Como sus dos predecesores, Benedicto XVI en 2006 y Francisco en 2014, este sábado el papa León se sacó los zapatos -dejando ver sus medias blancas impolutas- y visitó la fabulosa mezquita Azul, una de las más grandes de esta fascinante metrópolis.
Pero, demostrando que es un hombre libre, con sello y estilo propio, a diferencia de ellos, no se detuvo en oración silenciosa hacia la Meca. Cuando Benedicto XVI lo hizo, por unos minutos, en noviembre de 2006, fue más que importante, porque cerró, así, con una imagen que valió más que mil palabras, esa grieta con el mundo musulmán que se había abierto después de su discurso de Ratisbona, en el que había vinculado a Mahoma con la violencia.
“Le pregunté si quería detenerse para alabar a Allah y él me dijo que no, que prefería continuar la visita”, explicó a los periodistas Askin Musa Tunca, el muecín de la inmensa mezquita del centro histórico de esta ciudad.
Tunca le hizo de guía al Papa, a quien le explicó la historia y los detalles arquitectónicos de un templo construido en el siglo XVII por el sultán Ahmed I para que se convirtiera el lugar de culto más importante del Imperio Otomano, deslumbrante por sus mayólicas color azul y seis altos minaretes.
Muy interesado, León XVI escuchó todo atentamente, mirando, maravillado, las cúpulas y techos del magnífico lugar, en una visita cordial y breve, que comenzó a las 9 de la mañana y duró unos 20 minutos.
En medio de ingentes medidas de seguridad, estuvo acompañado por el ministro de Asuntos Religiosos, el muftí provincial y el imán de Estambul. Además, por el graznido de un cuervo que revoloteaba entre las impactantes columnas y por un gato blanco y negro que caminaba sobre la moquette color naranja del templo.