Los higienistas del Zócalo

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Por Jesús Robles Maloof

“Desinfectan el Zócalo…”, leí en El Universal este viernes 13 de septiembre alrededor de las 21 horas, tras el desalojo violento a los maestros de la CNTE que acampaban en la plaza de la Constitución. Con ese titular culminaba una amplia campaña higienista para la construcción ideológica de los maestros como foco de infección. Al momento recordé los textos que narran el estupor con que los capitalinos de tiempos revolucionarios, veían a los Yaquis del Ejército Constitucionalista que acamparon en el Zócalo por la “suciedad que generan”.

El reconocido historiador Georges Vigarello ha estudiado las prácticas sobre la salud desde la Edad Media hasta nuestros días. En su obra Lo Sano y lo Malsano (Abada Editores, Madrid, 2006) documenta cómo hacia la segunda mitad del siglo XIX los discursos oficiales apelaban a la “reacción de toda la sociedad y del gobierno para combatir las plagas que nos amenazan”.

De esta manera, una de las misiones del Estado era castigar a quienes impulsaban prácticas degenerativas que envenenaran e infectaran a la sociedad. La legislación sancionaba las actitudes insanas caracterizadas por las prostitutas, los indigentes y las clases excluidas quienes mostraban poco aprecio por las normas de salud dominantes

Así, al no poder detener el comercio sexual, se toleraron espacios cerrados, comúnmente en los suburbios de la ciudad (a manera de extirpar la infección del cuerpo), donde estas prácticas se practicaban bajo una estricta supervisión sanitaria. Los médicos adoptaron tareas de fiscales obligados, desde entonces, a denunciar a cualquier persona que represente un peligro. De la política higienista nace el delito de “peligro de contagio”, aún vigente en nuestros códigos penales.

Para el higienismo, la enfermedad era un fenómeno social que dependía necesariamente de la provisión de agua corriente, luz y del combate de vapores o “emanaciones malignas”. La pobreza era preocupante no en un sentido humanitario, sino como foco de infección. Como ejemplo, el empresario restaurantero Saúl Cano declaraba sobre los plantones del CNTE en Oaxaca: “Toda esa asquerosidad, toda esa peste causa enfermedades a la gente grande y los niños”.

Durante la estancia de los maestros de la CNTE en la Ciudad de México hemos visto resurgir las voces higienistas, ecos del lejano pasado de la salubridad como moral pública. Esta asociación argumental entre los maestros y la enfermedad no obedece sólo a un discurso trasnochado, forma parte de una clara construcción del enemigo.

Algunos ejemplos: “Las enfermedades respiratorias, las gastrointestinales, así como infecciones oculares y callosidades les han declarado la guerra” dice el diario El Zócalo con información de Publimetro. “Los manifestantes usan como baños públicos… a un costado de la catedral, por lo cual el personal de limpieza coloca cal sobre los residuos fecales”. Se lee en el portal de noticias 24 Horas.

“Los baños de la CNTE” publicada en Milenio. “Los maestros… improvisan letrinas y comedores en la plancha del Zócalo; “Ya nos la sabemos” dice otra nota de Milenio. Reforma, en su nota “Dejan maestros huella”, sostiene: “El problema de la pestilencia se amplifica debido a que en las inmediaciones del Zócalo es muy difícil desplazarse”.

Un reportaje  del que hubieran estado orgullosos los higienistas del siglo XIX es el publicado en el diario La Razón: “Los 24 sanitarios portátiles colocados sobre la calle Moneda, en el Centro Histórico… se han convertido en una zona en la que se debe uno tapar la nariz para poder cruzar”. Además agregan: “esta calle no es el único lugar donde se desprende una peste”. Rematan su nota con una elaborada infografía que contiene una atrevida sentencia a manera de dictamen científico: “Megaletrinas pestilentes: Los baños instalados en el Zócalo capitalino son una fuente de infección”.

A estas sesudas investigaciones periodísticas se sumaron las plumas de algunos editorialistas que lejos de aportar algún análisis sobre el conflicto educativo, centraron sus energías en los orines de los maestros. Ricardo Alemán preguntaba ¿No es límite convertir el Zócalo del DF en un chiquero? Por su parte Beltrán del Río escribía: ¿Cómo evitamos las escenas… coronadas tristemente por maestros de escuela orinando en la pared de un museo…?

El problema de higienismo desde el siglo XIX es la relación causal de los humores y emanaciones, con las enfermedades y la analogía entre cuerpo e infección en la que comúnmente los grupos sociales excluidos son los culpables. Las investigaciones de Luis Pasteur desde finales de ese siglo mostraron que la génesis de las enfermedades obedece a procesos mucho más específicos dónde son los microorganismos y no las emanaciones por sí solas, son las causas de la enfermedad.

Ha pasado más de un siglo y es claro que los noveles higienistas conocen, o al menos tienen a la mano esta información, pero deciden pasarla por alto. Su tarea es caracterizar al otro. No importa para ellos que las autoridades sanitarias, tanto federales como locales, no se pronunciaron sobre la existencia de un riesgo sanitario alguno. Pasan por alto que en cientos de lugares de esta ciudad, las concentraciones de personas y vehículos generan olores mucho más dañinos que los referidos. Incluso pasaron por alto crónicas sobre los hábitos sanitarios de los maestros de la CNTE que hablan de otra historia.

Los higienistas lograron convencer a la opinión pública de las características que Vigarello atribuye a la infección “El riesgo sanitario tiene el rostro de la dispersión, del desorden el de la incoherencia incluso”. Si un problema urbano es catalogado como una “enfermedad”, es porque pronto alguien propondrá un “tratamiento” nos dice Onésimo Flores. Una vez diagnosticada la “infección” ya no es necesaria la política y mucho menos la justicia o el debido proceso, se impone el desalojo.

Las justificaciones autoritarias solo son consecuencia del higienismo. Miguel Osorio Chong sostuvo que se actuó para “defender la voluntad mayoritaria” sin citar hasta la fecha el fundamento legal del desalojo. Cometieron “delitos tipificados” (sic) sostiene Beltrán del Río, como si eso se determinara por el supuesto acuerdo de la opinión pública. Calificados como delincuentes pasan a quedarse sin derechos: “Terminó su protección constitucional”, dice Javier Cruz Angulo, como si la responsabilidad penal fuese colectiva. Se habló que todos los mexicanos teníamos derecho a disfrutar la plaza de la Constitución, como si los maestros fueran extranjeros. ¿Qué medio legal utilizaron para medir la voluntad mayoritaria? ¿Es la voluntad mayoritaria suficiente para las autoridades actúen fuera del principio de legalidad?

Es claro que el higienismo no es la única estrategia que opera contra el movimiento de los maestros. Están también la presentación de la iniciativa del gobierno como reforma educativa, cuando es en realidad una contra reforma laboral. La distorsión y escasa difusión de las propuestas del magisterio y algunos métodos de acción elegidos por el magisterio como los bloqueos, que vulneran los derechos de terceros y que castigan frecuentemente a quienes menos opciones de transporte tienen. En esta polarización las posiciones intermedias desaparecen.

De factores anteriores, los peligros del higienismo me parecen inadvertidos, pero no por ello dejan de ser amenazantes para cualquier democracia. Roberto Espósito ha señalado que una política basada en las analogías infecciosas, pronto tomará el camino de la separación de los agentes externos para preservar la “salud comunitaria”.

Pero del racismo hacia la CNTE podemos pasar hacia algo peor; “¿No sería genial que las calles del Distrito Federal tuvieran una compuerta derechito hacia un foso profundo? Total ahí debajo está Tenochtitlan para cacharlos”, propuesta de solución al conflicto magisterial de Carmen Amescua que nos recuerda que el totalitarismo, está a la vuelta de la esquina.

@roblesmaloof

 

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