Por María Cristina Rodas*
El célebre Gibran Jalil Gibran decía: “debe haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el mar.” Ojalá esta bella frase fuera cierta y la sal sólo fuera un benigno “aderezo” que brota de los ojos en momentos de tristeza o felicidad. Desafortunadamente no es el caso. Las sociedades modernas tienden a consumir grandes cantidades de sal, sea en los alimentos procesados que la incorporan de manera considerable -debido sobre todo a sus atributos como conservador-, o bien de manera directa, al aderezar, esto para “darle sabor” a la sopa, los chilaquiles, o lo que sea que se consuma. En este sentido, sal está incluida no sólo en las papas fritas y en la llamada “comida rápida.” El pan es otro producto que requiere, para su elaboración, de cantidades importantes de sal.
Una persona común y corriente consume alrededor de 3. 4 gramos de sodio al día, cantidad muy superior al límite máximo de 2. 3 gramos recomendado por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos, o los 1. 5 gramos que sugiere la Asociación Estadunidense de Cardiología. La Organización Mundial de la Salud (OMS), por su parte, sugiere una ingesta entre 500 y 2 000 miligramos. Lo anterior es porque el consumo de cloruro de sodio sin moderación, puede contribuir a diversos problemas de salud, entre ellos, la hipertensión arterial, responsable de accidentes cerebro-vasculares, de enfermedades isquémicas del corazón e insuficiencias renales, entre otros muchos males. Asimismo, la adición de sal en exceso, puede contribuir a la deshidratación y al desarrollo de osteoporosis. De ahí la importancia de vigilar de manera cercana su consumo.
Las bondades de la sal, por cierto, no están a discusión. Además de su función para condimentar y conservar los alimentos -en particular carnes de todo tipo-, la sal ha tenido importantes aplicaciones industriales. Baste mencionar que la dieta de diversos animales requiere cantidades significativas de sal: una vaca lechera puede llegar a consumir hasta 80 gramos de sal diariamente. Otros ramos como el farmacéutico emplean el cloruro de sodio para la fabricación de sueros, por ejemplo los que paradójicamente se emplean en las hemodiálisis –procedimiento que se torna necesario como resultado de fallas en la función renal-; para la creación de cosméticos y, claro está, para la industria química que es la que más sal emplea en el planeta. En ciertas profesiones, como la minera, los bomberos, la metalurgia y los deportistas, el consumo de sal debe elevarse un poco a fin de evitar la deshidratación de estas personas, quienes por la actividad que realizan, pueden perder grandes cantidades de agua –líquidos.
El problema, por lo tanto, no radica ni en los usos industriales de este producto, ni en las necesidades sódicas de algunas profesiones. La situación preocupante es que para el común de los mortales, la ingesta de sal contribuye al desarrollo de hipertensión arterial. En este sentido, el gran desafío radica en revertir los malos hábitos alimenticios de las personas en todo el mundo, la falta de actividad física y el sedentarismo, la obesidad, el consumo de alcohol y tabaco, además, claro está, de lidiar con una predisposición genética en ciertos sectores/razas para contar con problemas hipertensivos. También hay una dimensión de género: hay más hombres que mujeres con hipertensión arterial en todo el mundo.
La hipertensión es considerada como la “muerte silenciosa”. Es un padecimiento que al no presentar síntomas en sus inicios, lleva a que las personas no sepan que lo padecen. A largo plazo, sin embargo, las arterias del cuerpo sufren sus consecuencias, porque se endurecen a medida que soportan la presión arterial alta de forma continua. Así, las arterias engrosadas hacen muy difícil que la sangre transite por ellas. A este padecimiento se le conoce como arterosclerosis. Sin embargo, no es la única patología que podría desarrollar una persona hipertensa: si no se trata a tiempo, puede generar complicaciones severas como un infarto al corazón, una hemorragia, una trombosis cerebral, ceguera o una insuficiencia renal crónica.
Una persona con sensibilidad al sodio, más los demás factores de riesgo ya referidos, puede desarrollar hipertensión arterial. Este padecimiento es incurable y se le considera una enfermedad crónico-degenerativa, o bien, una enfermedad no transmisible que aqueja, aproximadamente, a uno de cada tres adultos en el mundo, según la OMS. De ellos, una tercera parte no sabe que es hipertenso (a). El problema se acentúa en los países en desarrollo, toda vez que, por ejemplo, Estados Unidos y Canadá tienen el índice más bajo de prevalencia a nivel mundial, dado que en esas naciones se dispone de tratamientos efectivos a bajo costo.
En contraste, países en desarrollo como Níger, tienen una de las prevalencias más altas en el planeta, con aproximadamente un 50 por ciento de los adultos aquejados por este padecimiento, con el agravante de que gran parte de ellos no han sido diagnosticados y por lo tanto, no acceden a los tratamientos que podrían salvarles la vida. Desafortunadamente, en América Latina la hipertensión es un serio desafío. Así, las enfermedades cardiovasculares son una de las principales causas de muerte en la región, con un estimado de 1. 9 millones de fallecimientos al año por la hipertensión arterial y/o las complicaciones que conlleva en la salud de las personas. Ante la gravedad de este escenario, el pasado 7 de abril en el “día mundial de la salud”, la OMS decidió dedicar en 2013 el aniversario de su creación a la toma de conciencia en torno a la hipertensión arterial, amén de que cada 17 de mayo se celebra el día de la hipertensión en todo el mundo.
¿Cuál es la situación de la hipertensión arterial en México? En la Encuesta nacional de salud 2012 (ENSANUT) se señala que “en tan solo seis años, entre 2000 y 2006, la prevalencia de hipertensión arterial se incremento 19. 7 por ciento hasta afectar a 1 de cada 3 adultos mexicanos (31. 6 por ciento) (…) la prevalencia actual (…) es mas alta en adultos con obesidad (42. 3 por ciento) (…) que en adultos con índice de masa corporal normal (18. 5 por ciento) (…) y en adultos con diabetes (65. 6 por ciento (…) Además, durante la ENSANUT 2012 se pudo observar que del 100 por ciento de adultos hipertensos 47. 3 por ciento desconocía que [la]padecía (…) La tendencia (…) en los últimos seis años (2006-2012) se ha mantenido estable tanto en hombres como en mujeres y la proporción de individuos con diagnostico previo no aumento en los últimos seis años, paso indispensable para lograr un control temprano a través de medidas de estilo de vida y tratamiento en la población” (véase
http://ensanut.insp.mx/doctos/analiticos/HypertensionArterialAdultos.pdf).
Ello no significa en modo alguno que hay que bajar la guardia, ni que la autoridad deba dejar de tutelar políticas de salud en beneficio de la población. Sin ir más lejos, el 9 de abril, el diario El Universal dio a conocer que la falta de políticas de parte de las autoridades en materia de planificación familiar ha derivado en un aumento considerable de embarazos no deseados entre adolescentes en los pasados 12 años (véase http://www.eluniversal.com.mx/notas/915488.html). Esas son las consecuencias de contar sólo con políticas de gobierno –sexenales- no de Estado –de mediano y largo plazos y prueba la relevancia de la actuación de parte de las autoridades en materia, en este caso, de salud reproductiva.
Es claro que México carece de una política integral en materia de salud y si bien la actual Secretaria de Salud, Mercedes Juan, reconoce que, por ejemplo, la diabetes es una “emergencia nacional” (véase http://www.eluniversal.com.mx/notas/915611.html) la solución que propone ante semejante desafío es reducir las porciones de palomitas y refrescos en los cines, como si ese fuera el enfoque integral y preventivo que el país necesita. De ahí que ante la falta de liderazgo de parte de las autoridades, no quede sino poner las cosas en orden y rezar mucho.
Pero no todo está perdido. Mientras Mercedes Juan se hace bolas con la diabetes, a nivel local se desarrollan algunas iniciativas interesantes. Ahí está una clínica en el Distrito Federal para el tratamiento de la diabetes, la primera en su tipo en América Latina, aunque, a decir verdad, incluso en esta iniciativa falta todavía trabajar en el enfoque preventivo por parte de las autoridades capitalinas. Pese a ello, parece haber más claridad y entendimiento de la magnitud del problema a nivel local que federal.
En este mismo sentido debe entenderse la iniciativa de retirar los saleros de las mesas en restaurantes, fondas, bares y otros lugares en que se sirven alimentos. Esta medida, ya criticada por muchos, se aplica desde finales de 2012 en Argentina (véase http://elcomercio.pe/gastronomia/1496434/noticia-20000-restaurantes-buenos-aires-retiraran-saleros), donde unos 20 mil restaurantes bares y hoteles de la provincia de Buenos Aires se comprometieron a retirar los saleros de sus mesas y afianzaron así la campaña para combatir la hipertensión arterial lanzada en 2011.
El objetivo de esta iniciativa es claro y prudente: puesto que “de la vista nace el amor”, la presencia del salero en las mesas invita a que se le use sin que los consumidores hayan siquiera probado los alimentos. En Buenos Aires, por ejemplo, quien lo desee, puede solicitar el salero cuando guste, siempre que haya probado en primer lugar los alimentos. Por lo tanto, esta disposición no viola ningún derecho humano, ni convierte al gobierno que la aplica en heredero de una “tradición stalinista.” Al contrario: puesto que la salud es responsabilidad de todos –gobernantes y gobernados-, la tutela que pueda ejercer la autoridad es bienvenida para que las personas se familiaricen con los riesgos que el consumo de productos altos en sodio conlleva.
El objetivo último bien vale la pena: preservar la vida humana en las mejores condiciones. ¿De qué sirve que la esperanza de vida haya crecido en toda América Latina y, por supuesto en México? Las personas viven más, sí, pero con enfermedades que involucran discapacidades tan terribles como la ceguera, las amputaciones, diálisis cada tres días, y, por supuesto, infartos, hemorragias y apoplejías. Eso no es vida. Las sociedades deben aspirar a que la adultez y la vejez se vivan con calidad y dignidad, no en la mendicidad, ni en la invalidez.
En Buenos Aires, el Ministro de Salud señalaba que “nueve de cada diez hipertensos pueden curarse [o al menos mejorar]si bajan el consumo de sal.” En ese mismo sentido, la OMS reconoce que la reducción del sodio contenido en alimentos procesados u otros es considerada como de las medidas más costo-efectivas en el mundo, en Argentina y, por supuesto en México. Retirar los saleros es algo muy sencillo de hacer, prácticamente no conlleva erogación presupuestal alguna, y sobre todo se inscribe en el conjunto de acciones preventivas que todo gobierno y sociedad deben desarrollar para enfrentar diversos padecimientos cuya ocurrencia demanda tratamientos costosísimos.
En este sentido, quienes afirman que su presión arterial “aumentó” al tener conocimiento de la medida aplicada por las autoridades del gobierno capitalino en torno a los saleros, son poco serios y trivializan un padecimiento que a todas luces mata. De ser cierto que cierta persona vio crecer su presión arterial a niveles por arriba de 140/90, lo mejor es que deje de perder el tiempo en su blog y acuda de inmediato con el cardiólogo de su preferencia, toda vez que su vida está en riesgo.
Dicho esto, acusar a las autoridades de Buenos Aires o de la Ciudad de México de incurrir en prácticas “stalinistas” es absurdo. Cierto, las personas adultas pueden ponerle sal a su bistec o incluso bistec a su sal, en las cantidades que lo deseen. Otro tanto puede decirse de los fumadores, de los alcohólicos y de quienes consumen refrescos. Lo que hagan con su cuerpo y su salud, es su decisión, siempre que se trate de casos aislados y no de un problema que aqueja a una parte importante de la población y en torno al cual existe o debería haber, una responsabilidad de la autoridad y de los gobernados.
Por poner un ejemplo: el alcoholímetro, para muchos, no sería necesario, dado que se argumenta que las personas que manejan actúan con responsabilidad. Desafortunadamente no es el caso, y por ello se hizo necesario supervisar y verificar que los individuos que están al volante, estén en condiciones de conducir un vehículo sin poner en riesgo sus vidas y las de los demás. Y ¿qué ha pasado? Que esta medida ha salvado muchas vidas.
Así que para quienes consideran que el retiro del salero de sus mesas es poco menos que un atentado terrorista contra sus derechos humanos, deberían preocuparse más por hacerse un chequeo médico con cierta periodicidad para verificar su estado de salud y poder aspirar, en los años por venir, a una buena calidad de vida. Ya lo decía sabiamente Joseph Leonard: “el ser humano pasa la primera mitad de su vida arruinando la salud y la otra mitad intentando restablecerla.”
– María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Fuente: Alainet.org