Por John M. Ackerman
Una de las estrategias más efectivas que ha utilizado el Partido Revolucionario Institucional (PRI) para mantenerse en el poder desde su fundación en 1946 ha sido la activa promoción de una oposición domesticada. Si bien la oposición contestataria pone en riesgo al sistema de neoliberalismo autoritario, una total ausencia de críticas externas lleva al desbordamiento de la corrupción interna y al derrumbe de la legitimidad pública. “Lo que resiste, apoya”, sentenciaba don Jesús Reyes Heroles durante su paso por la Secretaría de Gobernación en el sexenio de José López Portillo (1976-1982).
Los lobos del viejo PRI manejaban eficazmente el difícil equilibrio entre el poder autoritario y la crítica reformista. Pero la total ausencia de oficio político entre los “nuevos” priistas ha puesto en riesgo la vigencia de todo el sistema de corrupción estructural. Ello es una noticia catastrófica para quienes dependen del sistema para su sobrevivencia. Pero constituye motivo de celebración para el sector cada vez más amplio de la sociedad con hambre de justicia y sed de paz.
El primer presidente emanado de las filas del PRI, Miguel Alemán Valdés (1946-1952), fue quien colocó los cimientos para muchas de las más nefastas prácticas autoritarias actuales, incluyendo el “charrismo” sindical, la corrupción y la complicidad entre grandes empresarios y altos funcionarios públicos, así como el poder monopólico de Televisa. Alemán también fue quien perfeccionó el modelo del partido de la oposición “leal” con la creación del Partido Popular (PP) por parte de Vicente Lombardo Toledano en 1948.
Lombardo tenía claro desde el principio el propósito de su nuevo partido: “No se trata de crear un partido de oposición al gobierno, sino, por el contrario, se trata de crear una fuerza de apoyo al gobierno y a las instituciones democráticas y revolucionarias contra las fuerzas de la reacción. (…) El Partido Popular será un partido de ayuda al régimen y de crítica constructiva”, escribió en 1947.
Hoy el Partido de la Revolución Democrática (PRD) se ha convertido en un engendro autoritario aún peor que el antiguo PP. El apoyo del PRD al régimen no es siquiera discursivo o hipócritamente “contra las fuerzas de la reacción”. Y la “crítica constructiva” de Lombardo ha sido reemplazada hoy por una abyección total del PRD a los reyes de la corrupción.
La fuerza conjunta de la firma del “Pacto por México” y el fracaso de los gobiernos locales del PRD han puesto fin al carácter opositor y democrático del antiguo partido de la oposición. José Luis Abarca, Ángel Aguirre, Jesús Zambrano, Carlos Navarrete, Miguel Ángel Mancera y sus otros compañeros de partido no representan más que sus propios intereses mezquinos y oscuros.
La buena noticia es que el fin del PRD implica también el fin de la autorregulación y de la capacidad adaptativa del partido en el poder. La desaparición del actor político que fungió como el principal adversario al régimen desde 1989 ha generado la necesidad social para el surgimiento de una nueva fuerza opositora. Así como la domesticación del Partido Acción Nacional (PAN) por Carlos Salinas de Gortari abrió el espacio para el surgimiento primero del PRD y después del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), hoy la muerte del PRD impulsa con enorme fuerza tanto el nacimiento de Morena como la consolidación del movimiento de Ayotzinapa.
Quienes tienen interés en que el nuevo ciclo de resistencia tenga más éxito que el anterior harían bien en aprender de los errores del pasado. Quizás la equivocación más importante fue la incapacidad de articular acciones y estrategias entre las fuerzas sociales y las fuerzas partidistas de la oposición. Tanto el purismo sectario de los dirigentes sociales como el oportunismo corrupto de los líderes partidistas generaron un muro infranqueable entre dos diferentes formas de hacer política que teóricamente tendrían que caminar juntas.
El principal reto hoy es superar este muro para finalmente generar una robusta oposición política cuya resistencia ya no apoye al régimen, sino que tenga suficiente fuerza para simultáneamente transformar y tomar el poder de manera directa e indirecta, a los niveles local y nacional. Los ejemplos de Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Venezuela demuestran que solamente se puede acumular suficiente fuerza social para derrotar a los poderes fácticos cuando se establece una clara articulación entre los movimientos populares y los ciudadanos dispuestos a competir por cargos de elección popular. Para tener éxito en México será necesario que todos dejen de lado por un momento sus prejuicios teóricos y legítimas desconfianzas históricas para unirse e identificarse en una lucha común en contra del saqueo, la represión y la corrupción.
Hace un año Enrique Peña Nieto y sus corifeos deshojaban sus margaritas y se daban fuertes palmadas en la espalda en celebración del “logro” histórico de haber entregado el sector energético a los oligarcas nacionales y las empresas transnacionales. Hoy los poderosos sufren una terrible resaca al darse cuenta de que sus irresponsables excesos han generado un amplio movimiento social que amenaza con poner fin a su continuidad en el poder.
En este nuevo año, la oposición tiene una gran oportunidad histórica para finalmente dejar de apoyar al régimen e iniciar la transformación de la patria. Pero para que 2015 pueda ser un año de victorias ciudadanas las diferentes corrientes de la resistencia primero tendrán que controlar su soberbia y caminar humildemente de la mano con sus hermanos y hermanas de lucha en toda la nación.
Twitter: @JohnMAckerman
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(Publicado en Revista Proceso, No. 1991)