Silvia Ribeiro*
Un estudio reciente dirigido por el doctor Gilles-Eric Seralini, de la Universidad de Caen, Francia, mostró que ratas de laboratorio alimentadas con maíz transgénico NK603 de Monsanto (con y sin glifosato, el herbicida más usado en transgénicos) sufrieron muerte prematura y desarrollaron tumores y problemas hepatorrenales graves. El estudio, que fue publicado en una revista científica revisada por pares (Food and Chemical Toxicology), es muy significativo, por ser el más amplio de los estudios de alimentación con transgénicos realizados hasta el momento. Se realizó durante dos años, el ciclo total esperado de vida de esas ratas.
Ante estos resultados, Francia decidió suspender la importación de maíz y realizar estudios de verificación. Rusia prohibió la importación de maíz transgénico. México, centro de origen del maíz, donde el maíz tiene el mayor porcentaje mundial de consumo humano, no tomó absolutamente ninguna medida de precaución. Por el contrario, ese maíz transgénico sigue presente en diversos alimentos. Más grave aún: el gen 603 de Monsanto está presente en la mayoría de las 15 siembras piloto de maíz transgénico aprobadas por la comisión de bio(in)seguridad, a favor de Monsanto y otras. Monsanto solicitó además plantar 700 mil hectáreas en Sinaloa del mismo maíz transgénico que generó tumores en ratas, para su venta comercial en todo el país u otros.
Los resultados del estudio de Seralini son preocupantes y se suman a varios anteriores que arrojaban resultados en el mismo sentido. La revisión de otros estudios sobre transgénicos en alimentación, no tan amplios como el ahora publicado, llevó a que la Asociación Americana de Medicina Ambiental llamara en 2009 a una moratoria en el uso de transgénicos en alimentos, a pedir estudios más estrictos antes de aprobarlos y a llamar a los médicos a que aconsejen a sus pacientes evitar los transgénicos. Ya entonces listaban la evidencia de riesgos serios del consumo de transgénicos (a partir de experimentos con animales) como infertilidad, desregulación inmune, envejecimiento acelerado, desregulación de genes asociados con síntesis de colesterol y regulación de insulina, cambios en el hígado, riñones, bazo y sistema gastrointestinal.
Si todo esto es grave, también lo es la campaña de ataques pseudocientíficos al estudio de Seralini, orquestados por empresas como Monsanto y centros de divulgación científica como el Science Media Centre de Inglaterra. De allí han salido críticas al estudio, que pese a ser engañosas y faltas de rigurosidad, han sido tomadas por diversos medios y otros científicos, la mayoría ligados a la industria biotecnológica.
Estos centros tienen muchos recursos para este tipo de campañas masivas: baste ver la lista de patrocinadores del Science Media Center que incluye desde Monsanto y Syngenta a las más grandes transnacionales farmacéuticas, químicas y otras.
Ante esto, un grupo de investigadores independientes de la trasnacionales han publicado una carta abierta, denunciando esta situación y contestando críticas al estudio. La carta, firmada entre otros por los científicos Ann Clark (Canadá), Arpad Pusztai y Susan Bardocz (Hungría), Jack Heinemman (Nueva Zelanda), Michael Hansen (Consumers Union, EU), Allison Wilson, Jonathan Latham (The Bioscience Resource Project) se titula Seralini y la Ciencia: carta abierta y está en varios sitios de la red, entre ellos: http://independentsciencenews.org/
Denuncian que en todos los experimentos científicos en que he encontrado riesgos en los transgénicos han sido objeto de agresiva persecución y ataques, incluso personales. Listan varios casos, incluyendo al doctor Ignacio Chapela, investigador mexicano que expuso la contaminación transgénica del maíz en México en 2001 y que corrió riesgo de perder su puesto en la Universidad de Berkeley. En su caso, se comprobó una campaña orquestada por Bivings Group, una agencia de propaganda contratada muchas veces por Monsanto.
Sería interesante que los que critican en México el estudio de Seralini (como algunos biotecnológos del Cinvestav-IPN) expresaran qué conflictos de interés tienen, cual es su relación con la industria de transgénicos, y con Monsanto en particular, ya que esa empres ha financiado desde hace años programas del Cinvestav.
Este tipo de vínculos seguramente explica que muchas de las críticas que se hacen al estudio de Seralini (por ejemplo, que usó poca cantidad de ratas en cada grupo, que las ratas eran de una raza propensa a desarrollar tumores, que la alimentación no estuvo restringida, entre otras), no se las hayan hecho a Monsanto y el resto de las trasnacionales de transgénicos, que usaron la misma cantidad y el mismo tipo de ratas y que tampoco restringieron la alimentación.
Mientras no se publicaron resultados negativos sobre los transgénicos, a estos científicos que ahora atacan a Seralini por falta de rigurosidad, no les importó que Monsanto usara el mismo método.
Otro dato que denuncia la carta es que los estudios sobre transgénicos están diseñados por la industria –y aceptados por las agencias regulatorias– para extenderse sólo por un tiempo limitado, evitando así la manifestación de muchos problemas. Los transgénicos, en México y en el mundo, son aprobados basados en los estudios de las propias empresas, no a estudios o experimentos independientes.
El experimento lo hace Monsanto con toda la población, que no podemos asegurar si hay transgénicos en lo que comemos, porque las mismas trasnacionales combaten ferozmente el etiquetado ¿Por qué será si según ellos no tienen daños?
* Silvia Ribeiro es iInvestigadora del Grupo ETC
Fuente: www.Jornada.unam.mx