La zozobra del aislamiento

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Por Néstor Martínez Cristo

No tengo duda de que serán indispensables las políticas públicas que desarrollen los gobiernos federal y estatales para apoyar a los sectores vulnerables, pero mantener la salud mental resultará primordial para paliar la otra contingencia: la zozobra provocada por el aislamiento

Me es difícil pensar en una condición que genere mayor zozobra y miedo entre la población mundial que la que hoy vivimos.

Ninguna otra contingencia previa nos dio las herramientas emocionales suficientes y necesarias para transitar sin ansiedad por una situación de aislamiento como la que afrontaremos durante los días, semanas y quizá meses por venir.

El contagio de este nuevo virus supera al de cualquier otro agente patógeno que haya aparecido desde que el mundo es global. Es un enemigo invisible contra el que todavía no existen vacunas ni medicamentos. Nos encontramos, todas y todos, aunque ciertamente en diferentes grados, en una situación de franca vulnerabilidad y ello, aunado al periodo de aislamiento social, nos provoca naturalmente tensión, miedos, preocupaciones y angustias. Todo esto se traduce en una afectación de la salud mental de las personas.

La recién declarada fase 2 de la contingencia sanitaria nos obliga a las y los mexicanos a quedarnos en casa, a aislarnos, para no contagiar y no ser contagiados por otros. Es lo correcto ante una epidemia. Parece lógico y eso indican los protocolos internacionales, pero el asunto no resulta tan sencillo dentro de las reducidas viviendas, carentes de los servicios básicos, de higiene y sana distancia, en que habitan más de 30 millones de mexicanos y mexicanas.

Pero la situación aparece más compleja todavía cuando se trata de las emociones de esas personas que sobreviven al día y que no pueden dejar de salir a trabajar porque, de hacerlo, simplemente no comería su familia. El encierro, bajo estas circunstancias, se vuelve todavía menos transitable.

De acuerdo con expertos universitarios en salud mental y de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la angustia, el miedo y la ansiedad son factores que, en un estado de crisis, tienden a imponerse con relativa facilidad a la razón. Más aún, si esas emociones individuales se alimentan de temores colectivos derivados principalmente de informaciones falsas y estridentes que se transmiten todo el tiempo en espacios no regulados como las redes sociales. La mentira se convierte entonces en información dañina, enferma, que nos vamos contagiando unos a otros y que, en ocasiones, acaba por convertirse en una verdadera pandemia de desinformación.

Es en estos escenarios de crisis que las preocupaciones y los temores se inoculan en nosotros durante el día, mientras desarrollamos diversas actividades en el reducido espacio en que nos hemos confinado. Sin embargo, cuando irremediablemente llega la noche, cuando es el momento de ir a la cama a descansar física y mentalmente, la incertidumbre nos envuelve, nos atrapa el insomnio y aparecen los fantasmas.

Como resultado de lo anterior, no hay descanso y sí, en cambio, zozobra. Se repiten una tras otra las noches de agobio y comienza un proceso gradual de deterioro, al que no muchos logran superar por sí mismos, sin la ayuda de un especialista.

El Departamento de Siquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México alerta sobre el riesgo de un repunte de padecimientos en situaciones de emergencia y de aislamiento: las personas ven en peligro sus vidas; sienten miedo al contagio, amenaza a su seguridad y al funcionamiento de su cotidianidad, lo que genera diferentes grados de miedo, hasta el pánico, malestar depresivo y problemas de conducta.

Sostiene que, como respuesta al confinamiento, es común que haya enojo, frustración, indignación y desesperación, aumento del riesgo del uso de sustancias, de conducta violenta, que se traduce en violencia familiar y hasta de suicidio.

Evitar caer en estos escenarios de deterioro, señalan los médicos, es tan importante como reducir el número de infectados por el coronavirus con sólo dejar de salir a la calle. Es preciso estar atentos a lo que nuestro cuerpo nos dice. Hay que escucharnos y tratar de mantener a toda costa el equilibrio emocional. Adoptar una rutina diaria al aislamiento aminora el riesgo de vivir en la incertidumbre. Mantener una comunicación fluida con quienes nos circundan, en momentos de aislamiento, pudiera ser un factor positivo para sortear episodios de ansiedad.

Ciertamente este tipo de recomendaciones podrían parecer utópicas, fantasiosas o poco sensibles ante la emergencia agravada que millones de mexicanos que viven en pobreza tienen que enfrentar ahora por la contingencia sanitaria. No tengo duda de que serán indispensables las políticas públicas que desarrollen los gobiernos federal y estatales para apoyar a los sectores vulnerables, pero mantener la salud mental resultará primordial para paliar la otra contingencia: la zozobra provocada por el aislamiento.

Fuente: La Jornada

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