Por Epigmenio Ibarra
Escribí aquí hace unos meses que el miedo sería el instrumento utilizado por el PAN y el PRI para derrotar a la izquierda. Hablaba entonces de cómo la guerra sería utilizada, como arma electoral, por Felipe Calderón Hinojosa.
Ante la amenaza del narco, empeñado en acciones cada vez más sangrientas y el despliegue masivo de la fuerza militar en gran parte del país, la masa aterrorizada, porque en masa nos convierte el miedo, pediría, en las urnas, mano dura.
En esas condiciones solo el proyecto autoritario de la derecha tendría posibilidades de triunfo. Me equivoqué. No fue tanto la guerra como la paz aparente la que decidió, en parte, el resultado de unos comicios plagados de irregularidades.
No fue así porque, precisamente, al arranque de las campañas políticas los índices de violencia se redujeron dramáticamente. No hubo durante esos días masacres, balaceras, decapitados. Los cárteles de la droga, las mismas fuerzas federales redujeron significativamente sus operaciones.
Solo en ese ambiente de paz relativa, gracias a esa suspensión no decretada pero quizá pactada de hostilidades, pudo moverse la maquinaria priista con absoluta tranquilidad y llevar a cabo sus maniobras financieras y electorales.
Apenas terminado el proceso recomenzaron los bloqueos, las balaceras y combates, a tal grado que agosto ha sido uno de los meses más violentos del trágico y fallido sexenio de Calderón.
Pareciera que el crimen organizado que, una vez votó en Tamaulipas asesinando al candidato, volvió a votar ahora pero, por el contrario, renunciando a la violencia.
Más que el miedo a la barbarie del narco, lo que operó en muchos electores fue el miedo a la violencia más sutil pero también más extendida de los caciques priistas.
Sabedores de que son ellos los inventores de la ley de plata o plomo no les fue fácil a muchos cruzar la boleta por el candidato de su preferencia luego de haber recibido dinero del PRI.
Consumaron entonces, estos ciudadanos amedrentados, una traición que, desgraciadamente, habremos de pagar todos. Poco se ha escrito sobre el peso de la coacción en la compra de votos. Menos del miedo que el PRI, el mismo PRI de siempre, despierta en millones de ciudadanos.
Jugó pues en estos comicios el miedo pero de otra manera. El terror combinado con la miseria espiritual y cultural que, por el trabajo corrosivo de la tv, es, desgraciadamente, un flagelo aún más grave que la pobreza, condujo a la “elección” del pasado como futuro.
Una vez bendecida la imposición de Peña Nieto por el TEPJF, casi sincrónicamente con la misma, acompañando las deliberaciones de los magistrados, se registró un muy significativo repunte de la actividad violenta del narco.
Una nueva oleada de miedo invade ahora a la ciudadanía. Impera un estado de crispación general. La gente teme, otra vez, por su vida y la de los suyos. Cree advertir señales de peligro en todas partes y es pasto fértil para campañas de desinformación.
Desde el poder y los medios convencionales se empata subliminalmente la violencia del narco con la supuesta violencia de quienes resistimos frente a la imposición.
Se trata de sembrar en la población la sensación de que a la paz la ponemos en peligro quienes nos manifestamos contra Peña Nieto. En el mismo saco que a los narcos se pone a activistas políticos que cumplen con un derecho y un deber.
Asistimos, reeditada, a una nueva fase de la campaña “un peligro para México” ahora utilizada para franquear el paso, sin contrapeso alguno, a Enrique Peña.
Apenas este jueves, como reflejo de este ambiente de crispación, se ha vivido una situación de mucha tensión en el oriente del valle de México.
Un sangriento enfrentamiento entre antorchistas y grupos perredistas sembró el temor en amplias capas de la población. El miedo ahora una de las zonas más pobladas y de donde, previsiblemente, saldrán contingentes importantes para participar en la concentración convocada por López Obrador este domingo en el Zócalo.
En Twitter y Facebook comenzaron a correr rumores de saqueos y en los medios convencionales comenzaron los opinadores a descalificar, por ese hecho y de inmediato, a las redes sociales.
No admiten los conductores de noticiarios que, en gran medida, la rapidez con que han corrido estos rumores se debe, precisamente, al descrédito generalizado de los medios convencionales para los cuales trabajan y quizá también a la operación que, en las mismas redes, realizan algunos para, con el miedo, desalentar la resistencia.
Nacida al servicio del poder, convertida ahora en poder, la tv ha perdido, pese a su enorme penetración, la confianza de millones de personas que saben cómo le ha dado la espalda al país.
Surgen entonces, en las redes sociales, nuevos instrumentos de información. Se vuelven los ciudadanos reporteros, corresponsales hiperlocales que cuentan lo que sucede en la cuadra, en la colonia.
Nuestro deber, sin embargo, y habida cuenta que si la tv es de unos pocos y las redes son de todos, es hacer un uso responsable de las mismas.
Más que para propagar el miedo las redes han de servir para liberarnos de él. Más cuando sabemos que son las redes, ante la sumisión de los medios al poder, el único medio de articulación social que nos queda.
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Artículo publicado originalmente en La Jornada