Por Arnaldo Córdova
Muchos lo pensamos varias veces al observar la intensa, ferozmente obsesiva e incansable actividad política de Andrés Manuel López Obrador. Parecía hecho de hierro y, de verdad, parece que lo está. Nuestro temor era que no se trataba de un accionar normal ni tenía nada de tranquilo. Algunos fuimos testigos de algunas debilidades físicas de El Peje.Un día en que mi esposa y yo visitábamos a José María Pérez Gay, enfermo, nos reveló que le dolía una pierna por mala circulación. Otra vez, en una gira por Durango, cuando yo probaba un rico caldo durangueño, me confesó que a él le había hecho daño.
Era muy fuerte, pero no era inmune al cansancio y al agotamiento. Nadie lo es. La sobrexplotación del propio físico, finalmente, pasó la cuenta. Hay que alegrarse, no obstante ello, de su extraordinaria fortaleza. A otra persona ese infarto agudo al miocardio tal vez la habría aniquilado. Él la libró bastante bien. La operación fue exitosa y ahora se encuentra en franca recuperación. Alguna vez le dije, jocosamente, que él ya no se pertenecía a sí mismo, sino a millones de mexicanos que creen en él. Él lo aceptó, y no podía ser de otra forma.
Ahora tendremos que repensar muchas cosas y volver a decidirlas. La primera tendrá que ser su modo tan personal de realizar el trabajo político. Por lo pronto, por prescripción médica, inicialmente tendrá que guardar el debido reposo y seguir un régimen de vida y, sobre todo, una dieta que le ayuden a fortalecerse más y mantenerse en forma. No es un problema personal. Es un problema político, es un problema del partido en formación: Morena. Tendremos que ir sustituyendo en la medida de lo posible el intenso trabajo personal por métodos de dirección más colectivos, en los que participen muchos más.
Yo no estoy alarmado, aunque la noticia me resultó sumamente dolorosa, sobre todo porque ya la presentía. López Obrador ha sido un dirigente excepcional que, en su sola persona, ha sustituido al partido. Un líder así no puede ser un elemento negativo. Todo lo contrario. Para Antonio Gramsci, un dirigente que se ha creado la fama de ser honesto y firme en sus convicciones no puede pasar como el rocío matinal. Su obra permea toda la realidad en la que actúa. Su ejemplo se vuelve duradero e imperecedero y la fuerza de su acción particular deriva siempre en una expansión masiva.
México tiene la gran suerte de contar con un político de la talla de Andrés Manuel López Obrador. Para sus partidarios, que suman millones, ni duda cabe. Pero él ha resultado ser un elemento sumamente estabilizador y equilibrador de la paz social. Ni a él ni a sus millones de partidarios se les ha podido jamás acusar de provocar actos de violencia o provocadores. Sus constantes llamados a la lucha pacífica y a contender por el poder del Estado por la vía electoral lo muestran claramente. Nunca ha habido un movimiento político más disciplinado, pacífico y respetuoso de la legalidad que Morena.
Aun con López Obrador en el hospital, recuperándose, sus partidarios están movilizados por los objetivos que se trazaron. Nadie lo olvida y todos invocan su nombre y su imagen de dirigente auténtico. Él está con ellos y lo sienten de verdad. Muestran su solidaridad con su líder luchando a brazo partido por la causa que entre todos hicieron propia. No hay desánimo. El entusiasmo sigue tan encendido y vital como cuando veían a su dirigente expresando por ellos sus sentimientos más genuinos.
El proceso exitoso de formación de Morena como partido político está en curso y nadie podrá frustrarlo o desvirtuarlo. Ha realizado las asambleas estatales que se requieren por ley y el propósito es hacerlas en todas las entidades de la Federación. Sus estructuras son endebles y frágiles todavía, pero se está tratando de evitar a toda costa que se consoliden tumores burocráticos que anulen la libertad de militancia de sus miembros. Se están heredando algunos vicios típicos del PRD de las tribus, sobre todo, debido a grupos de ese partido que han entrado a la nueva formación. El peligro se ha advertido y se pondrá remedio.
Desearía insistir en que, cuando el líder vuelva a su actividad normal, será de vital importancia ponerlo todo a discusión: su propio papel como dirigente indiscutible, los métodos de dirección y el estilo individualista de dirigir, así como la creación de nuevos mecanismos de deliberación y de decisión, una distribución lo más amplia posible del trabajo de dirección, de manera que no se queme al dirigente principal en una labor sobrehumana y, a final de cuentas, muy costosa; también una nueva estrategia de crecimiento y edificación del partido, sobre todo, en vísperas de su legalización plena.
El lópezobradorismo deberá cuidar su partido y a su dirigente. Al primero porque, resulta obvio, será el cemento que fundirá en un solo ente colectivo a toda la militancia; al segundo, porque la mayor riqueza de este movimiento es, justo, su inspirador e incansable animador. Perder a uno significa perder a los dos. Los dos deben preocupar por igual. El uno depende del otro. Uno no se explica sin el otro. López Obrador, una vez plenamente recuperado, debe seguir siendo el pivote del movimiento, pero, al mismo tiempo, debe dejar que el partido crezca y se multiplique por sí solo.
Muchos piensan que sin López Obrador el movimiento se extinguirá en un abrir y cerrar de ojos. Creo que están equivocados. Pese al carácter tan personalísimo de la labor del dirigente tabasqueño, su obra es fecunda y no tiene nada de estéril. Ha despertado la conciencia de millones de mexicanos y los ha hecho comprender que hay un nuevo modo de hacer política, un honesto, inteligente y muy convincente modo de actuar en la política. Él los ha hecho creer de nuevo en la buena política, honrada, sincera ante el pueblo y coherente consigo misma. No ha arado en el desierto. Su obra está a la vista.
Luego de su recuperación, habrá que convencerlo de que el trabajo individualista, a pesar de sus logros y de su brillantez, es una forma obsoleta, desde hace mucho tiempo, de dirección política. A un partido sólo lo puede hacer el trabajo colectivo, y su dirección tendrá que ser, por fuerza, colectiva y colegiada. Hay que hacer embonar mutuamente el esfuerzo del gran líder y el esfuerzo de la colectividad que ya está tomando forma en Morena. En el futuro tendrán que caminar al parejo y de común acuerdo.
No quiero dejar de mencionar todo el afecto y la devoción a la mutua amistad que tengo por López Obrador. Me estremeció la noticia y, por un instante, me dejé deprimir. De inmediato reaccioné violentamente a cualquier actitud pesimista. Lo que ha hecho ya ha dejado huella. Tenemos que encargarnos de que eso perdure y crezca. El futuro sigue siendo tan promisorio como antes en los mejores momentos. Con él, mejor que todo; sin él, pues adelante.
Fuente: La Jornada