Por José Gil Olmos
En medio de la violencia y el regreso del PRI con sus aires renovados de privatización de los recursos naturales, principalmente petróleo, minerales y energía eléctrica, miles de integrantes de organizaciones sociales golpeadas por las crisis económica, política, social y la violencia del crimen organizado acudieron al inicio de la llamada Escuelita Zapatista, con la que el EZLN inicia una nueva etapa de enlace con la sociedad, compartiendo su experiencia de 10 años de autogobierno.
Desde hace mucho tiempo, quizá desde los primeros años de su aparición, cuando se conocieron sus primeras apuestas sociales con la Convención Nacional Democrática de Aguascalientes, el Frente Zapatista de Liberación Nacional, el Congreso Nacional Indigenista y La Otra Campaña, los zapatistas no se lanzaban en una nueva apuesta de estrechar lazos con las organizaciones sociales del país y compartir con éstas la forma en que han resistido en sus territorios y la manera en que han construido sus propias formas de organización y gobierno.
Hoy el contexto social de México es diferente al que se vivía hace 20 años, cuando las principales luchas era el cambio político, el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas, la batalla contra la pobreza y un nuevo modelo económico opuesto al neoliberal.
Además de todo ello, ahora se suma el problema de la violencia del crimen organizado, exacerbada con la declaración de guerra lanzada por Felipe Calderón en 2006 –que continúa Enrique Peña Nieto desde hace casi un año–, con más de 90 mil muertos, 26 mil desparecidos, miles de familias desplazadas y el surgimiento de grupos de autodefensa ciudadana en casi un tercio del país.
Parece casual, pero el mismo día que arrancaron las clases de la Escuelita Zapatista con el curso de una semana titulado “La Libertad según L@s Zapatistas” –con la asistencia de aproximadamente 2 mil personas provenientes de distintas partes de México y otros países–, el presidente Enrique Peña Nieto lanzó la principal apuesta de su gobierno: la apertura de la producción de hidrocarburos y energía eléctrica –considerados constitucionalmente propiedad de la nación– al capital internacional.
Nuevamente pareciera que el reloj en Chiapas en sentido contrario al tiempo político del gobierno federal, pues mientras los indígenas zapatistas muestran a sus invitados las formas de autogobierno (ajenas a las inercias del capitalismo neoliberal) con organizaciones colectivas de producción en el campo para el auto sustento, el gobierno del PRI convoca a los representantes del mercado internacional a apropiarse de los recursos naturales estratégicos del país.
Dos concepciones diametralmente opuestas de ver y entender el mundo. Una pensando en el bien comunitario, con gobiernos autónomos y una autoridad máxima erigida desde la asamblea, y la otra una forma de gobierno basada en los intereses de grupo con decisiones tomadas desde las cúpulas del poder.
Así, mientras la imagen de Peña Nieto se difundió a nivel nacional en radio y televisión para dar su mensaje por la iniciativa a la reforma constitucional y decir que con la apertura del sector energético habrá más empleo y riqueza para el pueblo, los zapatistas, sin reflectores mediáticos, abrieron sus puertas para recibir a sus invitados y compartirles la forma en que han vivido en resistencia y el autogobierno que desde hace una década han desarrollado, convirtiéndose en una organización política y social distinta a la que se tiene en todo el país, basada ésta en el sistema de partidos políticos.
Al llamado zapatista acudieron integrantes de organizaciones de muertos y desaparecidos por la guerra contra el narcotráfico, así como defensores de los recursos naturales saqueados por las trasnacionales mineras, y agrupaciones sociales de jóvenes estudiantes, campesinos, defensores de derechos humanos y algunos intelectuales y artistas que han mostrado una posición opuesta al sistema de gobierno del PRI, PAN y PRD.
Todos ellos acudieron al llamado zapatista para conocer el modelo de resistencia que se tiene en esta región del país, que ha sobrevivido y se ha extendido en un tercio del territorio de Chiapas, a pesar del aislamiento y el golpeteo en su contra por parte de agrupaciones paramilitares e incluso de partidos políticos.
No obstante ese constante golpeteo y acoso, incluso de divisiones internas, los zapatistas han mantenido su apuesta de organización social y de autogobierno sin recibir ningún presupuesto del gobierno estatal y federal. Tienen sus propias escuelas, clínicas, proyectos de producción colectivos, Juntas de Buen Gobierno y hasta bancos, que funcionan para atender las necesidades básicas de educación, salud, seguridad y solución de conflictos internos.
Llama la atención que tanto entre los alumnos como entre los organizadores zapatistas destaca la juventud. Si bien es cierto que las cabezas visibles de los organizadores son las de aquellos que empezaron la lucha en 1994 –Tacho, Moisés, David, Zebedeo, etcétera–, quienes acudieron a tomar y dar clases son jóvenes que hace 20 años, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional salió a la luz pública, apenas tenían unos cuantos años de edad.
Esto significa que la presencia del EZLN sigue actuante, que sus enseñanzas de lucha y autogobierno basadas en la resistencia no han pasado a mejor época y que en el nuevo contexto nacional muchos lo ven como un camino de esperanza para la auto organización e incluso para la defensa ante los embates de ese otro Estado paralelo, el de la violencia y el poder del crimen organizado, que en algunas regiones del país como Michoacán, Tamaulipas, Sinaloa, Durango, Zacatecas, Estado de México y Guerrero se ha convertido en el verdadero gobierno que impone su ley con el terror.
Twitter: @GilOlmos
Fuente: Apro