Las tres muertes de Marisela

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Por Víctor M. Quintana S.

Al ver Las tres muertes de Marisela Escobedo, excelente documental dirigido por Carlos Pérez Osorio, producido por Netflix, evoca uno lo que Paco Ignacio Taibo II escribe a propósito del levantamiento del Gueto de Varsovia: La realidad se construye con una serie de actos que se vuelven simbólicos al paso del tiempo, de irrupciones a contracorriente que devuelven su brillo, su fulgor a la condición humana.

La irrupción de Marisela Escobedo, ultimada frente al palacio de gobierno de Chihuahua la noche del 16 de diciembre de 2010, es lo que narra muy acertadamente el documental. Reconstruye la lucha de Marisela por investigar el paradero de su hija Rubí, por encontrar sus restos, por localizar al asesino de la muchacha de 16 años –su pareja Sergio Rafael Barraza– y por llevarlo ante los tribunales. Todo el tiempo por exigir justicia, por hacer ver las fallas del sistema y la impunidad que propicia hasta culminar con el feminicidio de la madre justiciera y el oscuro epílogo de crimen y de corrupción.

Tres dimensiones hay que destacar de Las tres muertes de Marisela Escobedo: la primera es cómo la narración concreta de los feminicidios de ella y de su hija Rubí nos envía a conocer el dispositivo de ese fenómeno en general en México. La red de prácticas, instituciones, discursos y omisiones que lo convierte en un verdadero crimen de Estado: la falta de preparación de las diferentes policías para recibir y procesar denuncias de desaparición de mujeres y la lentitud e incapacidad para investigar. La ineptitud para ubicar y detener a los presuntos responsables. La torpeza en el manejo del sistema acusatorio por parte del Poder Judicial. La colusión de las policías con el crimen organizado y la incapacidad para proteger la vida de las personas. La porosidad de información y de personas del sistema de administración de justicia con la delincuencia. La creación de culpables y de chivos expiatorios para sofocar la exigencia ciudadana de justicia. La omisión culpable o de plano la colaboración del gobierno en el asesinato de la heroica madre derecho humanista.

Es crimen de Estado porque se involucran todos los órdenes de gobierno: el municipal, el estatal, el federal. Porque toca no sólo al Ejecutivo, sino también al Judicial y a los vacíos legales dejados por el Legislativo. Porque abarca no sólo a una administración, sino a varias, no sólo en uno, sino en varios estados de la República. Porque en esa red no sólo participan instancias de gobierno, también algunos actores de la sociedad.

Una segunda dimensión del documental es la narración entrañable de cómo una madre de familia de la víctima deviene sujeto a un movimiento de demanda de verdad y de justicia. Y cómo esta valiente decisión la conduce a volver a ser víctima, esta vez directa. Ella atrae a sus hijos, sus hermanos, sus acompañantes, sus amigas y amigos del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (Cedehm) a esta epopeya trágica para buscar una justicia que nunca llega. Es un proceso de génesis, como diría Francesco Alberoni, de gestación de un movimiento colectivo en torno a una mística justiciera que transforma primero que nada a la propia Marisela, luego también a su familia y a su entorno cercano. En medio del dolor y de la impotencia se genera un momento dotado de un enorme carisma, un acontecimiento que marca un antes y un después en la vida de todos, una ruptura que hace que las cosas no vuelvan a ser como antes, al menos para quienes en él participan directa o solidariamente.

La tercera dimensión es la de la narrativa y la estética del documental. Su modo de contar lo que sucedió es muy ágil y mantiene un interés creciente: conjuga entrevistas y mensajes grabados de la propia Marisela, grabaciones de algunos de los hechos más importantes, como la absolución del asesino de Rubí por los jueces, fragmentos de videos de convivencia de la familia Escobedo, entrevistas a las y los integrantes del Cedehm, representante legal de Marisela, sutiles reconstrucciones de algunos hechos, entrevistas con autoridades involucradas, etcétera. Un manejo de la imagen de una estética áspera, rasposa, polvosa, espinosa como son los paisajes del desierto juarense y de la precarización de la periferia de esa difícil y dolida ciudad. Una música que acompaña sin distraer los diversos momentos del doloroso proceso. Y, sobre todo, una forma de narrar que no adelanta juicios, que no atosiga al espectador con razonamientos condenatorios, sino que va ofreciendo hechos, datos, correlaciones que hacen que cada quien vaya llegando por sí mismo a la conclusión: en Las tres muertes de Marisela Escobedo: la de su hija Rubí, la de la justicia y la de ella misma, se concentra lo que podríamos considerar la historia nacional del feminicidio.

En este muy buen documental, en medio de la violencia criminal y de Estado, de la corrupción y de la ineptitud, brillan la valentía y el amor de la condición humana de Marisela Escobedo, y de quienes le acompañaron en su gesta.

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