Por Bernardo Bátiz V.
Vivir en la ciudad de México es un privilegio, por las bellezas de que está adornada, lo verde y arbolada que ya es, por la seguridad (relativa) de que se goza, la bonhomía (con excepciones) de sus habitantes, porque es una urbe en la que abundan los museos, los bellos edificios, los teatros, los cines, los conciertos, las librerías y muchos otros centros de diversión y de cultura.
No hay duda de la hospitalidad capitalina y de que aquí nadie queda desamparado por la solidaridad de los capitalinos y, subsidiariamente, por los programas sociales del gobierno local, que contrarrestan con eficacia los defectos de la pésima dirección de la economía nacional.
Sin embargo, vemos los capitalinos avanzar, a veces lentamente, otras más rápido, algunas plagas que si bien no son las que envió Jehová a Egipto, nos preocupan a los vecinos y deben preocupar también a las autoridades. Arbitrariamente enumero algunas:
1. Rompedores de calles. Dejan hoyancos, zanjas mal cubiertas y parches por calles y avenidas sin importarles que el pavimento sea nuevo o ya desgastado; encontramos en nuestra ciudad una plaga de especialistas en abrir zanjas y pozos para tubería hidráulica, conexiones de teléfono, de luz, de drenaje y, los peores, los depredadores del llamado gas natural (¿habrá otro sobrenatural?) no tapan lo que perforan, hacen ruidos infernales, invaden, rompen, estorban, llenan todo de polvo, agreden.
2. Los genios de la publicidad. Por doquier, en especial en avenidas rápidas y en las carreteras que nos comunican con otras poblaciones, plantan anuncios espectaculares que tapan el paisaje y agreden el buen gusto; ponen vallas cada vez en mayor número, unas fijas y otras en vehículos ad hoc que en caravanas de dos o tres avanzan lentamente por la ciudad, estorban el tránsito y obstruyen la visibilidad a los conductores; las hay también en bicicleta y los de a pie, jóvenes con mantas y volantes en esquinas transitadas, que estorban igual o más.
3. Las grúas de tránsito. Azote de carros pequeños y modestos; nunca arrastran a los estorbosos camiones de refrescos o de cervezas, ni a los tanques que acarrean y resguardan dinero, todos ellos estacionados donde sea e impunes. Para los citadinos, que sabemos de sus arbitrariedades, son molestas y con la mala fama de que se trata de un negocio familiar.
4. Los centauros de la policía preventiva. Circulan solos o en pareja y no dudo que en algún momento presten servicio a la ciudadanía, pero se distinguen por detener, interrogar y trasculcar a jóvenes porque van en motocicletas o motonetas o simplemente a los que les parecen sospechosos por su atuendo o sus tatuajes.
5. Los nuevos merolicos con altavoz. Todos los hemos escuchado, en especial a los que compran chácharas, muebles viejos y objetos varios y a los que venden tamales oaxaqueños o sus competidores sencillos tamales de hoja de maíz; como si estuviéramos sordos, sin importarles que se trate de zonas residenciales o centros de trabajo, pregonan sus mercancías y son obstáculo a la fluidez del tránsito por la lentitud de sus vehículos.
6. La contaminación. Cuando se iniciaron las campañas en contra del esmog, se tomaron dos tipos de medidas, una fue el programa Hoy no circula, disminuir el número de vehículos en la ciudad; la otra, vigilar con cierto rigor y personal especializado que los camiones, automóviles y motocicletas no contaminaran visiblemente; esto se ha olvidado y con mucha frecuencia se pueden ver y oler los humos y gases que expelen los vehículos.
7. Los paseadores de perros. Andan por toda la ciudad, algunos guiando verdaderas jaurías de cinco o seis canes, con sus respectivas correas en las manos, son de la nueva profesión de paseadores de perros; también los hay amateurs, que sacan a dar la vuelta a uno, su mejor amigo, como dice el dicho, pero todos, unos y otros, dejan por calles, camellones y avenidas, un peligroso campo minado.
Fuente: La Jornada