Por Pedro Miguel
Nazario Moreno González, El Chayo, murió por segunda ocasión (ya los calderonistas se habían jactado de haberlo abatido en diciembre de 2010) el 10 de marzo de este año por elementos de la Armada de México en el municipio de Tumbiscatío. José Manuel Mireles, vocero de las autodefensas de la Tierra Caliente michoacana, narró en detalle la forma en que esos grupos de civiles armados peinaron los municipios de Apatzingán, Buenavista, Tepalcatepec, Coacolman, Arteaga y Ahuililla, en la sierra de la región, para ubicar al líder máximo de Los caballeros templarios, cómo le tendieron varios cercos y cómo guiaron a las fuerzas federales que mataron al capo.
Un día después, Hipólito Mora, otro de los líderes de las autodefensas, fue cercado, junto con decenas de sus hombres, en el rancho Los Palmares, en La Ruana-Felipe Carrillo Puerto, por grupos disidentes encabezados por El Americano y el Comandante Cinco, los cuales acusaban al caído en desgracia de homicida de El Pollo y de Nino, además de extorsionador, ladrón de ganado, asesino y bandido. A su vez, Mora había informado al comisionado federal Alfredo Castillo sobre los presuntos vínculos de El Americano con el crimen organizado. Pero para el 11 de marzo Mora tenía claro que Castillo y El Americano habían negociado algo, aunque no sabía qué. Oficialmente, el comisionado mediabaentre los grupos enfrentados, pero los de El Americano, dotados de armas de alto poder, amenazaban con tomar por asalto Los Palmares.
Durante horas, Mora pidió ayuda por diversos medios a las autoridades federales, que tenían efectivos apostados a unos centenares de metros, sin resultado. Finalmente, el gobierno federal envió un helicóptero. Los funcionarios le aseguraron que la idea era sacarlo de allí por su propia seguridad. Confiado, el líder de La Ruana subió a bordo de la aeronave. En realidad, viajaba en calidad de detenido. Lo entregaron a la procuraduría estatal en Morelia y allí le levantaron imputaciones por homicidio y por otros 34 delitos, entre ellos despojo, privación de la libertad, amenazas, robo a casa habitación y violación de domicilio. Dios días después lo enviaron al penal de Mil Cumbres, una cárcel en la que abundan los templarios presos. Los autodefensas leales a Mora fueron desarmados por las fuerzas federales, las cuales reinstalaron en Buenavista Tomatlán a Luis Torres, el alcalde que había sido expulsado del municipio por sus presuntos vínculos con la criminalidad.
El comisionado Alfredo Castillo, quien apenas dos meses antes se tomaba fotos del brazo de Hipólito Mora, declaró que las personas que iniciaron este movimiento deben ceñirse a la legalidad y que el régimen no permitiría que este tipo de hechos, como el homicidio, queden impunes.
Significativamente, la comisión de algunos de los delitos imputados a Mora, como la privación de libertad, el robo a casas habitación y la violación de domicilio fueron observados en Apatzingán cuando esa ciudad fue tomada de manera conjunta por la Policía Federal y las autodefensas.
Tras el formal encarcelamiento de Mora, el Consejo General de Autodefensas, por conducto de José Manuel Mireles, advirtió que en la nueva circunstancia estaban siendo perseguidos por las corporaciones policiales, el Ejército, la Marina y los templarios y denunció que en realidad Mora fue encarcelado por reclamar al gobierno el incumplimiento de los acuerdos de Tepalcatepec, entre ellos la liberación de cerca de 90 integrantes de las autodefensas que han sido aprehendidos sin cargos por las fuerzas federales y la consignación de funcionarios públicos acusados de vínculos con la criminalidad. Por añadidura, Mireles recordó que el régimen le retiró toda protección desde que se encontraba convaleciente en la Ciudad de México del accidente aéreo que sufrió en enero pasado.
No es de extrañar. Independientemente de que Mora haya tenido que ver o no en el asesinato de El Pollo y de Nino, es claro desde el principio que el gobierno federal decidió utilizar a las autodefensas para que éstas realizaran tareas de vigilancia, inteligencia y limpieza de delincuentes y que él mismo promovió la descomposición y el enfrentamiento entre esos grupos de civiles armados. Tal vez siga tolerándolos un tiempo, en tanto logra concretar la detención o la eliminación de Servando Gómez, La Tuta, y Enrique Plancarte –a quienes se tiene por líderes máximos de Los caballeros templarios–, se cuelga la correspondiente medalla mediática y, a renglón seguido, procede a entregar Michoacán al siguiente liderazgo delictivo. Entonces culminará la traición a las autodefensas, aprovechando sus carencias: un estatuto legal definido, un financiamiento claro y, sobre todo, una concepción política del país y del mundo.
El error de los grupos de civiles armados ha sido pensar que el gobierno podía ser su aliado en una lucha común contra los templarios cuando, en realidad, la criminalidad organizada, en todas sus marcas y corporaciones, es parte funcional y operativa del régimen.
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Fuente: La Jornada