Los riesgos de la cooperación

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Por Soledad Loaeza

El episodio ocurrido en Tres Marías en el que fueron atacados dos miembros de una corporación de Estados Unidos –ya sea la DEA o la CIA– por un grupo de agentes de la Policía Federal mexicana ilustra los riesgos de la cooperación. Todo indica que, como lo declaró la embajada estadunidense, se trató de una emboscada y no fue, como lo afirmaron los agentes mexicanos, una confusión. Lo que es incuestionable es el ataque contra personas que participan en el programa de cooperación bilateral de apoyo al combate contra el narcotráfico, el cual con seguridad se verá afectado por este episodio que puede agriar la relación México-Estados Unidos. Washington querrá aumentar las garantías de seguridad de sus agentes, y existe el riesgo de que esa exigencia convierta la cooperación en un intento de subordinación.

Según habitantes de la zona, los estadunidenses ya eran conocidos por ahí, pues desde hace una semana todos los días llegaban en su gran camioneta con placas diplomáticas inconfundibles, al campo de tiro donde entrenan a personal mexicano de ocho de la mañana a cinco de la tarde; también se daban tiempo para comer quesadillas y descansar (Reforma, 27/08/2012). Por eso son conocidos, y cuando dijeron que el tiroteo había sido una confusión nadie lo podía creer.

La cooperación sistemática entre México y Estados Unidos para asuntos de seguridad se inició desde la Segunda Guerra Mundial, cuando el enemigo común de ambos países era el eje Berlín-Roma-Tokio. Pasado el conflicto se mantuvo esta relación sin precedentes pero la identidad del enemigo común había cambiado: después de 1945 y hasta la primera derrota del sandinismo era el comunismo internacional, y así se mantuvo de manera constante, sin grandes variaciones de intensidad o profundidad. Ahora se supone que el enemigo común es el narcotráfico, que para efectos prácticos obliga a los dos países a cooperar. Irónicamente, en este caso en que los enemigos son criminales, parece haber ambigüedades, como si la coincidencia de intereses entre los dos países fuera menos estrecha que en el pasado, y como si las diferencias de interpretación respecto al origen del problema –la oferta o la demanda de droga– se hubieran extendido a la identidad del adversario, porque –como siempre– tenemos que defendernos de las políticas de Estados Unidos, así como del crimen organizado, pues ambos ponen en juego la estabilidad institucional.

El problema del narcotráfico y del crimen organizado alrededor del conjunto de delitos que evoca ha adquirido en México tales proporciones que se ha vuelto inmanejable, y en nuestra frustración ya no sólo señalamos el fracaso de la política gubernamental en esta materia, sino que experimentamos un resentimiento creciente hacia Estados Unidos, que es percibido como parte del problema. En ese país se localiza el mercado de consumo de drogas más grande del mundo y, sin embargo, hay la sensación entre nosotros de que es muy poco lo que su gobierno está dispuesto a hacer en su territorio para combatirlo, o para reconocer los efectos devastadores que sus leyes y políticas tienen para México. Si es cierto lo que observo en relación a cómo vemos nosotros a los estadunidenses en este, para nosotros sangriento combate, entonces existen elementos para investigar lo de Tres Marías como si hubiera sido una emboscada; pero si el ataque fue resultado de la miopía de los 12 agentes, tendremos que admitir que nuestra policía no es tan competente como la necesitamos. Si no es capaz de distinguir un vehículo diplomático de uno ordinario, hay que tener cuidado, porque todos podemos ser víctimas de una confusión similar.

Este caso no ha alcanzado las proporciones que tuvo el asesinato del agente de la DEA Enrique KikiCamarena en 1985, cuando el gobierno estadunidense de manera unilateral puso en pie la Operación Intercepción en la zona fronteriza, que acarreó múltiples problemas para la población local. Ante estas medidas de revisión y control, la Secretaría de Relaciones Exteriores reaccionó con acartonamiento y sin efectividad, como sugiere el propio presidente De la Madrid en susMemorias, quien –nos dice– asumió personalmente la responsabilidad de desfacer el entuerto y entabló trato directo con el presidente Reagan. Ahora, el presidente Calderón ha hecho lo mismo. Sin embargo, todavía no sabemos hasta dónde llegará la irritación y la insatisfacción de Washington.

En el remoto pasado la cooperación consistía fundamentalmente en intercambio de información. Esta relación es perfectamente comprensible entre vecinos contiguos: si un asesino anda suelto por la colonia y mi vecino no me avisa, sólo puedo interpretar su comportamiento como un acto de hostilidad. Sin embargo, ahora la cooperación entre los dos países va mucho más lejos, porque incluye programas de entrenamiento, preparación profesional, apoyo financiero y tecnológico. Todo esto puede ser necesario, pero tenemos que reconocer que mientras más cercanos estemos a los estadunidenses, mayores son los riesgos de incomodidad. No en balde el presidente Lerdo de Tejada se negó a construir el ferrocarril al norte, con el argumento de que entre la fuerza y la debilidad, el desierto. Esa opción hoy no existe: lo que persiste es la cercanía geográfica, y la distancia en todas las otras dimensiones.

Artículo publicado originalmente en La Jornada

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