Por Epigmenio Ibarra
Nuevamente la alquimia mediática ha funcionado. Gracias al bombardeo propagandístico, al trabajo de zapa de la televisión, de los opinadores en la radio y la prensa y las “buenas conciencias”, se han trastocado las responsabilidades y producido la transformación de la basura en oro.
Hoy, gracias a la credulidad y desmemoria de muchos, los culpables del colapso educativo nacional, parte sustancial del colapso institucional general, son los maestros disidentes y no esos que, desde el gobierno y tras décadas de corrupción e ineficiencia, han llevado al país y en especial a la educación pública a la bancarrota.
En los periódicos y en los noticiarios de radio y tv se celebra, como un éxito contra la impunidad y por la democracia, un operativo policial. En las redes sociales, en las conversaciones se percibe un ánimo de linchamiento. Los villanos de moda son los maestros.
El bloqueo, por unas horas, de una carretera hace olvidar las responsabilidades de un régimen que ha bloqueado, por décadas, el acceso a una educación de calidad a millones de niñas y niños.
Voces histéricas claman: “¡Ya basta!”, y exigen se castigue con una dureza ejemplar a los responsables de “afectar con sus protestas a terceros”, como si los gobiernos priistas no hubieran afectado, no afectarán sistemáticamente con sus abusos y trapacerías, los derechos de millones de mexicanas y mexicanos.
Con santa indignación se condena a los desarrapados que se atreven a desafiar al régimen, mientras a éste se le perdona, en un asunto tan grave como la educación, su largo historial criminal.
Porque de eso hablamos, de crímenes que, a lo largo de muchos años, han cometido impunemente funcionarios venales e ineficientes a los que, gracias a esta alquimia mediática, se ha exonerado.
Crímenes que han coartado las posibilidades de un futuro mejor, de un futuro distinto para millones que hoy viven condenados a la miseria económica y espiritual.
Crímenes que van más allá del mero incumplimiento por parte del Estado de una de sus más graves responsabilidades: la de brindar educación de calidad, gratuita y laica a la población y que han provocado el estancamiento del país.
Crímenes perpetrados impune y sistemáticamente por los creadores de Elba Esther Gordillo. Esos que para su conveniencia fomentaron la corrupción en el sindicato magisterial y permitieron la desviación de miles de millones de pesos que deberían haber sido usados en la educación y que hoy se presentan como “reformadores”.
Nadie parece recordar que antes de Elba Esther estaba al frente del sindicato Carlos Jonguitud Barrios y que era igual de corrupto, de siniestro y de priista que la primera.
Nadie recuerda que, precisamente, fue otro “reformador”, Carlos Salinas de Gortari, quien colocó a la maestra en el primer plano del poder y que hoy su defenestración y encarcelamiento no se producen por su archiconocida corrupción, sino por traicionar, al aliarse con el PAN, a sus creadores.
También en este sentido la alquimia mediática ha operado. De pronto en el mismo saco se pone a Elba Esther y a los maestros disidentes. Como si fueran lo mismo. Como si no hubieran luchado durante décadas estos maestros contra la corrupción encarnada por Jonguitud y la Gordillo.
Atrás parece haber quedado para muchos la historia de componendas y corruptelas, el saqueo sistemático operado en la Secretaría de Educación Pública por los gobiernos priistas. Atrás también sus décadas de fracasos en materia educativa.
De pronto, lo que al visitar cualquier escuela rural salta a la vista ha desaparecido. La propaganda ha hecho su parte. Un falso, luminoso y sonriente panorama ha sustituido el paisaje real —de desolación y miseria— de las escuelas primarias a lo largo y ancho del territorio nacional.
El brutal abandono en que se tiene a nuestros niñas y niños a nadie le importa. Las paupérrimas condiciones en que operan muchísimas escuelas, las durísimas condiciones en que los maestros deben enseñar y los alumnos aprender, se han olvidado.
Quienes no lo olvidan son los maestros y los padres de esos niños en las zonas marginadas. Esos a los que la propaganda no dice nada y para los que la situación ya es intolerable y la protesta un deber ineludible y, al mismo tiempo, la única esperanza de sobrevivir.
De eso hablamos y nadie parece querer entenderlo. De una voz, la de los maestros, que desesperada se alza desde el desolado paisaje de una realidad nacional a la que la tv le da la espalda. De una voz estridente, ruda, cabrona —de qué otra manera podría ser—, pero voz al fin. No escucharla es suicida. Condenarla, aplaudir los intentos por acallarla, es una insensatez.
Ya en el pasado fueron los maestros objetivo de ataques de la reacción. Ahorcados y desorejados los dejaban los cristeros al borde de los caminos. Yo me desmarco de quienes incitan a su linchamiento y aunque no comparto necesariamente sus métodos de lucha entiendo y comparto su indignación.
Los agravios sufridos por ellos, por sus alumnos, por todos nosotros. La cerrazón del poder. Su cinismo. La impunidad con la que sigue cometiendo crímenes de lesa cultura, eludiendo su responsabilidad, desviando la mira de la opinión pública y generando odio debería provocar también la indignación colectiva. Con los maestros, y no contra ellos, deberíamos estar.
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Fuente: Milenio