Por Marta Lamas
Un rasgo del nuevo gobierno es su voluntad de llevar a cabo actos de gran valor simbólico. El viernes 10 de enero el Estado mexicano, en boca de Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos, Población y Migración de Gobernación, ofreció una disculpa pública a Lydia Cacho “por la detención arbitraria a la que fue sometida por diversas autoridades del Estado mexicano, por la utilización de la tortura como instrumento de investigación, intimidación y castigo a la que fue sometida por agentes del Estado mexicano durante su detención, así como la violencia y discriminación”.
Esta luchadora feminista, comprometida apasionadamente en la difícil tarea de erradicar el abuso sexual a menores y la trata sexual, ha arriesgado –literalmente– su vida en ello. En 2004 publicó el libro Los demonios del Edén, donde denunció casos de pederastia y mencionó a varios personajes públicos. El empresario Kamel Nacif Borge, señalado como amigo y cómplice de Jean Succar Kuri, pederasta preso en Arizona, le puso una demanda en Puebla por difamación.
Lydia Cacho residía en Cancún, donde fundó el Centro Integral de Atención a Mujeres, una asociación sin fines de lucro, y hasta allí llegaron elementos policiacos de Puebla para trasladarla de manera ilegal a ese estado por orden del gobernador Mario Marín (PRI).
Lydia logró avisar de su detención ilegal –un secuestro de facto– y varias políticas feministas se movilizaron. Lucero Saldaña, entonces senadora del PRI por Puebla, reaccionó inmediatamente y se trasladó velozmente a la procuraduría de su estado, donde dos groseros agentes judiciales ya habían bajado a Lydia de manera amenazante a un interrogatorio. La llegada de la senadora del PRI le sirvió de protección y, para cubrir las apariencias, la presentaron acompañada no de los agresivos agentes con los que estaba sino de dos agentes mujeres. La oportuna llegada de Lucero Saldaña la salvó del horror que Kamel Nacif y el góber precioso le habían preparado. Por la protección que implicó su presencia, Lucero Saldaña recibió agresiones de algunos de sus correligionarios de partido, que calificaron su acto de “traición”. Sin embargo, muchísimas personas elogiaron su decencia y solidaridad, incluso muchos poblanos.
Probablemente muchos recuerdan el escándalo que estalló cuando se filtró la llamada telefónica entre Nacif y Marín (el góber precioso), en la cual el empresario le agradecía el favor que le hizo al detener a la activista. No obstante la gravedad de que un gobernador y una procuradora de justicia no respetasen los procedimientos judiciales y violaran los derechos de una ciudadana, la impunidad gubernamental se sostuvo. Aunque quedó fuera de la cárcel con una fianza, Lydia Cacho fue declarada formalmente presa por el gobierno de Puebla y tuvo que esperar un proceso judicial largo y complicado. Además, su caso llegó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y, pese a que la comisión presidida por el ministro Silva encontró que Mario Marín atentó contra los derechos humanos de la periodista y activista, el pleno de la SCJN pospuso su resolución sobre el caso. Tal vez esa es la razón por la cual, en el acto de disculpa, habló Alejandro Encinas y no Olga Sánchez Cordero, quien era ministra cuando esto ocurrió.
Cada sociedad produce sus figuras notables: personas a quienes admiramos por su valentía, capaces de comprometer sus vidas al defender las cosas que importan. Por eso se vuelven portavoces de utopías de justicia y funcionan como catalizadores sociales. Lydia Cacho es un ejemplo de una feminista dispuesta a enfrentar a los poderosos para defender a los más vulnerables.
El costo personal que ha pagado ha sido altísimo: ha tenido que vivir custodiada a causa de las amenazas de muerte y los atentados que ha recibido. Un incidente muy preocupante fue que le intervinieron una línea especial de teléfono a la que sólo podrían llegar a tener acceso los sofisticados equipos de la Marina o de los cárteles. Por consejo de asesores expertos en secuestros y ante el comentario de la exprocuradora general de la república, Marisela Morales (quien le dijo: “sería mejor que salieras unos meses del país”), Lydia Cacho decidió irse de México un tiempo. Así, además de ser una ciudadana extraordinariamente comprometida con su causa, se convirtió ella misma en una causa: la de la defensa a la libertad de expresión y el respeto al debido proceso.
Aunque Lydia Cacho se ha ganado el respeto, la solidaridad y el apoyo moral de muchísima gente, hacía falta la disculpa del Estado mexicano, que manda un mensaje imprescindible: no se va a tolerar a quienes desprecien la legalidad y los derechos humanos. Ante la dura tarea de acabar con la impunidad y la corrupción que nos asuelan, es de congratularse la disculpa de este gobierno.
Termino con parte de las palabras que pronunció Lydia Cacho en el acto: “Yo he perdonado a mis torturadores, no porque sea una buena persona ni porque el presidente nos pida a todas y todos que los perdonemos. Los he perdonado porque no permití jamás, como me enseñó mi madre, que colonizaran ni mi cuerpo ni mi espíritu”. ¡Brava!
Fuente: Proceso