Mujeres viven el terror con ISIS

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Algunas prefieren hacerlo por su cuenta y eligen el suicidio. Otras, en cambio, invocan el golpe de gracia y suplican en vano a los milicianos que las tienen presas que pongan fin a su sufrimiento con un tiro en la cabeza. Todas pasan por violaciones en grupo, palizas,abusos y humillaciones.

Son mujeres jóvenes yazidíes, encerradas en las cárceles del autoproclamado Estado Islámico en el norte de Iraq. Tienen entre 11 y 20 años, son quizás miles, y su precio puede ir de los 400 hasta los mil dólares.

De acuerdo con Notimex, los yihadistas las tienen como esclavas o como botines de guerra. Las cambian por armas y favores, o las venden en el mercado. Las más atractivas y sanas están destinadas a los matrimonios forzados después de su obligatoria conversión al islam.

La propia organización terrorista ha reconocido su industria de la esclavitud. En un artículo publicado recientemente en Dabiq, el periódico del Estado Islámico en Inglés, titulado “El renacimiento de la esclavitud antes de la Hora ñen referencia al Día del Juicio]”, hace afirmaciones:

“Deberíamos recordar que esclavizar a las familias de los kuffar ñinfieles] y llevarse a sus mujeres como concubinas es algo firmemente establecido por la sharia ñley islámica]”. El texto hace referencia explícita a las mujeres yazidíes, que pueden ser legalmente capturadas y obligadas a ser “esclavas o concubinas del sexo”.

Así, los adolescentes son reclutados como combatientes, mientras que las mujeres están destinadas a ser concubinas. Las más jóvenes y hermosas son para los milicianos de grado más alto, mientras que a las otras las encierran en verdaderas salas de tortura y están condenadas a sufrir la violencia de los extremistas menos importantes.

El Estado Islámico considera a los yazidíes devotos paganos del diablo y, por tanto, merecedores de la esclavitud o la muerte. El calvario de los yazidíes comenzó en agosto pasado, cuando los hombres del comando de Abu Bakr al-Baghdadi lanzaron una ofensiva en sus pueblos, en la región de Sinjar (situada en el Kurdistán iraquí, se considera el lugar de nacimiento de los yazidíes).

Entonces, miles de personas se vieron obligadas a huir hacia las montañas cercanas, en la frontera entre Iraq y Siria. Luego vinieron las batidas y los ya conocidos secuestros.

Muy pocas consiguen escapar, y todavía son menos las que se ven capaces de describir la violencia que han sufrido. Entre las supervivientes algunas han dejado de hablar, otras se arrancan el pelo sin parar y otras se provocan cortes en los brazos y las piernas.

Ketan, de 16 años, lo ha conseguido. “Cuando me capturaron, en agosto, no quería soltar la mano de mi abuela. Entonces me apuntaron con una pistola en la cabeza y mi abuela me dijo: «Ve, por lo menos vivirás»”. El hombre que la capturó también se llevó a su hermana pequeña, de sólo 11 años: “No podía ni hablar ni llorar”. Fue la última vez que la vio.

Durante varias semanas Ketan fue trasladada de una prisión a otra, con grandes grupos de otras jóvenes secuestradas: “Nos vendían como animales en una subasta, debíamos de ser unas mil” La ciudad siria de Raqqa y la iraquí de Mosul, las dos bajo el control del Estado Islámico, son las dos principales “sedes de subastas”.

El precio de la mujer se fija en función de la edad y la belleza, y va desde unos pocos cientos a unos miles de dólares. No existen estadísticas fiables sobre el número de mujeres capturadas por el Estado islámico, pero pueden ser desde unos pocos cientos a varios miles.

“Oía los gritos de las chicas que sacaban de las salas comunes para ser violadas. Sucedía a cualquier hora. Después de meses en estas condiciones, me anunciaron que al cabo de un par de días me darían en matrimonio. Fue entonces cuando decidí escapar, aunque con muy pocas posibilidades de éxito. Estaba en Mosul”, confiesa Ketan.

En el medio de la noche, y tras escapar por una pequeña ventana, corrió durante horas hasta que se encontró con una casa. Allí la socorrió un hombre kurdo que gracias a conocidos descubrió que algunos parientes lejanos de Ketan habían encontrado refugio en el Kurdistán sirio, en el campo de refugiados de Newroz, a las puertas de la ciudad de Derik. Aún no se ha sabido nada de sus padres, su abuela y su hermana.

El cautiverio de Fenik, de 14 años, duró cerca de un mes, durante el cual sus captores la golpeaban “para hacerle un regalo”. En un par de ocasiones le extrajeron sangre con una jeringa para hacerla más débil y dócil.

La llevaron por la fuerza a Faluya, pocos kilómetros al oeste de Bagdad, y la vendieron a un hombre “gordo y viejo” que vivía con sus hermanos en una casa grande. “No me daba mucho de comer, y yo intentaba oponerme a ellos mediante la resistencia pasiva. Pensé varias veces en quitarme la vida, pero luego me acordaba de mis padres y mis hermanos… Seguía adelante sólo por ellos”, dice entre lágrimas Fenik.

Fenik huyó de la misma manera de Ketan. Ahora está en el campo de refugiados de Ba’adra, no muy lejos de Sinjar.

“Nos hacían mirar los famosos vídeos de las decapitaciones. En algunas grabaciones se veían las cabezas metidas en ollas de cocina. Y los milicianos nos preguntaban: ‘¿Sabes quién es?’. Y después empezaban a reírse.

“Presa de la desesperación, una de mis compañeras de prisión se ahorcó; otra lo intentó, pero los de Daesh (el acrónimo árabe de Dawlat al-Islâmiyya fî al-Irâq wa s-Shâm, como también se llama el Estado Islámico) la detuvieron y la golpearon hasta hacerla sangrar”, cuenta Fenik, quien asegura que después de eso ninguna otra trató de quitarse la vida.

Fuente: Agencias

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