(perestroika sin glasnost)
Por Leo Zuckermann
Este fin de semana, con la aprobación de la reforma laboral en la Cámara de Diputados, ya tenemos una pista de por dónde podría ir el “nuevo” PRI de Peña Nieto: perestroika sin glasnost, sí a las reformas económicas, pero no a las políticas. Estamos hablando, en otras palabras, de lo que en su momento se bautizó como la Salinastroika, es decir, la receta del presidente Salinas (1988-1994): tomando en cuenta el fracaso del líder soviético Mijail Gorbachov, quien trató de aplicar al mismo tiempo perestroika y glasnost en la URSS, el entonces mandatario mexicano explícitamente afirmó que aquí no se iban a buscar ambas reformas al mismo tiempo, que los cambios económicos tendrían prelación sobre los políticos, que habría perestroika sin glasnost.
Con la reforma laboral aprobada, el PRI, ahora liderado por Peña, ha enviado el mensaje de que podrían emular la Salinastroika: sí a cambios que le den una mayor competitividad a la economía nacional, pero sin tocar la estructura política que privilegia a ciertos grupos de poder, sobre todo si son parte de la coalición gobernante del PRI (como los sindicatos afiliados o cercanos al partido en el caso laboral).
Recordemos que la reforma laboral aprobada por los diputados fue a partir de una iniciativa preferente del presidente Calderón que contemplaba, por un lado, cambios económicos y políticos. El PAN, junto con el PRI, que es el partido con mayor cantidad de legisladores, aprobó reformas significativas para flexibilizar la contratación y el despido de los trabajadores. No son cambios menospreciables. Se aprobaron disposiciones tan importantes como el outsourcing (subcontratación de empleados) con ciertas regulaciones; los contratos temporales de 30 días a prueba y de tres meses de capacitación sin que, al final de éstos, el patrón esté obligado a indemnizar al trabajador en caso de finiquito de la relación laboral; además de la limitación a 12 meses del pago de salarios caídos cuando haya un conflicto entre trabajador y patrón.
Estos cambios, por sí solos, son una buena noticia para el país. Esta reforma, bien vendida, mandará el mensaje de que en México finalmente hay un nuevo ambiente de modernización económica. Que una mayoría legislativa está dispuesta a ponerse de acuerdo para imprimir dinamismo a la economía nacional. En este sentido, si la flexibilización en la contratación y el despido de trabajadores son aprobados ahora en el Senado, podría haber un boom de inversiones hacia México, que a la postre podría generar una mayor cantidad de empleos.
La mala noticia de la reforma laboral aprobada en la Cámara de Diputados está en la política. El PRI se unió al Verde y Nueva Alianza (el partido del sindicato de maestros que comanda Elba Esther Gordillo) para bloquear los cambios democráticos que proponía Calderón. La iniciativa presidencial proponía un nuevo régimen para liberalizar a los trabajadores de la tiranía basada en la cláusula de exclusión, democratizar la elección de las dirigencias sindicales y transparentar el manejo de las cuotas de los afiliados. Los priistas, sin embargo, se opusieron a estos cambios. Los percibieron como un golpe mortal para los líderes sindicales que militan dentro del PRI. Con el pretexto de defender la “autonomía sindical”, rechazaron cualquier reforma que oliera a democracia, transparencia y rendición de cuentas en los sindicatos. Decidieron, luego entonces, sostener reglas e instituciones que vienen del régimen autoritario priista del siglo pasado.
En suma, el PRI de Peña estuvo de acuerdo con la perestroika laboral pero no con la glasnost. Regresa, así, la Salinastroika. Mire usted si está o no vigente este concepto. El 5 de enero de 1989, a unos días de haber tomado Salinas posesión como presidente, The New York Times publicó un artículo de Larry Rohter titulado “Mexicanos esperan una Salinastroika”. El periodista reportaba que el nuevo mandatario proponía “revitalizar un omnipresente pero ineficaz aparato del Estado para modernizar la economía de su país. Pero tiene que enfrentar la oposición en su partido, que llegó al poder como resultado de una revolución, y rehúsa abandonar su dominio sobre la vida del país y los privilegios que van con dicho monopolio”. Dos décadas después se podría decir lo mismo de Peña.
En fin, que las primeras señales que ha enviado el Presidente electo son seguir la receta de la Salinastroika: “perestroika sin glasnost”, “cambiar las reglas de la economía sin modificar la naturaleza antidemocrática del sistema heredado”, como bien lo resumió Lorenzo Meyer en un artículo de 1994.
Twitter: @leozuckermann
Fuente: www.Excelsior.com.mx