Por Alma Delia Murillo
En diciembre la vida baja como un rumor, como una solución líquida inyectada en las venas, como una euforia fría e inaudita que muerde hasta los huesos. Qué ganas de llorar abrazada a alguien, supongo que es la alegría de saber que algo termina.
Hoy quiero contarles que mi fin del mundo sí ocurrió: sucedió despacio, dolorosa pero gentilmente se fue desgranando hasta dejarme una colección de vacíos. Y también una colección de gratitudes.
Hoy quiero desearles que cada uno tenga su fin del mundo porque es vital que nuestro mundo se acabe cada tanto.
El mío se terminó por partes: yo era una con alguien hasta que un día ya no pudimos serlo. Yo quise ir al mar pero el mar no me quiso y me devolvió al asfalto. Quise irme de la ciudad pero ella me abrazó con tanto amor que me trajo de regreso. Quise ser madre pero la vida dijo no. Eso constituía mi mundo hasta hace muy poco tiempo.
Qué pequeño era mi mundo, qué pequeños son todos los mundos. Y por eso son hermosos. Diminutas burbujas palpitantes a las que hay que presionar para que se rompan y salga la humedad que llevan dentro.
Hoy quiero extenderles una invitación a la fiesta de su propio final, a su íntima fiesta de renuncias. Ojalá que acepten y vayan en sus mejores galas o desnudos pero vayan.
Si tiembla demasiado fuerte: aguanten.
Si el vacío corta la respiración y la angustia parece un monstruo gigante dispuesto a devorarlo todo: aguanten.
Esperen a que su universo se rompa y provoquen que la grieta sea tan grande como para que puedan volver a parirse a sí mismos.
No hagan planes ni propósitos, que el proyecto sea vivir lo que la vida traiga con la pasión y las ganas suficientes. Lo demás es vanidad.
Mi mundo se acabó y me dejó el vientre vacío, limpio y brillante, listo para parir un mundo nuevo que no sé ni cómo será pero será.
Por eso digo salud. Salud por todos sus finales, por todas sus pérdidas, por todos sus ya no.
Salud por el fin de ciclo, por cada fragmento de día que sudamos sin renunciar a la vida.
Por las batallas que no terminan.
Salud por lo que vendrá como un nuevo sol, como un sí frenético a enredarles la vida y a llenarles el cuerpo.
Salud por ustedes que me leen, porque le han dado sentido a mi pasión. Y forma. Y nombre. Y certeza. Los miro de frente como un animal cariñoso y agradecido. Los abrazo, los acompaño, me acompañan.
Antes de despedirme y desde el fondo de mi alma, esto es lo que pido para ustedes:
Les deseo que se mueran. De amor o dolor, de sí mismos, de algún modo: que se mueran. Para que puedan volver de entre los muertos y la vida sea distinta.
Les deseo un bosque espeso de bendiciones.
Y les vuelvo a desear tantos finales como principios.
Y que nuestras copas suenen con tal estruendo como si se acabara el mundo: ¡Salud!
@AlmitaDelia
Fuente: Sin Embargo/ Fotografía: Carlos Estrada (@cestrad5)