“¿Cómo puedo dirigir los movimientos de las tropas en la batalla decisiva alrededor de Berlín, si estoy pensando en ponerme a salvo? Decidirá el destino si tengo que morir en la capital o si puedo encontrar refugio en el último momento”, dijo Hitler a su entonces ministro de Armamento, Albert Speer. Realmente aquella noche del 30 de abril de 1945 sería el comienzo de algo y no el final de todo.
La historia sobre los últimos días de Adolf Hitler es bien conocida por la versión que dieron historiadores como Hugh Trevor-Roper, Joachim Fest, Robert Payne, James O’Donnell, Alan Bullock, Sebastian Haffner, Anton Joachimsthaler, Michael Musmanno y Arnold Toynbee, entre otros.
Lo curioso es que ninguno de ellos presenta en sus ensayos pruebas documentales o de cualquier otro tipo que confirmen el suicidio del Führer en el búnker. Todos, sin excepción, continúan sus estudios siguiendo la línea marcada por Los últimos días de Hitler, escrito por Hugh Trevor-Roper. Incluso Musmanno, que sí entrevistó a varios supervivientes del búnker para su libro titulado Ten days to die: the authoritative and dramatic story of Hitler’s mad finale told for the first time in this sensational account drawn from direct eye-witnesses, prefiere seguir la directriz marcada por Trevor-Roper.
Pero, curiosamente, ninguno de ellos puso en duda la versión del historiador británico, ni siquiera en los datos erróneos recogidos por Hugh Trevor-Roper en su informe y en su posterior ensayo sobre los últimos días del Führer.
Cadena de errores
Trevor-Roper comete un grave error de investigación con respecto a la boda de Hitler y Eva Braun. La ceremonia, oficiada por el juez de paz Walter Wagner, comenzó el domingo 29 de abril, pero, cuando finalizó, eran ya las 00:25 de la madrugada del lunes 30 de abril.
Portada del libro Ingrese ‘¿Murió Hitler en el búnker?, escrito por Frattini, autor de una veintena de libros. Archivo particular |
Wagner no se dio cuenta al escribir la fecha en el certificado y Trevor-Roper tampoco se dio cuenta del error durante su investigación.
También existe entre los diferentes historiadores detalles sobre la hora exacta en la que Hitler se suicidó. Algunos de ellos, incluido Trevor Roper, afirman que fue sobre las 3:15 de la madrugada del 30 de abril. Michael Musmanno habla de la “hora del almuerzo” y Robert Payne, de las 14:30. Rochus Misch, el último superviviente del búnker, habla en su libro Yo fui guardaespaldas de Hitler de las 15:30 horas del día 30. Traudl Junge, secretaria de Hitler y quien permaneció en el interior del búnker hasta el final, habla en su biografía titulada Until the final hour: Hitler’s last secretary, que ella almorzó con el Führer a las 14:30 del 30 de abril, por lo que es poco probable que Hitler se suicidara esa misma madrugada como afirma.
Tampoco acierta el historiador británico con la vestimenta de Eva Braun. Él y Musmanno afirman que llevaba un vestido negro u oscuro el día de su muerte; Günsche y Payne hablan de un vestido azul de pequeños topos blancos, mientras que Misch habla de un vestido azul marino con apliques blancos en forma de pequeñas flores.
Ya no hablemos del famoso disparo que supuestamente acabó con la vida de Hitler y que nadie oyó. Ni Traudl Junge, ni Gerda Christian, ni Rochus Misch, ni Erich Kempka, ni siquiera Heinz Linge, que se encontraba junto a Otto Günsche, en la misma puerta de las estancias de Hitler en el búnker, oyeron disparo alguno.
James O’Donnell publicó el libro The bunker: the history of the Reich Chancellery Group, basado en sus entrevistas a cincuenta testigos supervivientes del búnker, entre 1972 y 1976. Erich Kempka, el chofer de Hitler, le reconoció a O’Donnell que no estaba en el interior del búnker y que por lo tanto no pudo escuchar el disparo.
Cuando el escritor le recordó que en 1945 había dicho lo contrario, el chofer del Führer respondió: “Ahora es 1974. En aquel 1945 dije solo lo que los interrogadores querían escuchar”.
La posición de los cuerpos de Hitler y Eva
Tampoco se ponen de acuerdo en dos hechos importantes: la posición de los cuerpos de Hitler y Eva Braun tras suicidarse y tampoco en la entrada del disparo en el cráneo del Führer. Con respecto al primer punto, Otto Günsche asegura en 1950 que estaban sentados uno al lado del otro, en el sofá.
En 1960 da otra versión al afirmar que Hitler estaba en la silla, sentado, y Braun estaba acostada en la silla. Heinz Linge afirma que estaban sentados en lados opuestos del sofá. Braun a la izquierda. El chofer, Erich Kempka, asegura que ambos estaban en el sofá; Hitler, acostado y Braun, sentada. Trevor-Roper asegura que Hitler y Eva Braun estaban acostados uno al lado del otro, en el sofá.
No se ponen de acuerdo. Con respecto a la entrada del disparo en la cabeza de Hitler, Günsche aseguró en 1950 que entró por la sien derecha; pero, diez años después, el mismo Günsche declaró que no hay datos al respecto. Linge afirma que el disparo entró por la sien izquierda, mientras que Kempka y Trevor-Roper defienden de forma tajante que el disparo entró por la boca.
Curiosamente, Erich Kempka cambia su versión cuando declara a la agencia United Press, el 20 de junio de 1945, que “el auxiliar, que se llama Günsche, encontró a Hitler con un balazo en la cabeza y a Eva con otro en el corazón. Ambos cuerpos estaban sobre un sofá. Se había empleado para el hecho una pistola Walther de siete milímetros”. Ni siquiera para dos datos tan importantes como estos, los testigos, investigadores e historiadores se ponen de acuerdo.
Versiones contradictorias
Leyendo los libros escritos por diversos historiadores y en los que se han basado las películas que han llegado hasta nosotros en estas últimas décadas podemos afirmar que existen hasta seis variantes sobre la muerte de Hitler: ingirió veneno y se disparó con su pistola, ingirió veneno pero no se disparó, se disparó pero no tomó el veneno, se disparó y luego fue rematado, alguien disparó a Hitler o uno de sus dobles fue asesinado aquel 30 de abril.
Lo cierto es que esta historia “oficial” se inicia el miércoles 25 de abril de 1945, en un búnker situado a varios metros bajo tierra de Ciudadela, el nombre en clave de la zona gubernamental de una Berlín asediada por las tropas soviéticas. Hitler estaba preocupado por su muerte. Curiosamente era el mismo hombre que había ordenado el asesinato masivo de millones de personas sin importarle lo más mínimo el sistema utilizado, pero para él quería algo rápido, eficaz y sin dolor.
Al igual que Sigfrido, héroe de la mitología germánica, debía yacer en un lecho de fuego y su amada Brunilda (Eva Braun) debería yacer junto a él en la pira funeraria. Todo el mundo en el búnker sabía lo que debía hacerse para cumplir el último deseo de su Führer.
Aquella misma tarde a última hora llamó a Heinz Linge, su edecán, y le dio instrucciones muy precisas sobre cómo debería llevarse a cabo el acto final. Él se mataría de un disparo. Seguidamente Linge debería envolver su cuerpo, llevarlo hasta el jardín de la Cancillería, quemarlo hasta que no quedara absolutamente nada y comprobar que ni uno solo de sus huesos pudiera caer en manos soviéticas. Una vez que hubiera finalizado la incineración de su cadáver, Linge debía regresar al despacho del Führer, recoger “todo cuanto pueda suponer un recuerdo mío. Llévatelo todo, uniformes, papeles, todo lo que he usado, cualquier cosa que la gente pueda decir que ha pertenecido al Führer. Lo sacas fuera y lo quemas todo”, le ordenó Hitler a su fiel escolta.
Curiosamente lo único que el Führer deseaba salvar entre los escombros de Europa era un retrato de Federico el Grande, pintado por el eminente retratista suizo Anton Graff y que adquirió tras su ascenso al poder. Este retrato del rey de Prusia era el objeto que más apreciaba de cuantos tenía y pidió a su piloto personal Hans Baur que lo pusiese a salvo fuera de Berlín.
Heinz Linge recuerda en sus interesantes memorias With Hitler to the end: the memoirs of Adolf Hitler’s valet, que Hitler le dio las instrucciones fríamente, sin mostrar un ápice de sentimentalismo, como un general enviando a la muerte a sus hombres. “Estaba en pie tras la mesa de la pequeña sala de conferencias del búnker, con el rostro lívido y los ojos apagados. Hablaba sin emoción, como si se tratase de algo que ya no le interesara mucho”, recuerda el propio Linge. Lo único que le interesaba a Hitler en aquellas supuestas últimas horas era dejar atados todos los flecos posibles. Su amante Eva Braun debía dejar de serlo para convertirse en la señora de Hitler.
También debía redactarse su testamento político y su testamento personal. Formalizar ante testigos ambos documentos y ponerlos en manos seguras que pudieran sacarlos de Berlín. Hitler, el juez supremo de la vida y la muerte de millones de seres humanos, no quería dejar nada al azar.
En la tarde del domingo 29 de abril, el Führer anunció que su boda con Braun sería aquella misma noche. Joseph Goebbels recordó a su jefe que su matrimonio con Magda lo había celebrado un juez de paz llamado Walter Wagner. Miembros de las SS no lo encontraron en su domicilio, sino en una trinchera en la cercana Friedrichstrasse, combatiendo contra la vanguardia soviética. (…) Cuando Wagner llegó al búnker, Hitler y Eva Braun se encontraban ya esperándole. Los dos testigos de boda fueron Joseph Goebbels, por parte de Hitler, y Martin Bormann, por parte de Eva Braun.
Fuente: El Tiempo