Por Víctor Flores Olea
Muchas pudieran ser las causas de esa indefinición, pero sin duda una de las más importantes es la vigencia del llamado Pacto por México, inventado por Enrique Peña Nieto para contar con una mayoría “casi” automática en el poder legislativo. Desde luego, esa invención no es banal sino llena de implicaciones políticas de todo tipo en una sociedad como la nuestra.
Desde luego, es insólito que una organización política como el PRI, digamos “centrista”, convoque a los partidos de derecha e izquierda en el país, al PAN y al PRD, para sumarse a su perspectiva política y a batallar por ella. Y lo más extraordinario es que tales partidos de la izquierda y de la derecha hayan atendido al llamado del jefe “realmente existente” del PRI, el Presidente de la República Enrique Peña Nieto, y se hayan sumado con bastante docilidad a la convocatoria de ese partido, por supuesto entre polémicas y rechazos de infinidad de sus integrantes.
Para muchos mexicanos el Pacto por México tiene la virtud mayor de haber sido un éxito político y logro indiscutible del Presidente y su partido. Y de haber respondido a su queja principal de que este país sólo puede gobernarse ordenadamente con una mayoría parlamentaria: la existencia del Pacto se aproxima bastante a esta carencia. Y es que a los objetivos políticos más caros de Enrique Peña Nieto se suma ahora la presión permanente y los compromisos derivados del Pacto. No tan fácilmente, después del Pacto, se presentaría una desbandada de los partidos de derecha e izquierda (PAN y PRI) oponiéndose abierta y militantemente a alguno de los objetivos del Pacto.
En todo caso, Peña Nieto tiene un argumento político sólido recordando a los reales o posibles desertores los compromisos políticos que se derivan de su pertenencia al Pacto. Las vías de salida no son fáciles, en todo caso los costos son mayores para los partidos políticos adherentes (PAN y PRD) que para el convocante principal (el PRI).
Es verdad todo lo anterior pero me parece que ya se manifiestan los costos políticos que inevitablemente pagan y habrán de pagar en el futuro los partidos adherentes. Todo indica que el “momento de la verdad” o “prueba de fuego” será la presentación por Peña Nieto de las llamadas “reformas estructurales” que suponen la reforma privatizadora de los hidrocarburos, incluidas las reformas constitucionales a que aspira Peña, y la reforma hacendaria probablemente con descaro reforzando la posición privilegiada de los grupos oligárquicos de dentro y fuera de México e incrementando las desigualdades sociales al interior del país.
En este terreno, el de la igualdad social, sí parece inédito el gobierno de Peña Nieto, salvo el deslavado programa contra el hambre de la deslavada funcionaria que lo fue de un partido de izquierda (¿en aquella época?) Rosario Robles.
Pero antes de los “encuentros mayores” y “definitivos” la pertenencia al Pacto ha cimbrado ya a los partidos políticos adherentes. Es verdad que sus rezones de división tienen muchos otros motivos, pero a ellos se ha sumado el de la posición que asumen como adherentes al pacto. Para el PAN, que digamos en principio es menos ideologizado, las “reyertas” se concretan mayormente en diferencias entre personas y grupos. Que tienen importancia en la medida en que el PAN tiene importancia nacional. Para la izquierda, sus grupos, corrientes y propuestas organizativas, las diferencias y polémicas cobran un sentido mucho más hondo.
Ejemplificando, y sin ánimo de ser exhaustivo, encontramos por un lado a la Morena de Andrés Manuel López Obrador. Por el otro al PRD, esencialmente, por lo que se ve, en manos de los “chuchos”, pero contando también con Cuuthámos Cárdenas que en estos casos reacciona generalmente por la “ortodoxia” de la tradición de izquierda, que es la suya y la de su señor padre, que sin duda lo llevará por todos los motivos imaginables y desde donde esté a oponerse activamente a cualquier forma de privatización del petróleo y de Pemex. En esto de aproxima extraordinariamente a Andrés Manuel López Obrador y en menor medida, a lo que parece, al “Movimiento Progresista” que acaba de lanzar Marcelo Ebrard.
La izquierda mexicana, como la Medusa de la mitología, exhibe muchas cabezas (inclusiva en el futuro faltaría, por qué no, la de Miguel Mancera) lo cual convierte a esta ala en una tremenda arena movediza cuyo porvenir no es fácil definir.
Por cierto en una consideración muy amplia no resulta aventurado sostener que México en conjunto, políticamente hablando, es sobre todo un país de izquierda (numéricamente), aun cuando la organización concentrada y su poder económico, en estos tiempos decisivos, pertenece sobre todo a la derecha, a la oligarquía compacta de los que tienen más y mayor influencia en muchos campos de la actividad nacional, especialmente en la información y difusión de hechos, ideas y corrientes que muestran el músculo y el poder de la derecha.
Sí, una de las debilidades mayores de la izquierda en México es la de su división y ausencia de unidad, aunque haya un ramillete importante de “líderes”. “jefes” y potenciales “guías”. Probablemente aquí se encuentre el principal problema: la organización de grupos o movimientos políticos resulta en México una de los más redituables inversiones de tiempo y esfuerzo, a lo que cabría sumar, por supuesto, sus resultados en términos de ejercer funciones de representación popular del más variado tipo. Para infinidad de estos militantes tal resulta un panorama con el que no soñaban hace poco.
¿Pero políticamente qué resultará de todo esto?, nos preguntamos muchos de nosotros al lado de muchos mexicanos con preguntas semejantes. Obviamente no hay respuesta directa a este acertijo, pero sí puede sostenerse que en esta generación y la siguiente las formaciones y organizaciones de la izquierda avanzarán extraordinariamente, se “multiplicarán” previsiblemente, hasta el punto de “competir” en términos análogos con las fuerzas de la derecha en México, desde luego en el aspecto electoral, pero también en el organizativo y de militancia nacional amplia. Y, por supuesto, en los terrenos intelectual y de entendimiento de la realidad del país y del mundo.
El futuro, del que ya formamos parte, será en México el de una izquierda ilustrada y democrática que triunfará social y políticamente, en principio, por su superioridad intelectual y cultural.
Fuente: La Jornada