Sólo importa la audiencia, como una masa inerte sin poder de decisión. Fascina lo prohibido, seducen la maldad, el horror, las catástrofes… el amor y la muerte. La pornografía de los sentimientos.
Por María José Atiénzar*
Ver la televisión es la actividad de ocio practicada por más gente y durante más tiempo. Cuando la comunicación se vuelve fascinación y la racionalidad se sustituye por la emotividad, se pone en marcha la seducción televisiva. “Conseguir el máximo número de espectadores durante el máximo tiempo y hacerlo al margen de la utilidad, calidad o funcionalidad de las emisiones lleva a poner en marcha mecanismos de seducción”. Así lo expresaba el profesor Sánchez Noriega, de la Universidad Complutense de Madrid.
La multiplicación de canales y de nuevos soportes, el agotamiento de los formatos y una búsqueda de audiencia que determina todo el contenido, han originado desde la pasada década, lo que se denomina neotelevisión. La competencia entre las cadenas y la lucha por la audiencia son su rasgo principal. Los programas, los formatos, los temas, todo está destinado a incrementar la llamada cuota de pantalla.
Se busca seducir a la audiencia elevando a la categoría de espectáculo cada emisión de hora punta. La creatividad o las ideas quedan subordinadas y el objetivo de producir mayor audiencia, para luego venderla a los inversores publicitarios, es la finalidad de las empresas televisivas.
Según Noriega, los nuevos modos de ver cuestionan los tradicionales modos de saber y entrañan nuevos modos de seducir. Van mezclados objetos de conocimiento y también de deseo.
La guerra mediática propicia la simbiosis en los tipos de programas, los formatos estándar han cambiado. Han surgido programas de estructura sencilla que combinan concursos, cotilleo (crónicas sentimentales o “del corazón”); estos programas se dirigen a públicos poco exigentes, consumidores de televisión que saltan de programa en programa.
Hay tendencia a convertir en principal protagonista al hombre de la calle. Se multiplican sin imaginación los concursos, los videos de aficionados, la imitación a cantantes o los reatity shows.
En los programas se utiliza la presencia del público, ya sea supuesto o presente en el plató, entrevistado por la calle, concursante, que recibe mensajes y vota, llama o consume. Parece más importante encontrar un protagonista que describir un acontecimiento. Los desconocidos se convierten en famosos de la noche a la mañana. La televisión parece legitimar los hechos significativos, las personas conocidas, las opiniones, los lugares.
Se fabrican estrellas mediáticas en cualquier ámbito, político, musical, deportivo. Sólo es preciso tener cierto encanto personal. Esa capacidad, sin embargo, es efímera y cambia en poco tiempo. Los famosos se “queman” por sobreexposición y pasan del fulgor a la destrucción, de la idolatría a la desmitificación.
Es una especie de juego exhibicionista, en el que unas veces se muestra y otras se oculta lo prohibido, de ahí el abuso de imágenes supuestamente robadas y la privacidad invadida.
Esta nueva televisión mezcla ocio, información, servicios y negocio. Pero la superabundancia que permiten las nuevas tecnologías no suele ir acompañada del buen gusto sino que suele ser telebasura en gran parte de su contenido.
La mayoría de las programaciones ofrecen escándalos, declaraciones amorosas y confesiones públicas del terreno más íntimo y personal. Tampoco hay freno a la hora de mercantilizar el dolor con argumentos donde abundan la violencia, la agresividad o la desgracia. La información acaba siendo sustituida por el morbo.
Fascina lo prohibido, seducen la maldad, el horror, las catástrofes… el eros y thanathos, el amor y la muerte. Los productores televisivos lo saben y diseñan programas en los que se utiliza lo que el comunicólogo español Joan Ferrés denomina “pornografía de los sentimientos”.
Pero seducir, cautivar y fascinar son procesos en los que la voluntad del ciudadano y su capacidad de análisis quedan prácticamente anuladas.
No se pregunta a los espectadores si las programaciones televisivas son de su gusto y se echa en falta un tono cultural acorde con los tiempos y la preparación de la audiencia. Será preciso fomentar una mayor capacidad crítica de los espectadores ante la televisión o la seducción nos llegará hasta el salón de casa.
* María José Atiénzar. Periodista
ccs@solidarios.org.es
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias. España