Por Eduardo Galeano
Los que trabajan tienen miedo a perder el trabajo. Los que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo. Quien no tiene miedo al hambre tiene miedo a la comida.
La democracia tiene miedo a recordar y el lenguaje tiene miedo a hablar. Los civiles tienen miedo a la policía, los militares a la falta de armas, las armas tienen miedo a la ausencia de guerras.
Es tiempo de miedo. Miedo a la ausencia de vallas, miedo al tiempo sin relojes, miedo a la libertad. Miedo a la noche sin somníferos, miedo al despertar sin píldoras, miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo a no poder comprar sin visa, miedo a la vida sin intermediarios.
El temor está en el centro de muchas dinámicas sociales y políticas: miedo a ser despedido por apoyar a unos y no a otros, miedo a decir lo que uno piensa verdaderamente, miedo a estar en contra o a favor, miedo si no se acatan las ordenes aunque sean abusivas e injustas… El pánico se ha convertido en el lenguaje dominante que refleja y explica lo que está pasando, vivimos en la época de los traficantes del miedo…”
En este mundo sin asideros, el control de los medios de comunicación por parte de los traficantes del miedo nos da la imagen de un mundo “hostil” que necesita de protección. Y se hace con tal grado de abstracción que la alarma en el mundo actual es más difusa. En épocas pasadas, el ser humano tenía miedo a cuestiones concretas: guerras, hambrunas, catástrofes. Hoy desconfiamos de lo que sucede, pero no podemos concretar a qué tenemos miedo exactamente. En una reciente cumbre social celebrada en Roma, se concretaba que el 90% de los habitantes metropolitanos tenía algún tipo de miedo y el 42,4% sentía miedo fuerte.
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias