La segunda transición y la cuarta república

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Por John M. Ackerman

La contundente victoria de Andrés Manuel López Obrador marca, sin duda, un antes y un después en la historia de México. Independientemente de lo que ocurra durante su sexenio, el solo hecho de derrotar a la mafia del poder de manera pacífica en una votación masiva el domingo 1 significa un profundo viraje en la política nacional.

Los jóvenes, las mujeres, los campesinos, los obreros, los profesionistas, los empresarios, los pueblos indígenas y los maestros mexicanos hemos luchado sin tregua durante décadas por la democratización del país. En dos ocasiones anteriores la ola de repudio popular al sistema autoritario inundó las urnas con esperanza y dignidad. Tanto en 1988 como en 2006 la oposición de izquierda derrotó a la coalición del neoliberalismo autoritario, pero sus triunfos fueron cruelmente arrebatados por medio de fraudes electorales descarados.

Hoy, a 50 años del levantamiento estudiantil de 1968 y 30 del fraude de 1988, finalmente hicimos valer el anhelo ciudadano de contar con un gobierno federal plenamente legitimado en las urnas y con un respaldo popular mayoritario.

En 1997, México pasó por un momento similar al actual. En su espléndido libro biográfico sobre López Obrador, AMLO: con los pies en la tierra, José Agustín Ortiz Pinchetti relata lo que sintió la noche de las elecciones en que Cuauhtémoc Cárdenas ganó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal y simultáneamente el PRI perdió, por primera vez, su mayoría en la Cámara de Diputados: “En la noche de la jornada electoral me encontré en el Zócalo capitalino a don Julio Scherer; estábamos exultantes. Miré al cielo y sentí que se había roto la bóveda bajo la que yo había nacido: el control político del PRI empezaba a resquebrajarse. ¡Un entusiasmo bastante prematuro!”

Tuvieron que pasar más de 20 años hasta que este sueño de la liberación del pueblo mexicano del yugo del PRI –transmutado después en PRIAN con Vicente Fox y finalmente en PRIANRD con el Pacto por México– pudiera hacerse realidad. El alud de votos a favor de Morena en la pasada elección no solamente llevó a López Obrador a su triunfo; también modificó el mapa político en el país entero. De la noche a la mañana el nuevo partido se convirtió en la fuerza hegemónica tanto en el Congreso de la Unión como en algunos de los lugares más alejados de los vientos de la democratización, como el Estado de México e Hidalgo.

Ahora bien, ¿cómo garantizar que ahora sí la alternancia electoral genere un nuevo régimen político? ¿Cuáles fueron los principales errores cometidos en el pasado que llevaron al fracaso del primer intento de “transición democrática”?

No hay respuestas sencillas a estas preguntas, pero podemos iniciar el necesario debate con una reflexión sobre dos puntos:

Primero: el intento inicial de transición se enfocó principalmente en el reformismo institucional y legal. Los ­legisladores han modificado la Carta ­Magna docenas de veces durante las últimas dos décadas, creando múltiples nuevas leyes, órganos autónomos y disposiciones constitucionales en materia de elecciones, rendición de cuentas, derechos humanos, transparencia y ­justicia penal con la esperanza de transformar de esta manera las coordenadas del poder público.

Sin embargo, la efectividad de esas reformas ha dejado mucho que desear, tanto por la captura de las instituciones por intereses políticos como por la simulación burocrática que suele caracterizar su actuar cotidiano.

El principal reto para el nuevo gobierno de López Obrador es ir más allá de los cambios legales para generar una verdadera transformación tanto en la relación entre el gobierno y la sociedad como en la estructura del poder social y económico del país. Mientras sigamos con un gobierno corrupto que desprecia a la ciudadanía y una sociedad sometida por los poderes fácticos, ningún ajuste institucional será efectivo.

El éxito de la segunda transición y de la cuarta república dependerá entonces, por un lado, del establecimiento de un verdadero sistema de rendición de cuentas del gobierno hacia la ciudadanía y, por otro lado, de acabar de una vez por todas con la pobreza y los privilegios a fin de generar una sociedad más igualitaria, participativa y crítica.

Segundo: los partidos políticos que impulsaban la primera transición, el PRD y el PAN, rápidamente se burocratizaron, se corrompieron y se alejaron de las demandas sociales. Los desastrosos resultados electorales para ambos partidos en las elecciones del domingo 1 constituyen un claro mensaje de repudio de parte del pueblo mexicano para dos institutos políticos que ya no cuentan con arraigo popular alguno.

Morena, en contraste, ha crecido de manera inusitada. Con apenas cuatro años de vida, esta agrupación pasó de ser una asociación civil con unos cuantos miles de miembros a un poderoso movimiento político y social que opera en todo el país.  Si el nuevo partido gobernante no establece rápidamente candados más claros para candidaturas, procesos formativos más profundos para militantes y mecanismos más democráticos para la toma de decisiones, la inercia, la infiltración y el oportunismo inevitablemente llevarán a Morena a repetir los mismos vicios del PRD y el PAN.

En los próximos meses, Morena renovará toda su estructura directiva a nivel nacional y en cada entidad federativa. Es probable que también modifique sus estatutos para ajustarse a una nueva coyuntura política. En estos procesos Morena pondrá en juego su presente y su futuro: ¿El nuevo partido ciudadano se convertirá en un verdadero motor de cambio social y político o terminará como una agencia de colocación de empleos y un espejo aplaudidor del gobierno federal?

Para hacer historia, primero hay que aprender del pasado. Abramos los ojos, avancemos con paso firme y evitemos a toda costa repetir los errores del pasado.

www.johnackerman.blogspot.com

Twitter: @JohnMAckerman

Fuente: Proceso

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