Por Emilio Jurado
Si, efectivamente esta frase se corresponde con la que la irritada frustración del coronel George Taylor (Charlton Heston) grita al final de la premonitoria historia del Planeta de los Simios, cuando contempla cómo un resto de la estatua de la Libertad yace rota en una playa, signo de la barbarie que ha acabado con una civilización.
La estatua de la libertad, un regalo de los europeos (franceses) a los hermanos americanos por su empeño en la libertad, la justicia y la igualdad, emblematiza lo que es el sueño europeo y en lo que puede quedar si no se cultiva, abandonado en tierra de nadie. De momento así yace Europa, rota fruto de la barbarie de una forma absurda de entender la economía, la sociedad y la vida por extensión. Europa fue un proyecto civilizatorio de tan alto grado y de tan sofisticada forma de encuentro de distintas sensibilidades que, según se dice, el propio expresidente Lula de Brasil la calificó como la más avanzada forma de organización política de la humanidad. Por ello reclamaba para la idea de Europa la concesión de la calidad de bien inmaterial de la humanidad y protección especial por tanto por parte de la UNESCO.
No se nos escapa la sorna que contiene esta idea apócrifa atribuida al líder del partido de los trabajadores quien, por otro lado, ha evidenciado en múltiples ocasiones su admiración por el modelo europeo de bienestar. Pero además de la “puya”, su reflexión contiene los elementos del drama que hacen gritar al personaje de la historia simiesca de ciencia ficción.
Europa, como la estatua de la Libertad puede tenerse por un símbolo de lo que en las condiciones adecuadas puede crear el ser humano, el signo y representación de aquello por lo que merece la pena vivir en sociedad y por lo que se justifica el esfuerzo colectivo. Pero Europa está varada en un desierto creado por la esterilidad de quienes han llevado el símbolo europeo a un escenario polvoriento, sucio, mezquino en el que sólo ganan los que se adaptan, los escorpiones y las víboras.
La idea de Europa es, y Europa fue, un sueño bello como Kant lo imaginó y frágil como Delors predijo, que requiere del cuidado y del mimo diario, necesita logros constantes y avances hacia un escenario de humanidad creciente. Sólo así podría arrinconarse el diablo europeo que lleva asolando el continente más de quinientos años.
Suponemos que a esa belleza conceptual original responde el otorgamiento del premio Nóbel de la Paz. Lamentablemente, los premios Nóbel, como casi todos los premios, se conceden como una forma de reconocimiento póstumo, a lo realizado y no al potencial para el futuro. La concesión del Nóbel vendría a ser el grito del coronel Taylor. ¡Malditos, lo habéis hecho! Habéis conseguido que la idea de Europa yazca inerte sin valor más que para colocarle diplomas y provocar recuerdos nostálgicos.
Por ello yo también os maldigo, porque Europa pudo ser una idea motriz para el resto del mundo, para que todos los Lulas comprometidos con el desarrollo de sus países y de sus gentes pudieran tomar un ejemplo histórico en vez de unas tablas de retribución de los minijobs que ya invaden el continente. Para que los ciudadanos del mundo interiorizaran que la educación y el conocimiento es la base de la existencia humana, no la barrera que delimita quien pertenece al club de los privilegiados y quien ha de mantenerse fuera. Para que todos los grupos sociales entendieran que la salud y la seguridad son apuestas colectivas, que no hay salud ni seguridad individualizable aunque pueda pagarse.
Porque cuando el mundo se encuentra en una encrucijada propia de un cambio de siglo, Europa que creía haber encontrado un camino de paz, prosperidad y justicia, da marcha atrás y vuelve sobre sus pasos para anteponer los derechos adquiridos (a saber cómo) sobre las expectativas de un mundo más humano, menos raro (Lichis dixit). En lugar de rubricar a Europa como referente del progreso humano, los actuales dirigentes europeos se aplican cada día en convertir a Europa en un competidor en las mismas degradantes condiciones sociales que los países emergentes o sumergidos, mientras muchos de ellos apuestan por captar capital humano europeo. Y este viaje a ninguna parte no cesa.
El día 14 de diciembre se ha confirmado la regresión con la aprobación de un pacto que permitirá valorar desde una instancia única el estado de las entidades financieras del área euro. Paso adelante por tanto en la integración sostén de la idea europea, pensaran algunos. Error, no va controlar todas la entidades bancarias, van a quedarse fuera de ellas aquellas que se encuentran más próximas a esos simpáticos europeos a cuyos ancestros tanto gustaba hacer el paso de la oca cuando paseaban por Paris, Amsterdam o Cracovia.
De nuevo la excepción, la división, de nuevo la segregación, de nuevo la difamación del todo por Europa, pero sin todos los europeos. ¡Lo habéis vuelto a hacer y por ello yo os maldigo!
Fuente: NuevaTribuna.es