Los disfraces para el carnaval del siglo XIX

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Por Miguel Zorita

No hay carnaval que se precie sin buenos disfraces y cuanto más alocados mejor. Es por este motivo, que no podíamos dejar escapar una oportunidad así para repasar los disfraces más sonados del siglo XIX. Fotografías en las que literatos, arqueólogos y fotógrafos lucen sus mejores galas haciéndose pasar por los personajes más sorprendentes.

Empezaremos por una muchacha griega de diecisiete años, se llamaba Sophia Engastromenos aunque desde el día 23 de septiembre de 1869 adoptó el apellido de su anciano esposo, el descubridor Heinrich Schliemann.

Fascinado por la cultura helénica, este entusiasta de la arqueología vio en la joven ateniense el canon perfecto de la belleza clásica y encandilado como estaba, no pudo reprimir la tentación de coronar a su lozana esposa con las joyas más preciadas.

La ocasión surgió cuatro años después de la boda, y no es que Heinrich no hubiese podido tener un detalle hasta entonces con Sophia, sino que el día 31 de mayo de 1873, durante una de sus fatigosas excavaciones arqueológicas, se percató de que nada como lo que acababa de encontrar podría brillar más en las sienes de su mujer, pues acababa de localizar el fastuoso tesoro del presunto rey Príamo de Troya.

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Sophia Engastromenos engalanada de reina troyana.

En sus memorias “El hombre de Troya”, Schliemann hace a su esposa partícipe del hallazgo, pero hoy día se pone en duda, pues parece que la muchacha estaba en Atenas cuando el yacimiento estaba en Turquía… pero sea como fuere, durante el tiempo en el que el tesoro estuvo en manos de su descubridor, Sophia fue ataviada con tan suntuosas joyas como si fuese la mismísima reina de Troya.

Claro que a falta de joyas, buenas son vendas, y si no que se lo digan a Eduard Toda i Güell, una de las mentes más brillantes de aquel siglo. Con dieciocho años además de dominar numerosos idiomas ya formaba parte del cuerpo diplomático de España en distintas embajadas de oriente y no tardó en convertirse en un verdadero egiptólogo. Tanto es así que como persona inteligente que era, también tuvo tiempo para el humor, y buena prueba de ello es ésta fotografía de 1885 en la que aparece disfrazado de momia en el museo de Bulaq.

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Toda i Güell vestido de momia en el museo arqueológico de Bulaq (Egipto) en 1885

Y es que ser una celebridad no está exento de pasárselo bien, tal y como lo demostró el premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente, de quien se conservan varias fotografías disfrazado de los más diversos personajes. La razón de tanto atuendo es que el literato además de escritor era actor y a tal efecto representó a Crispin de su obra Los intereses creados o Don Juan Tenorio, a quien dio vida junto a la actriz Consuelo Torres.

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Jacinto Benavente disfrazado del Tenorio en 1911, fotografía de Alfonso

Ya puestos, hablemos de otro literato al que captó la cámara del fotógrafo Manuel Castellano; nos referimos a su tocayo Manuel Fernández y González, un  prolífico escritor que triunfó en el género de novela de aventuras y novela histórica.

Su arrolladora personalidad se trasladó al mundo de las letras haciendo de sus novelas relatos poco ajustados a la historia pero de emociones trepidantes, lo cual le granjeó gran éxito entre el público y numerosos recelos entre los historiadores que veían en sus novelas conceptos perniciosos inculcados al gran público. Pero poco importaba eso al escritor más amigo de la vida bohemia que no dudó en pasar a la historia retratado como un verdadero espadachín digno compañero de Miguel de Mañara o cualquiera de sus otras sus otras novelas de aventuras.

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El escritor Manuel Fernández y González caracterizado como espadachín de sus novelas. 1855 Imagen de la Biblioteca Nacional

Otros intelectuales veían en la fotografía un medio estupendo para hacer guiños a sus ídolos y así lo vemos en una fotografía de un joven  José Ortega y Gaset que llevándose la mano al pecho sobre una camisa blanca imita el gesto de Honoré de Balzac en el daguerrotipo que le tomó Louis-Auguste Bisson hacia 1840. Años después el filósofo español repetirá el gesto, dejando constancia de lo nada casual de su pose.

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El joven Ortega y Gaset disfrazado de Balzac

Arqueológos, escritores, filósofos… no podía faltar en esta lista los fotógrafos y quien mejor que Napoleón. Si, no lo han leído mal, Napoleón fue uno de los fotógrafos más prestigiosos de España, aunque no nos referimos a Bonaparte sino a un albaceteño ilustre donde los haya, llamado en realidad Antonio Fernández Soriano aunque tomó el pseudónimo de su mujer la también fotógrafa Anaïs Tiffon Cassan cuyo padre se llamaba Napoleón dando así origen a toda una saga de fotógrafos que en los últimos años del siglo XIX brilló con luz propia en Barcelona.

Uno de los hijos de este matrimonio fue Emilio Fernández Tiffon cuya fotografía más conocida fue precisamente una captada en 1891, la cual posiblemente removería en su tumba a dos ilustres franceses.
A Napoleón por ver cómo unos españoles sacaban tirón de su nombre y al Cardenal Richeleiu
por ser el motivo del disfraz. De este modo Emilio Fernández pasó a la historia con la soberbia capa del cardenal más famoso de Francia. Algo que inevitablemente nos hace pensar en cómo será la chanza del siglo que viene… ¿quién de nosotros será el disfraz del futuro?

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Emilio Fernández Tiffon “Napoleón” en 1891, imagen del Arxiu Fotogràfic de Barcelona
Fuente: dslr magazine

 

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