Los primeros 100 días

0

Por Víctor Flores Olea

A dos meses de la toma de posesión de Enrique Peña Nieto la ciudadanía comienza por tener una idea del conjunto, si bien en definitiva apenas en grandes pinceladas que marcan un panorama aproximado, aunque todavía difuso. Un conjunto que se ha distinguido hasta ahora por su carácter contradictorio, a veces profundamente contradictorio, y que está muy lejos de aproximarse a algo que pudiéramos llamar un principio de consenso. Nada de eso.

Sí, la impresión primera es que el Presidente de la República se ha propuesto arrancar rápido para que no queden flotando en el aire sus principales propuestas y compromisos, y todo esto haciéndolo con cuidado político y ánimo de controles y mando sobre el conjunto. Pero uno de los grandes problemas es que el aparato del Estado en su conjunto no parece estar disponible para un esfuerzo de esta naturaleza. Y entonces se presentan los frenos y las desviaciones.

Corrupción, irresponsabilidad y decisión de más bien jalar para su santo parecieran signos inamovibles de la gran mayoría del personal político y burocrático del Estado mexicano. Pero no sólo se trata, en absoluto, de las corruptelas enquistadas fuertemente en ese personal, sino que muchos de los que trajo consigo Peña Nieto como novedades tampoco se ven exentos de tales ingenios. Digámoslo también con otras palabras: el viejo PRI, con sus virtudes y defectos, ha llegado nuevamente a Los Pinos, acompañado de las nuevas generaciones que, en lo esencial, por lo que se ha visto, están plenamente acoplados en estilos y sicologías con sus ancestros del mismo partido. ¿Podrá Peña Nieto corregir lo viejo y lo nuevo inadmisible de un partido que sin duda se prolongó demasiado en el poder?

Creo que la grave cuestión del estallido en Pemex fue manejada en general con bastante profesionalismo (sobre todo la parte informativa). Pero la cuestión que regresa fuerte, a muchos les parece claro, es precisamente la del control de la información, que se ha hecho evidente en ciertos casos conspicuos. Por ejemplo, en último programa de Tercer grado, en el que parecía ya circular cierta libertad y aire fresco, volvió a cerrarse y se comentó en ciertos ambientes que era clara la instrucción de Azcárraga de que se cuidara extremadamente lo que allí se dijera sobre la explosión de Pemex, sobre todo en el plano de las preguntas y repreguntas después de los peritajes, de tal modo que no quedara la mínima duda sobre la buena calidad de todo el procedimiento. Naturalmente, el orquestador de los controles críticos fue el vicepresidente de Televisa en materia informativa, cuyo papel fue particularmente desafortunado en comparación con otros recientes que había desempeñado, que fueron mucho más discretos. Es una lástima, pero fue así.

Control informativo y determinación unilateral de los procesos, con eminente participación presidencial; he aquí algunas de las características que definen ya el sexenio de Peña Nieto, que impone su peculiar estilo de gobernar, como hace sexenios lo impusieron y definieron, por ejemplo, Luis Echeverría y José López Portillo. Tal es probablemente el signo principal del PRI en Los Pinos: que se transparenta el estilo personal de gobernar. Y que ese estilo es muy de la persona presidente, que procura que a él se dirijan todas las lisonjas, dejando en manos de sus subalternos las críticas y los errores. Y en esto nada parece haber cambiado en el PRI, ya que Peña Nieto parece tener un estilo personal bien arraigado y no será fácil que lo abandone y desdibuje. El Presidente primero, los subalternos después.

Tal es probablemente alguno de los signos que distinguen más hondamente al PRI del PAN en la más alta función ejecutiva: en el caso de los panistas a veces tropezones y equivocaciones primarias, pero muy poco o nada que los distinguiera en función de jefes del Estado. En el PRI, los reflectores han de estar dirigidos a la figura presidencial y el resto es secundario. Para bien o para mal, pero exageradamente comprometido y casi siempre al filo de la navaja.

Entre los compromisos morales y políticos del presidente Peña encontramos que el de batallar por un México más igualitario se encuentra sin duda entre los principales. El problema es que en este campo parece hacerse poco (casi nada), fuera del plan contra el hambre, cuyos resultados se verán reflejados dentro de varios meses, en el mejor de los casos. ¿Pero algo que tienda corregir las gigantescas disparidades de riqueza? Nada en este terreno, y el presidente Peña y su equipo deben ser conscientes de que ésta es una de las mayores debilidades de su gobierno hasta ahora.

Por ejemplo, un reducido grupo de inversionistas, equivalente a 0.18 por ciento de la población del país, posee acciones de empresas que cotizan en el mercado bursátil local por un monto que, comparativamente, representa 40 por ciento del valor total de la economía mexicana, precisó información de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), el organismo regulador del sistema financiero. Traducidos a pesos, esos valores suman 6 billones 67 millones, es decir, 40 por ciento del PIB, del valor a precios de mercado de todos los bienes y servicio. Al cierre de diciembre pasado, sólo 203 mil 254 inversionistas, eran dueños de esa cantidad extravagante.

Podríamos decir: en un país con tantas carencias no obstante la catarata de promesas, se presenta necesariamente otra catarata paralela de ausencias o faltas. La cosa parece ir por muchos años, y unos y otros debemos tomarlo con ecuanimidad, eso sí, percibiendo que hay un avance real en el país y no mera simulación. Tal es el efectivo reto de Enrique Peña Nieto en la Presidencia.

Fuente: La Jornada

Enhanced by Zemanta

Comments are closed.