Los demonios de Meade

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Por José Gil Olmos

A lo largo de la campaña, incluida la precampaña, que inició el 12 de diciembre en San Juan Chamula, José Antonio Meade no pudo y lo más seguro es que no podrá, exorcizar sus demonios políticos: la falta de identidad política, la imagen de corrupción del PRI que lo impulsó como candidato y la pésima administración de Enrique Peña Nieto que trae como el Pípila cargando a cuestas.

Estos lastres o demonios políticos, más una pésima coordinación de campaña encabezada por Aurelio Nuño, han llevado a que la campaña de Meade no funcione y se aleje cada día más de la posibilidad de un triunfo el primero de julio.

De manera tardía Meade aceptó ponerse la chamarra roja del PRI y encabezar actos masivos como en Hidalgo el pasado domingo donde el gobernador Omar Fayad hizo acto de presencia para atacar a los priistas arrepentidos y a los indecisos criticarlos señalando que si tienen un poco de cerebro se darán cuenta que la mejor opción para gobernar México los próximos seis años es José Antonio Meade.

Ante muchos priistas Meade es un advenedizo que se aprovechó de la amistad con Luis Videgaray y Aurelio Nuño para que fuera elegido por Peña Nieto para ser candidato del PRI sin serlo y, mucho menos, aceptar y adoptar la doctrina priista. Por disciplina lo apoyaban, pero no lo veían como su candidato, como el mejor hombre del PRI, como uno de los suyos.

Pero el PRI tampoco era un asidero firme para los planes de Meade. Cada vez que la corrupción salía a relucir, la referencia era directa para muchos de los integrantes de este partido y del gobierno de Peña Nieto involucrados en desvío de recursos, cochupos y vínculos con bandas criminales.

Así que sus intentos por relucir sus atributos de honestidad se topaban inevitablemente y de manera frontal con la imagen y la historia de corrupción en el PRI, y su discurso de que las instituciones no eran corruptas sino las personas, sonaba hueco y poco creíble para el ciudadano de la calle, para el elector que no ve a Meade fuera de la cúpula priista que se ha enriquecido a través del ejercicio indebido del poder público.

José Antonio Meade tampoco quiso tomar distancia de Enrique Peña Nieto, al contrario, siempre lo ha defendido ensalzando sus propuestas hechas ley en materia de energía, trabajo, educación, hacienda y economía.

Aunque la imagen de Peña Nieto sea la peor desde 1997 –cuando Ernesto Zedillo fue reprobado por la mitad de la población en su administración– Meade no quiso tomar distancia para ganar credibilidad. Este acto de lealtad fue visto más bien como un acto de complicidad pues siendo miembro del gobierno peñista nunca relució por sus acciones o sus opiniones respecto a la amplia corrupción e impunidad en la administración federal.

A 25 días de que termine la campaña Meade nunca repuntó del tercer sitio en el que inició. La estrategia de crear un candidato ciudadano –mejor dicho, no priista–, fracasó, al igual que su historia particular de honestidad ante la marca indeleble de corrupción e impunidad del PRI y de Enrique Peña Nieto.

Esos demonios pesaron más en la campaña de Meade, aunque en los últimos actos se le ve arropado por el PRI, por el partido con el que no quería que lo identificaran. Parece ser muy tarde y la derrota se vislumbra cada día más claramente en el horizonte.

Por cierto…. Si la intención del PRI encabezado por René Juárez Cisneros, y del equipo de Meade era replicar el modelo y el “éxito” de la elección en el Estado de México, están muy lejos de lograrlo. La meta anunciada por el presidente del partido de que el 10 de junio José Antonio Meade empataría a Ricardo Anaya, se ve muy difícil y alcanzar a Andrés Manuel López casi imposible. Para alcanzar al panista tendría que conseguir el apoyo de 6 millones de ciudadanos en una semana y al tabasqueño 12 millones en el mismo lapso.

Fuente: Proceso

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