Casi 1.200 mujeres desaparecidas o asesinadas. Muchas de ellas menores de edad. Todas aborígenes. Esto último, aseguran los críticos, fue el motivo por el que la administración no se molestó en investigar en profundidad estos crímenes, alimentando casi con certeza un ciclo de impunidad que ha durado tres décadas.
Estos son los escalofriantes datos que maneja la fiscalía canadiense. La investigación, una reivindicación histórica de las asociaciones de nativos canadienses, ha tenido que esperar a la llegada de Justin Trudeau al Gobierno para recibir respaldo oficial. “Las víctimas merecen justicia, sus familias una oportunidad para curar sus heridas y que se les escuche”, dijo Trudeau el pasado 8 de diciembre, al anunciar el inicio de la investigación, a la que su predecesor, el conservador Stephen Harper, se había resistido firmemente. “Debemos trabajar juntos para poner fin a esta tragedia en marcha”, declaró Trudeau.
La última frase no era retórica: de acuerdo con la prensa canadiense, siguen desapareciendo mujeres indígenas en los barcos del lago Ontario, probablemente secuestradas y vendidas a traficantes de personas estadounidenses, que las obligan a prostituirse, según denunció el pasado 7 de enero Carolyn Bennet, la Ministra de Asuntos Indígenas. “Se montan en un barco, y entonces desaparecen”, explicó Bennet.
Pero lo que ha sucedido en Canadá en estos años es todavía más siniestro: muchas de las 1.181 víctimas de la lista fueron brutalmente asesinadas por hombres violentos, en ocasiones por vecinos o parientes, pero también a manos de desconocidos, e incluso por asesinos en serie. Según cifras oficiales, una mujer indígena tiene cuatro veces más posibilidades de ser asesinadaque una de raza caucásica: aunque son apenas un 4,3% de la población femenina de Canadá, suponen el 16% de víctimas de dicho sexo, y un 11% de las mujeres desaparecidas. En regiones como Saskatchewan, esta última proporción se dispara hasta el 59%.
No es que en Canadá no se hayan dedicado esfuerzos al asunto: la Real Policía Montada del Canadá y dos comisiones oficiales en 1996 y 2012 han realizado investigaciones al respecto. Pero sus conclusiones han sido ignoradas por los gobiernos federales. “Se ha excluido a las familias, los abogados se han hecho ricos, muchos se han llenado el bolsillo, se han hecho muchas recomendaciones, pero ¿cuántas se han puesto de verdad en práctica? No muchas”, declaró Bernadette Smitth, cuya hermana desapareció en 2008, al diario “The Guardian”. “Todavía hay mujeres muriendo ahí fuera”.
El racismo, el problema de fondo
La Asociación de Mujeres Nativas de Canadá ha documentado en profundidad 582 de estos casos, y ha extraído conclusiones interesantes: la mayoría de los casos (3 de cada 4) ocurrieron en áreas urbanas, lo que apunta a que muchas de estas mujeres eran migrantes económicas en especial situación de vulnerabilidad. Además, casi la mitad de los asesinatos quedan sin resolver, lo que contrasta con las estadísticas cuando la víctima es de raza blanca, crímenes que son resueltos un 84% de las veces. El problema de fondo, aseguran los críticos, es el racismo, tanto entre los perpetradores como entre las fuerzas de seguridad responsables de investigar y prevenir los crímenes.
“Los estereotipos racistas y sexistas niegan la dignidad y el valor de las mujeres indígenas, promoviendo el sentimiento en algunos hombres de que pueden cometer impunemente actos de violencia y odio contra ellas”, asegura la rama canadiense de Amnistía Internacional, que ha tratado extensamente el tema. “Muchas fuerzas policiales han fracasado a la hora de instituir las medidas necesarias, como la formación, los protocolos apropiados de investigación, y los mecanismos para exigir responsabilidades, paraeliminar los prejuicios a la hora de responder a las necesidades de las mujeres indígenas y sus familias”, dice la ONG.
Canadá ha lanzado también estos días una Comisión de la Verdad y la Reconciliación que, entre otros asuntos, ha abordado el brutal trato que afrontaron 150.000 niños aborígenes durante el pasado siglo, internados de forma forzosa en escuelas religiosas, donde fueron sometidos a abusos psicológicos y sexuales, a castigos desproporcionados y a torturas. “Se les despojó de su amor propio y se les despojó de su identidad”, concluyó Murray Sinclair, autor de un estudio de 4.000 páginas presentado en la Comisión, quecalificó lo sucedido de “genocidio cultural”. Más de 6.000 niños murieron. Sus cuerpos fueron enterrados en tumbas sin identificar.
“Nuestro objetivo, mientras avanzamos juntos, es claro: quitarnos esta carga de nuestros hombros, de los de vuestras familias y comunidades”, declaró Trudeau en diciembre, en un encuentro a supervivientes de esos centros. El nuevo ejecutivo canadiense ha prometido nuevos planes de desarrollo y ayuda para las comunidades nativas, y Trudeau ha pedido una“reconciliación plena” entre los pueblos indígenas y el resto de la sociedad canadiense. El primer paso, aseguran quienes respaldan la causa aborigen, esque se sepa la verdad.