Los fantásticos egipcios

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Por Robert Fisk

¿Por qué la crisis egipcia parece tan simple a nuestros líderes políticos y, sin embargo, tan complicada cuando uno en verdad se aparece en El Cairo? Empecemos por la prensa egipcia. Florecientes después de la revolución de 2011, los medios egipcios cayeron en la uniformidad en el momento en que el general Abdel Fata al Sisi y sus muchachos sacaron del poder al presidente Mohamed Mursi, el 3 de julio. De hecho, después del golpe militar, todos los reporteros y presentadores de un popular grupo de televisión –por cuyas frecuencias hablé de cuando en cuando en la era posterior a Mubarak– aparecieron alabando al nuevo régimen. Y lo más curioso es que ¡todos portaban uniforme militar!

Desde luego, hubo que crear fantasías. La primera no fue la naturaleza pérfida, antidemocrática y terrorista de la Hermandad Musulmana: esa idea había sido promovida por lo menos desde una semana antes del golpe. No: fue el contador de manifestantes con que se alimentaron los sueños del mundo. Había millones en las calles exigiendo derrocar a Mursi. Esos millones eran esenciales para la fantasía suprema: que el general al Sisi sólo obedecía la voluntad del pueblo. Pero entonces Tony Blair –cuya precisión sobre las armas de destrucción masiva de los iraquíes es bien conocida– nos dijo que había ¡17 millones de egipcios en las calles! Eso sí que merecía signos de admiración.

Luego el Departamento de Estado nos informó que eran 22 millones en las calles de Egipto. Y apenas hace tres días, el índice democrático nos informó que 30 millones tomaron parte en las manifestaciones contra Mursi, contra sólo un millón de partidarios de Mursi en las calles.

Increíble en verdad. La población de Egipto es de unos 89 millones. Quitando a los bebés, niños y pensionados de edad avanzada, esto sugiere que más de la mitad de la población activa se manifestó contra Mursi. Sin embargo, a diferencia de 2011, el país seguía funcionando. Entonces. ¿quién, durante lo que la Unión de Escritores Egipcios llama ahora la más grande manifestación política en la historia, manejaba los trenes y autobuses, el metro de El Cairo, operaba los aeropuertos, formaba las filas de la policía y el ejército, hacía funcionar las fábricas, los hoteles y el canal de Suez?

Al Jazeera, gracias al cielo, trajo un experto estadunidense en multitudes para demostrar que esas cifras surgían de un mundo de ensueño al que ambos bandos estaban suscritos y que físicamente no podía existir. Alrededor de la plaza Tahrir era imposible reunir más de un millón y medio de personas. En Ciudad Naser –punto de reunión de manifestantes pro Mursi– cabían mucho menos. Pero los cimientos estaban echados.

Así pues, la semana pasada el secretario de Estado John Kerry fue capaz de decirnos que la intervención de los militares egipcios fue a petición de millones y millones de personas, todas las cuales temían un descenso hacia el caos, hacia la violencia. Y los militares, a nuestro juicio, no tomaron el gobierno de su país en su poder. Existe un gobierno civil. Estaban, de hecho (sic), restaurando la democracia.

Lo que Kerry no mencionó fue que el general Al Sisi escogió el gobierno civil, volvió a designarse ministro de defensa, luego se nombró viceprimer ministro del gobierno civil, y se mantuvo como comandante del ejército. Y que el general jamás fue electo al cargo. Pero no hay problema: fue ungido por esos millones y millones de personas.

¿Y qué fue lo que sí dijo el vocero militar cuando le preguntaron cómo reaccionaría el mundo al uso excesivo de la fuerza que produjo la muerte de 50 manifestantes de la Hermandad Musulmana el 8 de julio? Sin reservas, contestó: ¿Cuál fuerza excesiva? Excesivo hubiera sido que matáramos a 300. Eso habla por sí mismo. Pero cuando se está entre 17 millones, 22 millones, 30 millones, millones y millones, ¿qué más da?

Ahora, el Departamento de Habla Franca. Déjenme citar al mejor comentarista sobre Medio Oriente, Alain Gresh, cuyo trabajo en Le Monde Diplomatique es –o debería ser– lectura esencial para todos los políticos, generales, oficiales de inteligencia, torturadores y todo árabe en la región. La Hermandad Musulmana, escribe este mes, demostró ser fundamentalmente incapaz de adaptarse al acuerdo político pluralista, de salir de su cultura de clandestinidad, de transformarse en partido político, de hacer alianzas. Cierto, creó el Partido Libertad y Justicia (PLJ), pero éste estuvo por completo bajo control de la Hermandad.

¿Y cuál fue el verdadero papel de al Sisi en todo esto? Nos dio una pista interesante en su tristemente llamado del 25 de julio a los egipcios a autorizar al ejército a confrontar la violencia y el terrorismo. Antes del derrocamiento dijo a dos dirigentes de la Hermandad que la situación era peligrosa, y que había que emprender de inmediato pláticas de reconciliación. Los dos líderes, dijo al Sisi, respondieron quegrupos armados resolverían cualquier problema que se presentara.

El general se indignó. Dijo que dio a Mursi una semana, hasta el 30 de junio, para tratar de poner fin a la crisis. El 3 de julio envió al primer ministro de Mursi, Hisham Qandil, y a otros dos, para convencer al ex presidente de convocar a un referendo sobre su permanencia en el poder. Su respuesta fue ‘no’. Al Sisi dijo a Mursi que el orgullo político dicta que si el pueblo lo rechaza, uno debe dejar el poder o convocar a un referendo para restablecer la confianza. Algunas personas sólo quieren gobernar el país o destruirlo.

Por supuesto, no podemos oír el punto de vista de Mursi. Ha sido silenciado en público.

Gracias a Dios por el ejército egipcio. Y por todos esos millones.

© The Independent/ Traducción: Jorge Anaya

 

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