Por Olga Pellicer
El desplazamiento a Estados Unidos de niños procedentes de México y Centroamérica no es algo novedoso. Resulta normal cuando se piensa en las situaciones de precariedad y violencia de las que huyen, en las redes sociales que los animan y en el hecho de que los padres se encuentran trabajando, seguramente sin documentos, en aquel país. Lo inusitado es la dimensión adquirida por ese fenómeno en los últimos meses. En 2013, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza reportaba 38 mil 833 detenciones; en 2014, sólo hasta mayo, se registraban ya 47 mil 817 niños detenidos.
Hay diversas hipótesis sobre las causas de ese cambio. Posiblemente, rumores sobre lo que acontecería, tanto si se firma como si no se firma la famosa reforma migratoria integral que está empantanada en la Cámara de Representantes. Posiblemente, una movilización bien orquestada a través de teléfonos celulares por algún adolescente con atributos de líder.
Sea como fuere, la magnitud de la migración ha desbordado la capacidad de los centros de detención en la frontera. Se han improvisado albergues en Estados Unidos. La prensa internacional ha divulgado las escenas de hacinamiento, la falta de condiciones sanitarias y la carencia de atenciones mínimas en que se encuentran estos niños. Hay un problema humanitario serio ante el cual el gobierno estadunidense no sabe cómo reaccionar. Es obvio que no puede proceder a deportarlos como si se tratara de adultos. En parte, porque hay una serie de normas internacionalmente aceptadas para la protección de menores que obligan a tratarlos de otra manera; en parte, porque alrededor de 75% son centroamericanos y no pueden, como hacen con millones de mexicanos, colocarlos simplemente del otro lado de línea fronteriza.
La reacción ha sido entonces pedir ayuda a los gobiernos de México, Guatemala, El Salvador y Honduras. El vicepresidente Biden convocó con ese fin a una reunión en Guatemala hace pocos días. El caso mexicano mereció un tratamiento distinto. Obama mismo llamó a Peña Nieto para pedirle su cooperación. México, por donde atraviesa la marea infantil que se dirige a Estados Unidos, es visto por los políticos estadunidenses como el actor clave para detenerla. Sin embargo, por múltiples motivos, el gobierno mexicano no puede cumplir esa función sino de manera muy parcial. Las últimas noticias que informan sobre autobuses repletos de niños hondureños detenidos en nuestro país que están siendo devueltos a su lugar de origen sugieren que bajo la presión de Obama se ha puesto mayor empeño en detectar y detener a los menores. Sin embargo, esa no es la solución deseable ni la que resuelve el problema a largo plazo.
A pesar de que México es país de migración, inmigración y transmigración, su gobierno no ocupa un lugar destacado como vocero de las mejores causas a defender en el campo de la migración internacional. Carece de propuestas e instituciones que le permitan hacerlo. Prueba de sus titubeos es la inexplicable posición asumida ante la discusión de la reforma migratoria integral en Estados Unidos. El gobierno de Peña Nieto decidió que la política migratoria era un asunto interno de EU, poniendo en duda todas las opiniones de académicos que afirman lo contrario. La crisis de los niños migrantes pone en evidencia lo equivocado que estaba.
En materia de instituciones hay una enorme confusión sobre qué agencia gubernamental asume responsabilidades y, en consecuencia, quién responde al llamado de Obama: ¿Meade u Osorio Chong? En todo caso, ¿qué pueden hacer? El Instituto Nacional de Migración está lejos de tener la calidad profesional y moral para intervenir efectivamente. Hay demasiadas acusaciones sobre su corrupción ante el problema de los migrantes.
Finalmente, no se han construido el diálogo y las instituciones para una coordinación con las naciones centroamericanas. Apenas durante la reciente visita de Peña Nieto a Honduras se sentaron las bases para el involucramiento de los gobiernos locales y municipales por donde atraviesan migrantes. Falta todo el marco conceptual que debe guiar la posición de los países emisores y de tránsito frente a crisis humanitarias como la que se está viviendo y, en general, sobre los movimientos migratorios que se dirigen al norte.
¿Cómo modificar las falsas esperanzas que alimenta el sueño americano en niños sumidos en la pobreza? La tarea es titánica. Requiere de medios de comunicación, de trabajo a través de las redes sociales, de cercanía con los migrantes, de ofrecimiento real de alternativas. La palabra la tienen las organizaciones de la sociedad civil. En quienes desde hace años luchan por su defensa, en los talentos que han narrado cinematográficamente el drama de los niños migrantes –La jaula de oro es buen ejemplo–, se encuentran las posibilidades de tener una respuesta.
Fuente: Proceso