Por Ángel Otero Calderón
Por estas horas, la conciencia nacional anda toda desbrujulada o sea toda desconcertada por la cosa esta de las encuestas. Y cómo no iba a ser si nomás no cuadran unas con otras. Las que no están copeteadas, salen rasuradas de plano. Ya no se sabe con certeza, cuántos puntos trae el puntero de ventaja y, lo peor, quién diantres es el susodicho. Y menos cuál es el que va de segundo, o la que va, según sea el caso. Cada día nos amanecemos con números nuevos y contradictorios, y cada quién se encomienda a su propia casa encuestadora en busca de certidumbres.
La única claridad meridiana que nos arrojan estas mediciones de percepción colectiva, es que Gabriel Quadri va en el último lugar y de ahí ni quién lo saque. Pero para saber eso no se necesita gastarse una buena lana contratando los servicios profesionales de cualquier firma encuestadora de prestigio. No tiene ningún chiste determinar científicamente que el vástago de doña Elba Esther anda en el mero fondo de las preferencias. Se sabía desde antes que el Panal tuviera su candidato-de-dos-puntos-porcentuales para conservar el registro. El sobrante se transfiere al puntero, a media jornada y al mejor postor. ¿Verdad, maestra?
Ya no hay seriedad en esta chulada de país con eso de las encuestas: Ya no se sabe quién va ganar y eso es mala cosa para una patria en guerra contra los narcos que no sabe bien a bien si va sobrevivir el día siguiente, porque si no te sorrajan un balazo, te puedes morir en un carjacking o de plano cuelgas los tenis de un ataque de hambre. Francamente, en tales condiciones, no se vale jugar con el ánimo nacional, Mr. Mitofsky y anexas.
Y es que a pesar de que se trata de uno de los negocios más rentables de la industria electoral, estos señores de las encuestadoras no tienen gracia ni para ponerse más o menos de acuerdo y concedernos un momento de tranquilidad. Bueno, algunos sí, los más, pero lo hacen con tal descaro que no hacen sino meterle más sospechosismo al respetable.
Todo lo anterior no es más que una dilación de mi inconsciente para no afrontar lo que de todos modos tengo que asumir tarde que temprano: Yo Soy el culpable de que las encuestas anden todas patas pa’rriba. Duele decirlo así, a la vista del creador y de los hombres, pero de todos modos al final de cuentas algún día se iba a venir sabiendo.
Permítaseme explicarlo: Por alguna extraña razón que escapaba a mis posibilidades desentrañar, resulta que soy cliente frecuente de las firmas encuestadoras. No sé qué destino manifiesto me trajo aquí, pero el caso es que desde hace años no hay semana en que no me hablen por teléfono a mi casa para pedirme de favor que les responda una encuesta. Que de autos nuevos, que de servicios bancarios, que de la TV por cable, que de cómo evalúa usted al gobierno y, mis preferidas, de preferencias electorales.
Ello no sería mayor problema de no ser porque padezco de un fuerte síndrome de personalidad múltiple, clínicamente diagnosticado. De modo que según la hora del día, o el día de la semana me sale cualquiera de mis yoes cuando me encuestan: el colérico, el arrogante, el intelectual, el loco, el irreverente y hasta el politólogo, entre otras personalidades aún más desquiciadas. Ya podrá usted imaginarse la inconsistencia de las respuestas y la promiscuidad de opciones políticas.
Yo bien podría echarle la culpa al señor del Edén por habernos creado en el sexto día, cuando ya andaba cansadón y se disponía a reposar en los brazos de Morfeo. Tengo para mí que salimos con este defecto de fábrica: habitados por una multiplicidad de yoes que se divierten de lo lindo en este carnaval de máscaras que es nuestra mente y que se escenifica en nuestra vida cotidiana, máxime en situaciones estresantes como las campañas políticas en que las que la victoria la arranca el que logra imponerse en la mente colectiva, a punta de impactos mediáticos y mediante la implantación de axiomas en el imaginario ciudadano. ¿Fabricando egregores, Mr. Azcárraga?
Mi actual psicoterapeuta jungiano me ha dicho que no me tome muy a pecho mil rol de contestador consuetudinario de encuestas telefónicas y que me deje fluir en las aguas de Heráclito que nunca son las mismas y cada año te suben la tarifa. O sea, que deje que salga cualquier de mis yoes a responder a las preguntas, según el arquetipo que se imponga en el momento. Pero mi galeno no sabe que la política es una cosa muy seria como para dejar en manos de las casas encuestadoras una de las decisiones más trascendentes de una nación que es la de ejercer el soberano poder democrático de elegir a quién va a conducir los destinos de la nación de cara al futuro promisorio que nos aguarda. (Queda claro que aquí se ha dado un imperdonable traslape entre el peor Platón y el más pior de los candidatos).
A lo mejor en el fondo no soy tan culpable, viéndolo bien y despacio, ya que a fin de cuentas se trata de una mera ilusión electoral, una simple farsa democrática. Por lo menos dispongo de una excusa médica certificada ante notario público, pa’ lo que se pueda ofrecer. Pero los que no tienen ninguna justificación válida son los diantres señores de las encuestadoras, que me han atormentado por tanto tiempo y sin remuneración a cambio. Me pregunto quién les dio mi número telefónico y por qué se lo pasan entre ellos, ya que me hablan seguido y de varias firmas y a distintas horas del día. Y luego salen con su vitrina metodológica con que son cuestionarios domiciliarios. ¡Canallas!
Podría contarles otras cosas, como del día en que me habló el presidente Felipe Calderón para hacerme saber las maravillas de su sexenio y por más que le pregunté por los 60 mil muertos, de plano se hizo guaje y de plano me colgó, no sin antes ponderar lo bien que nos ido estos seis años de su gobierno. Pero aquí los dejo, porque me están hablando de GEA/ISA para ver si les hago el favor de responderles otra encuesta.