Por Armando Bartra
1. En la inminencia de una elección presidencial que tenía en las nuevas generaciones un público incrédulo y desatento, se desató en México la emergencia estudiantil contra la imposición de Peña Nieto, que puso al país en el mapa de la joven rebeldía mundial.
Los estudiantes ya estaban ahí, agazapados en las redes sociales. Y siguen en la web, que por un rato devino pandemónium contestatario. Pero a mediados de 2012 salieron a las calles transformadas en carnaval antiautoritario lleno de humor y de ira.
Después de un receso de casi medio siglo l@s chav@s reaparecieron en el escenario político reivindicando la democracia. Un cartel del politécnico me conmueve: “Somos nietos de los que no pudieron matar, hijos de los que no pudieron callar y alumnos de los que no pudieron comprar…” El 2012 fue el 68 del tercer milenio. Los del viejo 68 ya podemos morir en paz.
2. Siguiendo la analogía, tendremos que reconocer que el 1º de diciembre de 2012 el juvenil movimiento contra la imposición tuvo su 2 de octubre. Un episodio represivo menos cruento que el de 1968, pero igualmente traumático.
La imposición finalmente se consumó y lo hizo con descaro y estruendo: Peña Nieto compró impunemente la Presidencia y el 1º de diciembre, con pompa y circunstancia, tomó posesión del cargo.
Los jóvenes que ese día protestaban en los alrededores de San Lázaro fueron salvajemente agredidos por los policías federales, que emplearon balas de goma y granadas de gases lacrimógenos disparados al cuerpo. El saldo: un estudiante perdió un ojo y un teatrero deLa sexta estuvo a punto de morir. Ni los ejecutores directos ni el jefe de la policía ni el secretario de Gobernación –cuya renuncia pidió ese mismo día López Obrador– han respondido por el crimen inaugural del sexenio. ¿Y la Ley de Víctimas?
En otro ámbito urbano, cerca de 100 personas de las muchas que protestaban en el centro de la ciudad fueron detenidas arbitrariamente por la policía del Distrito Federal, y aunque a la postre todos fueron excarcelados, a algunos se les fincaron cargos.
3. Así, en el arranque de 2013, hay entre los jóvenes frustración y coraje. Frustración y coraje que son caldo de cultivo para los radicalismos y las conductas intempestivas y airadas ¿Podía ser de otro modo? ¿Alguien esperaba que encajaran el golpe y regresaran a casa a lamerse las heridas y lamentarse en las redes sociales?
Es verdad que en muchos hay desánimo, desilusión, descreimiento en que la participación política o la movilización social tengan algún sentido. Pero en otros hay ira: ganas de devolver el golpe, de desquitarse de un sistema que impone, que reprime, que maltrata, que humilla…
El 68 del pasado siglo dejó un fermento de democracia, pero también prohijó rebeldía armada. Pienso que 2012 inauguró una etapa de participación juvenil en las luchas sociales, pero también ha dado paso, no a terrorismo y guerrilla –algo hemos aprendido–, sí a un activismo duro y violento. Activismo ciertamente provocador, contraproducente y en modo alguno justificable, pero entendible dado el contexto y los antecedentes.
4. Dos meses después del cruento 1º de diciembre, en el Colegio de Ciencias y Humanidades de Naucalpan hay un enfrentamiento entre trabajadores y estudiantes, y algunos de éstos son expulsados. La sanción y una reforma en curso de los planes de estudio, que se cocinaba al margen de docentes y educandos, desatan importantes movilizaciones y, como parte de ellas, el 6 de febrero un grupo toma la dirección general de los CCH, que luego abandona. El 19 de abril otros ingresan con violencia en la torre de la rectoría de la UNAM, que una semana después mantienen parcialmente ocupada.
Si es verdad que más allá de la orientación que tiene la reforma propuesta para el CCH, la privatización de la educación pública está en curso; si es verdad que quizá no la UNAM, pero sí la SEP, está ajustando los planes de estudio para formar egresados conformistas, acríticos y funcionales al sistema; si es verdad que vivimos en un orden político que además de injusto y excluyente es autoritario y represivo, lo que no necesariamente aplica al rector Narro. Si todo esto es verdad, no debiéramos sorprendernos tanto de que algunos jóvenes respondan con acciones ácidas, virulentas y dirigidas a donde no debían. Y sobre todo no debíamos pedir que los ajusticien.
Sin duda hay provocadores profesionales colados en los movimientos, porque es claro que la violencia beneficia al régimen, pero lo que hoy sucede no se explica por la presencia de infiltrados de la derecha. Lo que sucede es un síntoma; un síntoma alarmante ante el cual hay que responder sin fáciles satanizaciones.
5. Y los jóvenes están respondiendo. Lo nuevo en las escuelas no son sólo las acciones contundentes de unos cuantos, hay también diálogos masivos, debates multitudinarios en auditorios y explanadas. Por el momento es la política y no la policía, la que irrumpe en el campus. Y esto es una señal de los tiempos, una señal alentadora.
Fuente: La Jornada