guerrilleros; habrá que matar quizá a 10 mil campesinos guatemaltecos, y en 1968 la CIA organiza a los escuadrones de la muerte.
En 1973 los militares toman el poder en Uruguay apoyados por Estados Unidos, y en Chile la CIA derroca al gobierno electo del presidente Salvador Allende e instala al dictador Pinochet. En 1976 toma el poder una dictadura militar en Argentina: los documentos desclasificados tiempo después revelaron la colaboración de Estados Unidos con los militares rioplatenses. En 1980 Estados Unidos incrementa la asistencia masiva a los militares de El Salvador que se enfrentan a las guerrillas del FMLN; el arzobispo Romero es asesinado, 35 mil civiles mueren entre 1978 y 1981. En 1981 la administración Reagan inicia la guerra de los contras para destruir a los sandinistas en Nicaragua (Cronología: intervenciones militares de EU en América Latina, 2005).
Historia heredada que afortunadamente muchos países latinoamericanos están logrando transformar para beneficio de sus pueblos. Lamentablemente México no es uno de ellos; por el contrario, se mantiene como cómplice del vecino país, como lo exhibe, entre otras cosas, su comportamiento con los migrantes. Ser cómplice, terrible obstáculo para transitar hacia el tan ansiado desarrollo.
Fuente: La Jornada