Mujeres migaja

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Por Denise Dresser

Durante sus múltiples mítines de campaña Enrique Peña Nieto presumía saber de mujeres, porque tiene seis en casa. “Por eso soy sensible a la inteligencia de las mujeres”, decía una y otra vez. Y qué dirá ahora ante el libro de Humberto Padgett titulado Las muertas del Estado: Feminicidios durante la administración mexiquense de Enrique Peña Nieto. Allí, cuidadosamente armado, el reflejo de alguien que en su paso por la gubernatura no miró a las mujeres vivas ni a las mujeres muertas. Allí, con datos y cifras, el retrato de alguien que prefirió ignorar o maquillar información sobre la violencia ejercida contra ellas en territorio mexiquense. Que volteó la mirada cuando le dijeron en foros públicos, en artículos periodísticos, en sesiones privadas, en informes de derechos humanos: “Su estado, señor gobernador, se está convirtiendo en un sembradío de cadáveres femeninos. Su estado, señor gobernador, ignora la violencia sexual que en muchos casos conlleva el feminicidio. Su estado, señor gobernador, (…) ha rebasado la tragedia de mujeres y niños en Chihuahua”.

Su estado, señor presidente. El que hoy reclama, como lo hizo ayer, que las mujeres no son desechables. El que hoy le reclama, como lo hizo ayer, que sea el responsable y que se encargue de resolver este escándalo. El que le pide que no siga sonriendo. Porque las mujeres no existen tan sólo para ser acarreadas, para votar, para gritar “Peña Nieto bombón, te quiero en mi colchón”. Porque cada mujer violada, raptada o mutilada pudo haber sido su hija. Porque no basta con sacar la chequera pública y traer a Rosario Robles acompañada de las cubetas, el trapeador y la escoba a limpiar las cifras reales. Negar la realidad. Pronunciar discursos sensibles. Cerrar los ojos ante las fotografías del fotorreportero Ernesto Loza que acompañan el texto. Imágenes que muestran lo que ninguna voz puede repetir sin quebrarse, como escribe Lydia Cacho en el prólogo. Niñas paradas frente a la tumba de Nena. El corrido escrito a mano para la niña asesinada. Las madres cansadas de buscar y aún en pie de lucha. Los padres tristes como paisajes desolados. Las declaraciones de amor escritas en una pared. Lotes baldíos, infestados de yerba mala y basura y cadáveres de mujeres.

Y el imperativo de atraer la mirada de otros –y sobre todo la del presidente de México– que han ignorado la devastación moral de un país que minimiza el asesinato de sus mujeres y de sus niñas. Que las trata como objetos de compraventa o de desprecio. Que nunca persigue a los que ordenan el silencio: los esposos o los novios o el padrastro o el padrote o el político convertido en líder de redes de trata y prostitución. A los que a través de su complicidad con el poder han consolidado la corrupción y la impunidad y la intermitencia del estado de derecho. Denunciados en el trabajo de Humberto Padgett con cifras cristalinas y comparaciones indispensables. Una mezcla de crónica y reportaje, entrevista e historiografía. Una historia de mexiquenses y mexicanos que conducen autos blindados y comen en los mejores restaurantes y se codean con líderes eclesiásticos corruptos y no creen que el feminicidio exista. Quienes piensan que México es su coto, su changarro. Un lugar mortífero para las mujeres. Un patriarcado mortal.

Donde desfilan los féretros durante los 21 años –seis de ellos bajo el gobierno de Peña Nieto– estadísticamente analizados en el libro. Donde el Estado de México fue el peor sitio para ser mujer, no en números absolutos, sino en tasas. Más de 7 mil mujeres asesinadas. Entre 1990 y 2011 el estado ocupó en 11 ocasiones el primer lugar en tasa de mortandad por agresiones a mujeres. Entre 1990 y 1997 el estado mantuvo la primera posición en feminicidios de manera ininterrumpida.

Gobernado por hombres como Pichardo Pagaza, hoy consultor privado en asuntos públicos. Como Emilio Chuayffet, hoy secretario de Educación Pública. Como César Camacho Quiroz, hoy presidente nacional del PRI. Enrique Peña Nieto recibió el gobierno estatal en 2005, año en el que –nuevamente– el territorio mexiquense fue el más violento para las mujeres.

El Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio –constituido por 43 agrupaciones dedicadas a la defensa de los derechos humanos– registró 922 feminicidios en el Estado de México entre enero de 2005 y agosto de 2010. De ese casi millar de casos, sólo 12% acabaron en consignaciones ante un juez, y únicamente entre 3 y 4% concluyeron en condenas a los asesinos. Como en el resto del país, un factor central detrás de la muerte de tantas mujeres es la impunidad. Y otros factores, como detalla el estudio de Jimena Valdés Figueroa escrito con Nelson Arteaga sobre los feminicidios en el Estado de México. Las muertas tenían entre 16 y 45 años de edad. Tenían pareja o hijos. Casi todas vivían en la informalidad. Casi todas vivían en zonas de reciente urbanización o en proceso de consolidación urbana. Casi todas ocupaban pequeñas viviendas. Casi todas contaban con poca educación por encima de la primaria. El 53% de los cadáveres fueron abandonados en casas vacías. En hoteles. En terrenos baldíos. En canales de aguas negras. En la calle. Como migajas.

La violencia acompañada –después– por policías indolentes y averiguaciones mal integradas y ministerios públicos dolosos y jueces misóginos. La violencia producto del silencio, de la omisión, de la negligencia, de la colusión. La violencia resultado de autoridades que, en lugar de prevenir y erradicar esos crímenes, los solapan o los ignoran o intentan barrerlos debajo del tapete. El feminicidio como un crimen de Estado, porque el Estado mismo no provee las condiciones para que las mujeres vivan con seguridad en sus casas, caminen con seguridad por la calle, trabajen con seguridad en una fábrica, respiren con seguridad en su propio país. Y menos si lo hacen en el Estado de México, donde, según Padgett, “ataúd por ataúd” mueren más mujeres que en el resto del país. Allí, donde habita e1 13.5% de la población, en los últimos 21 años se cometieron la cuarta parte de los asesinatos de mujeres.

Y que este texto sirva como una denuncia más. Una denuncia para recordar a los que han participado en la tarea de ignorar lo que ocurre en el Estado de México –y más allá de ese lugar–, lo que no se olvida. Una denuncia para recordar las voces de Mariana y Jazmín y Cecilia y tantas más. No habrá rendición. No habrá silencio. No toleraremos más mujeres migaja tiradas, abandonadas, pisoteadas. No, señor presidente. No. Usted tiene a seis mujeres en casa, a salvo, bien cuidadas. ¿Y las demás?

Fuente: Proceso

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