¿Qué pasa en estos momentos por la mente de Hipólito Mora: sed de venganza o clamor de justicia..?, se le pregunta.
Titubea un poco. “…De justicia”, responde.
Pasan de las 13:00 horas. El sol cae a plomo. Por lo menos son unos 35 grados. Ahí no hay diciembres fríos. Hipólito Mora lleva casi dos horas declarando ante el Ministerio Público.
“Que chingue a mi madre sí algo de lo que dije no fue verdad”, le escupió al MP. Él no sale de su rancho, de su barricada, pues la montaña fue a él.
“Es por mi seguridad. Vean lo que me hicieron aquí, en mi terreno, con 40 de mis gentes”.
Acepta que usó su arma contra la gente del ‘Americano’. Afirma que después del ataque de la tarde del martes, no soltará las armas, “porque ahora más que nunca, las necesito”.
Dice que el responsable del enfrentamiento, de la muerte de su hijo Manolo, el mayor de 11, es el comisionado, Alfredo Castillo. Hipólito ya había puesto en la escena pública “el desmadre que pasaba en Michoacán”.
Advertía de la situación. Finamente estalló: 11 muertos y media decena de heridos, entre ellos dos miembros de la Gendarmería Nacional.
“Los empleados del gobierno no me hicieran caso a pesar de que supliqué seguridad porque la situación de alto riesgo aquí era grave, más grave que en cualquier parte del estado”, asevera.
Más aún: acusa a Castillo de haber armado a “delincuentes”, de darles legalidad, de no ver los secuestros, extorsiones, “cobros de piso”, movimientos de droga y los laboratorios de ‘El Americano’.
Recuerda que fueron atacados en dos frentes, por unos 400 seguidores de ‘El Americano’. Al ataque fue brutal. Se usó de todo. Granadas, bazucas, pistolas, cuernos de chivo, R-15. Todo lo que aniquilara al enemigo.
Duró una hora, según Hipólito. De la mano lleva a los reporteros a “la zona de guerra”, a un costado de rancho Los Palmares, su rancho. Dos barricadas y una construcción hechiza fueron el refugio que salvó la vida de Hipólito y sus policías.
A unos diez metros aún se encuentra una Durango. Esta baleada por todos lados. Debajo de ella se encuentra una granada que no detonó. Según el recuento, unas 13 camionetas de la Fuerza Rural quedaron inservibles. La Suburban de Hipólito, a pesar del blindaje, terminó “tronada” por todas partes. Parece que también fue alcanzada por la metralla de una granada. Igual la Frontier gris, cabina y media. Esa era la de su hijo, Mario.
Tenía más de 40 impactos, en ambos lados, menos en el parabrisas. El perímetro es un desastre. Algunas ojivas aún se encuentran sobre la cinta asfáltica. Son de grueso calibre. También se recogieron infinidad de casquillos. A un lado de otra camioneta, una mancha de sangre. Hipólito muestra una barricada, la principal, techada con lámina.
Ahí comen y descasan en dos hamacas y varias mesas, los seguidores del empresario limonero. Informa que los oponentes llegaron hasta ahí y lanzaron dos granadas. Una de ellas hirió a uno de sus integrantes en la espalda.
“Cabrones: aquí había niños”, se queja. Curiosamente, a un costado se encuentra una imagen de la Virgen de Guadalupe, de un metro de altura, montada en un pequeño montículo que asemeja el Cerro del Tepeyac. A sus pies, otra imagen del indio Juan Diego.
Ninguna de las dos presentaba un solo rasguño. Estaban intactas, a pesar de ser mudos testigos de la “putacera”. Comenta que salieron “pecho a tierra” por un costado de la barricada “Venían bien drogados, los cabrones”, denuncia.
También desmiente a Castillo. Dice que nunca tuvo problemas con Simón, El Americano… hasta ahora “es la persona que más odio, porque me mató a mi hijo”.
“Que Alfredo (Castillo Cervantes), tenga los huevos y hable con la verdad”, emplaza.
El argumenta que el odio nace por las revelaciones de que la gente de ‘El Americano’, era gente del ‘Chayo’ Moreno.
Aquí, de manera paradójica, apela y se suma a las acusaciones que en su momento hiciera Servando Gómez, La Tuta, acérrimo rival. A Hipólito se le quiebra la voz. Está a un tris de derramar las lágrimas. Pero se mantiene firme. Porta el R-15 que le asignó el gobierno. A la cintura, una nueve milímetros. Ambas registradas ante Sedena. A pesar de ser rico, trae el huarache cruzado, la camisa a cuadros en tonos azul pastel, un pantalón de mezclilla negro, viejo y una gorra con camuflaje militar.
Añade que ya no teme, que no le gusta ser humillado ni que humillen a su gente. ¿Y por su familia..?, le insisten.
“Aquí está mi familia: ya me mataron a mi hijo”.
Finamente, ‘El Americano’ y su gente cumplieron su cometido: me pegaron donde más me duele, mataron a mi hijo”, lamenta.
A partir de ello, Hipólito Mora sostiene que “me cambiaron la vida”. No obstante, externa su preocupación y anuncia que podría ser detenido nuevamente.
Acusa que “hay personas que están dispuestas a mentir, a quedar bien ante la sociedad, con tal de romperle a madre a alguien”.
No deja duda. Se refiere al comisionado. Argumenta que su papel como “pacificador” ha sido superado por las circunstancias.
Hace un recuento y les revira a los reporteros: “Después de todos los hechos de violencia, ustedes consideran que hay avances en la seguridad del Estado”. Un silencio mudo. El calor sigue.
Parece que habrá otra “vuelta de tuerca”, aquí. No importa la presencia de la milicia, tampoco de los federales.
Será un invierno caliente.
Fuente: Agencia Quadratín