Por Gibrán Ramírez Reyes
Algunos lo han considerado ingenuo, y otros más bien piensan en Francisco I. Madero como un demócrata que no estaba dispuesto a pasar por encima del espíritu de las leyes y de la democracia aun si el fin justificara los medios.
Seguramente tenía un poco de ambas cosas, que pueden examinarse mirando todos los actos potencialmente idealistas como si lo hubieran sido. Seguramente tenía un poco de ambas y eso fue lo que permitió que los poderes de hecho y algunos de derecho le asestaran un golpe anunciadísimo. Según Katz, se involucraron poderes económicos como el banco Scherer y hacendados de Morelos (hoy diríamos “algunos agentes de sociedad civil organizada”), agentes internacionales como el embajador de los Estados Unidos (sin mediar entonces un organismo internacional) y, desde luego, se valieron de los cuadros políticos del antiguo régimen, resentidos por su profunda derrota.
Estando casi a la vista su posibilidad, Madero no impidió la conspiración de los dueños del dinero, los poderes extranjeros y ni siquiera obstaculizó que los cuadros de la dictadura de Porfirio Díaz permanecieran en Ciudad de México. Siempre con la posibilidad del fusilamiento o de la prisión confinada en San Juan de Ulúa, prefirió que estuvieran en cárceles de la capital y que incluso recibieran visitas. O sea que no regateó todo el espacio que el derecho le daba para ser humanitario con sus adversarios. Sin castigo ejemplar por sus crímenes del pasado, la oposición antidemocrática se sobrepuso parcialmente a su derrota moral a fuer de dinero y protección, con la promesa, además, de que Estados Unidos reconocería al gobierno emanado de una rebelión.
Como dije antes, la Decena Trágica no fue, de ninguna manera, una sorpresa. Gustavo Madero, hermano del presidente, advirtió más de una vez de su inminencia, de la posibilidad de que los mataran y de la traición de Victoriano Huerta. Madero, incólume ante los dilemas éticos, eligió conscientemente la buena fe y, por ende, la muerte antes que traicionar sus principios. Por ejemplo, después de nombrar a Huerta aceptó el argumento del ministro de guerra para no nombrar jefe del estado mayor en Palacio al general Felipe Ángeles por su escasa antigüedad. No quiso hacer claro que, en el interregno entre dos regímenes, las reglas deben cambiar. Madero, institucional, prefirió seguir en las manos del ejército federal.
Pero no es todo responsabilidad de Madero. Hubo un caldo de cultivo del golpe contrarrevolucionario. Si interpreto bien a Rodríguez Kuri influyeron principalmente dos factores: el personal político del viejo régimen que se hizo pasar por re convertido y la prensa asociada al porfiriato, particularmente El Imparcial, que tuvo como tarea “crear un ambiente y exponer ciertos temores como si fueran compartidos de manera unánime; hablar del porfiriato como de un pasado perfectible pero infinitamente superior a ese presente […]; preguntarse por el mañana con evidente y contagiosa angustia”. Afortunadamente no estoy hablando de México hoy y me tranquiliza cuando el Presidente dice que en lo político hay que ser, más bien, como Juárez.
@gibranrr
Fuente: Sur Acapulco