Los retos del papa en Brasil

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Bernardo Barranco V.

En el primer apostólico viaje del papa Francisco se juega más que una visita pastoral. Probablemente esta gira marque de manera definitiva su pontificado. Sus mensajes, símbolos y gestos prolijos en Roma se van a convertir en signos de gobierno y estilo pontifical. Brasil es un enorme país, con el mayor número de católicos en el mundo; es una nación latinoamericana que vive agitadas protestas por el desencanto hacia una clase política y gobiernos distantes de los movimientos sociales, sobre todo de las expectativas frustradas de la juventud.

El papa Francisco no podrá ignorar esta realidad y se espera su palabra y su juicio, pero es cierto que las protestas que acompañarán las actividades pontificales no serán contra él, sino se aprovecharán de que los ojos del mundo, al menos durante una semana, estarán fijos en este subcontinente. En su libro Sobre el Cielo y la Tierra, Bergoglio señaló: El desprestigio del trabajo político requiere ser revertido, porque la política es la forma más elevada de la caridad social. El amor social se expresa en el trabajo político hacia el bien común.

Para Francisco este primer viaje a su propia realidad latinoamericana conlleva especial presión. El hecho mismo de su elección como primer pontífice latinoamericano en la historia de la Iglesia significa que el epicentro del catolicismo a escala planetaria se está reconfigurando de la vieja Europa, secular y descreída, a las regiones del sur, especialmente América Latina. Por ello, está obligado a revitalizar y sacar de una especie shock o de depresión pastoral que vive la región desde hace lustros. América Latina fue descuidada desde la larga agonía del Juan Pablo II y por Benedicto XVI, quien abiertamente fijó su prioridad en la decadencia religiosa de Europa. Además, a Benedicto XVI siempre le costó mucho trabajo entender la dinámica del catolicismo en la región y valorar su dinamismo sustentado en una religiosidad popular con marcadas particularidades.

Francisco tiene en Brasil la oportunidad de ir más allá de los símbolos. Su posicionamiento será sin duda indicativo de las orientaciones y pasos futuros de su pontificado que marcarán la vida de la Iglesia. Recordemos que como telón de fondo el mayor desafío es la renovación de la Iglesia y Francisco puede tener en los prelados brasileños aliados y soportes necesarios para alcanzar los cambios exigidos en el pasado cónclave.

Si el Papa aspira a ser un reformador de la Iglesia está en el lugar adecuado. Brasil no sólo es la tierra del principal movimiento renovador y cuna de la llamada Teología de la Liberación, sino que los obispos brasileños fueron cruciales para su elección, en especial el cardenal paulista Claudio Hummes, quien dijo que la Iglesia, así como está, ya no funciona más, y operó de manera decisiva en el Cónclave 2013 en favor de Mario Bergoglio. Fue él quien le susurró al oído, apenas salió elegido: No se olvide de los pobres, inspirándole así el nombre de Francisco.

Difícilmente, a escala global, la Iglesia católica parece abrirse en su agenda moral a cambios profundos; me refiero a temas como la mujer, el celibato, los homosexuales, nuevos matrimonios, etcétera. Sin embargo, Francisco sí puede reactivar las corrientes eclesiales sociales que habían estado relegadas en las pasadas décadas.

El cambio en el énfasis que ha expresado Francisco, de una Iglesia pobre para los pobres, es significativo; el Papa es argentino y se trata, además, de un actor religioso cercano, de alguna manera, a las pastorales populares de América Latina. Más que la Teología de la Liberación nos referimos a la opción por los pobres, los excluidos y por la justicia social. Esta opción por los pobres es la misma que entusiasmó después del Concilio a Roma; tal inclinación fue estimulada por el propio papa Paulo VI, quien designó obispos progresistas en la región con el mayor número de católicos. Sin embargo, Juan Pablo II, formado en el anticomunismo, la cuestionó, reprochando posturas ideológicas que coqueteaban con el marxismo y, por tanto, fomentaban la lucha de clases y podían distanciar a los fieles de sectores medios y altos.

Ratzinger sostuvo esta férrea postura, distinguiendo la correcta Teología de la Liberación de la herética. En la actualidad la disputa ideológica y los resabios de la guerra fría están lejanos y Francisco tiene la oportunidad de reactivar una tradición pastoral vinculada a las demandas sociales de la población. Por ello sus mensajes, incluso su posición frente a las protestas ciudadanas en Brasil, serán señales importantes de su postura.

La hipótesis social, más que la moral, podría convertirse en uno de los giros que propicie Francisco. Sobre los temas de homosexualidad, nuevos matrimonios y biogenética, el Papa ha guardado un notorio silencio que contrasta con su proclividad a su prédica social. Mientras el catolicismo decae vertiginosamente en la indiferencia de Europa, en América Latina se encuentra estancado, con un crecimiento casi vegetativo que apenas responde al crecimiento absoluto de la población; sin embargo, el número de vocaciones y seminaristas decrece, comparado con el crecimiento constante de la feligresía y de las ordenaciones en otros continentes, como África y Asia.

La competencia por los llamados mercados religiosos cada vez es más intensa. Por lo anterior, el diálogo con otras iglesias será determinante en la actual diversidad religiosa en Brasil aunque, hasta el momento, no hay encuentro ecuménico previsto. La presencia del Papa en Brasil lo podría fortalecer y posicionarlo con mayor fuerza ante las corrientes de la corrupción en Roma, frente a los lobbies de poder de la curia. Ahí tiene su misión más compleja: transformar desde dentro el centro autoritario del poder romano, poner fin a las disputas internas de la curia. Y en Brasil, motivar una evangelización de mayor calidad, mejorar las relaciones con otras corrientes religiosas, fortalecer la Iglesia y aportar una alternativa a los jóvenes que protestan en las calles, son los gigantescos retos que el primer Papa latinoamericano deberá enfrentar en su visita a Río de Janeiro.

Fuente: La Jornada

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