Por Lydia Cacho
Hace meses escribí un tuit diciendo que alguien suplantaba mi identidad en Facebook. De inmediato, algunos opinadores que ni se enteran me preguntaron si me sentía tan única que creo que no puede existir otra Lydia Cacho en el mundo. Seguramente tengo algunas homónimas, pero éste no es el caso. La página tiene fotografías mías, la mantienen al día siguiendo mis pasos en todo evento público al que asisto; está conectada a mi Twitter (al que tuve que ponerle @lydiacachosi porque ya alguien había tomado mi nombre simple diciendo en el perfil que es periodista y feminista mexicana), y cita mi blog personal como fuente de sus posts.
La primera vez que vi ese perfil de Facebook fue cuando algunos amigos me reclamaron que no aceptase su solicitud de amistad. Mi respuesta fue la de siempre: no tengo Facebook. Por eso entré, para descubrir tres perfiles con mi nombre y mis fotografías. Sin embargo es uno en particular el que me preocupa. Quien quiera que sea la persona que tiene tiempo para seguir cada paso que doy y suplantar mi nombre e imagen, ha decidido también opinar por su cuenta a nombre mío, allí comienzan los verdaderos problemas.
Y comienzan los problemas no solamente porque su redacción deja mucho que desear, sino porque opina insultando a políticos y haciendo acusaciones que nunca he hecho yo misma, lo que me pone en riesgo. Tal es el caso de su último post, en el que hace unos días insultó a Miguel Ángel Yunes, candidato en Veracruz, y llama a la sociedad veracruzana a no votar por él. El diario e-consulta decidió tomar esa opinión por buena y a su vez la publicó con un encabezado provocativo “Reprueba Lydia Cacho que Yunes incremente poder con el PAN”. De inmediato, los enemigos políticos de Yunes en esa entidad costera retomaron la nota y la subieron de tono, la citaron en la radio y en redes sociales. El reportero de e-consulta no se tomó la molestia de preguntarme a mi Twitter (que está certificado) si era cierta esa observación o si tenía algo más que decir, la dio por buena.
Debo decir que desde el 2004 en que publiqué Los demonios del edén: el poder detrás de la pornografía infantil, en el que no yo, sino las niñas víctimas señalan sistemáticamente como cómplices de pederastia a Yunes y a otros políticos como Gamboa, he recibido amenazas de muerte, me han hostigado, encarcelado, y espiado. Yo los investigué a partir de las declaraciones de las pequeñas víctimas y corroboré lo que las pesquizas judiciales hallaron. Obtuve evidencia de la amistad, cercanía y sociedad de estos personajes con Succar Kuri, el pederasta y productor de pornografía infantil hoy sentenciado a 113 años de cárcel. Es decir: no publiqué una opinión a la ligera, sino el resultado de una investigación formal.
Desde entonces hasta la fecha he asumido las consecuencias de mis propias investigaciones y del contenido de cada uno de mis libros y columnas, de cada tuit incluso. Luego de años de sufrir la aplicación de la justicia como método de escarmiento, gracias a poder político de varios de los denunciados en mi libro, gané cada caso y demostré que el contenido de mi libro es veraz. Sin embargo, hasta la fecha vivo con medidas cautelares. Entiendo que muchos de mis enemigos lo son de por vida.
Las penúltimas amenazas de muerte que recibí llegaron desde Veracruz, pudimos identificar la IP (huella cibernética) y el servidor en el estado gobernado por Duarte, el estado en el que más periodistas han perdido la vida luego de recibir amenazas. La cosa pues, es seria, porque si bien he estado y estoy dispuesta a jugarme la vida por revelar violaciones a los derechos humanos, así como por investigar a políticos, empresarios y criminales coludidos en ellas, resulta inquietante recibir una llamada para hacerme saber que seré demandada penalmente por algo que ha publicado una tercera persona que suplanta mi identidad.
Es cierto que hay miles de perfiles de personas famosas en las redes sociales, que los clubes de fans abren páginas de sus artistas, autores o escritoras favoritas, que en ellas publican sus fotos y suben información que es pública, pero lo hacen para difundir su obra, no para asumir su identidad como en este caso. Debo aclarar que el año pasado en dos ocasiones diferentes entré en el perfil y lo denuncié en el propio sistema sin que nada sucediera. Luego lo olvidé, hasta que volvió a las andadas y me puso en riesgo nuevamente.
Ignoro si es hombre o mujer quien ha decidido abrir ese perfil. Y aunque mis abogados en este momento están buscando la información y exigirán el cierre de ese espacio.
Existe ya un debate importante sobre cómo algunas personas hacen uso, tanto de las redes sociales como de Internet, para suplantar identidades e interceptar correos electrónicos, así como para el robo de identidad que incluye el uso fraudulento de tarjetas de crédito o el hackeo de cuentas bancarias, entre otras formas de estafa. Casos como este hace reflexionar sobre cómo el periodismo se debilita y corrompe al tomar información de cuentas de redes sociales sin hacer un mínimo de contraste informativo y chequeo de fuentes, regla básica de nuestra profesión.
Y sí, no soy la primera ni seré la última víctima de esta extraña adopción del alter ego cibernético, pero sin duda en mi caso la opinión de alguien más puede costarme la vida, o al menos abrir una puerta más a otra pesadilla como las que ya he vivido.
@lydiacachosi
Fuente: Sin Embargo