Por Jorge Carrillo Olea
Sí, los muertos que Calderón mató gozan de cabal salud, salvo los 60 mil que realmente murieron. Los otros, los que ni él mismo puede calcular, gozan de cabal salud y, atendiendo el mandato bíblico, crecen y se multiplican. Ninguna estadística puede contradecir que desde 2006, en que inició su blitzkrieg, los números de muertos, deudos, desaparecidos, desplazados, delitos asociados o economías regionales damnificadas y demás efectos hayan ido ni por un momento a la baja. Es un crimen total.
Ha sido un crimen histórico en el que indiscriminadamente han sido victimados presuntos responsables de algo, aunque nadie sabe judicialmente de qué; nunca se sabrá ni siquiera quiénes eran. Los más simplemente se desvanecieron en este remolino que Calderón desató con la complacencia de sus mudos secretarios de Gobernación, Defensa, Marina, Seguridad Pública y procurador general. La propia Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) asume haber abatido, que es el eufemismo empleado, a 3 mil hombres en armas. Esta es una modalidad informativa creada para Vietnam: body count (contar los cuerpos). La Sedena nunca ha aclarado si lo publicita para exhibir triunfos o evadir mayores responsabilidades. ¿Y todos los demás? ¿El viento se los llevó?
Desde la perspectiva de los derechos humanos fueron asesinados, ya que no hubo acatamiento a las leyes de una supuesta guerra que no existe legalmente. Quienes hubieran sido los contendientes habrían demandado acogerse a las convenciones de Ginebra relativas a protección de la población civil. Son tratados internacionales que contienen las principales normas destinadas a limitar la barbarie de la guerra. Protegen a las personas que no participan directamente en los actos letales (paisanos, personal médico, periodistas, heridos, enfermos, miembros de organizaciones humanitarias).
No existiendo la tal guerra, pero también sin observancia del derecho común, que en ningún articulado prescribe el derecho a matar para policías y militares, esas son las características centrales de la ilegítima lucha del Presidente que se va. Y se llevó en su torbellino las raíces profesionales de las fuerzas armadas. En vez de reordenarlas jurídicamente y reorganizarlas, simplemente les destrabó sus controles, las incitó a buscar, encontrar y matar, y sólo excepcionalmente a detener. No hubo las atenuantes de estado de necesidad ni de legítima defensa ni de homicidio justificado.
Usó tal vez sin saberlo, pero de modo imperdonable en un abogado, esa consigna criminal del ejército de EU en Vietnam: search and destroy (busca y destruye), con una terrible agravante, plena de indignidad en un jefe de Estado: allá el enemigo era extranjero y el territorio y sus leyes igual. Aquí se incurrió en todo agravante filosófico, político y jurídico. A Calderón no se le piensa reo de delitos contra la humanidad, ni de crímenes de guerra; esas expresiones ansiosas de justicia no han funcionado. Debe ser condenado públicamente como el execrable que es, junto a los grandes destructores de la patria.
Mientras, el alto crimen avanza, crece y se multiplica, como mandan las escrituras. Se torna ejemplo incitante y descompone como arquetipo del dinero fácil a una sociedad con escasas esperanzas. El crimen común –también las estadísticas son incontrovertibles– avanza, permea a la sociedad. Criminales menores de edad o muy jóvenes son actores cada día más frecuentes de secuestros, extorsiones, asaltos, robos domiciliarios.
La evolución de los cárteles es una realidad no solamente numérica, sino en términos de dominio territorial. Hace seis años existían los clásicos Sinaloa, el Golfo, Tijuana y Ciudad Juárez. Hoy han surgido varios hasta con nombre épicos, homéricos, entre ellos los Caballeros Templarios, la Familia Michoacana, los violentísimos Zetas y el Independiente de Acapulco. Hoy son más cárteles y su poder no por eso se ha dividido; son mucho más violentos. Allá en 2006 ocupaban menos de 20 por ciento del territorio nacional. Hoy están ya en 50 por ciento o más
Son los muertos que mató Calderón y es evidente que gozan de cabal salud. Entonces, ¿cuál fue el objetivo concreto, medible, justificable de su blitzkrieg? ¿Con qué justificar 60 mil muertos y haber asolado medio país, cuál es su responsabilidad en la historia?
Fuente: La Jornada