Convencido de que actualmente Morena carece de vida orgánica y que deja solo al presidente López Obrador en la defensa de sus proyectos, el politólogo Gibrán Ramírez desgrana, en entrevista, por qué decidió competir por la presidencia de ese partido. Una de las causas fundamentales, dice, es que se requiere urgentemente un relevo generacional en la dirigencia.
Por Álvaro Delgado/ Proceso
Gibrán Ramírez, el joven politólogo que irrumpe para confrontar a las avejentadas “castas” de la izquierda, no duda: el partido del gobierno de Andrés Manuel López Obrador es un desastre y, en los hechos, no existe: “Morena es un membrete sin vida”.
–¿Por qué un membrete?
–Porque ha dejado de tener una vida orgánica. Su única vida orgánica se ha concentrado en pocos cientos de personas a lo largo del país, que dependen orgánicamente de las burocracias de la Ciudad de México y reproducen las pugnas.
Ha sido también la conducta “patrimonialista” de los grupos de Morena, la que ha impedido una mínima institucionalidad, señala, cuya falta de programa y de propuestas sólo garantiza mayor deterioro: “Hace falta una renovación de las élites de la izquierda”.
Con toda su vitalidad y preparación académica, curtido también en la esgrima verbal con la oposición y seguidor de López Obrador desde que tenía 14 de sus 30 años de edad –la mitad de su vida–, ha decidido ir por la presidencia de Morena: “Si no hay partido, hay que construirlo”.
Hasta ahora, salvo esfuerzos aislados como el Instituto de Formación Política, Morena está en parálisis y con toda su militancia abandonada: “La única dirección política que recibe son las mañaneras del presidente”.
En entrevista con Proceso, la mañana del miércoles 26, Gibrán Ramírez afirma que quiere presidir Morena para convertirlo un partido político abierto, democrático y de izquierda popular, que construya su programa de abajo hacia arriba con base en “los dolores de la gente”.
Explica: “Decía Jorge Eliécer Gaitán que la cualidad del dirigente, y ahí entraría López Obrador, tiene que ser procesar los dolores de la gente y devolverlos en forma de demanda política, y el programa del obradorismo se construyó así. Yo creo que lo entiendo bien”.
Y alerta sobre un mayor deterioro de Morena: “Es un riesgo grave, muy grave. De la elección de la dirigencia y de la gestión de 2021 depende que esos tres rasgos se establezcan y se haga viable al partido o que la perredización domine y acabe convirtiendo a Morena, sin querer, en un sucedáneo del PRD”.
Morena puede no ser el partido de la Cuarta Transformación –“es claro que ahorita no es”–, insiste el joven dirigente, y advierte que el pasmo tras el triunfo de 2018, con la presidencia de Yeidckol Polevnsky, se ha ido profundizando con Alfonso Ramírez Cuéllar.
Fragmento del reportaje publicado en la edición 2287 de la revista Proceso, ya en circulación.