Por Raymundo Rivapalacio
En el equipo de asesores del presidente Enrique Peña Nieto dicen, al escuchar las críticas sobre si la congestión legislativa y el tipo de iniciativas no tendrán consecuencias políticas para el Presidente y electorales para el PRI, que el tiempo les dará la razón. Leyes muy impopulares hoy en día, afirman, mostrarán sus bondades en el mediano plazo. Entonces, lo que hoy es frustración, angustia, molestia, indignación y vituperio, ¿se convertirá en reconocimiento por la construcción de un México diferente y mejor? La duda prevalece. ¿Tendrán el control sobre la ruta por la cual decidió navegar el gobierno?
La realidad actual sugiere que algo muy mal hicieron, al tener a todos los sectores productivos y los actores políticos y sociales en contra y divididos. Igual están las clases medias, mientras conflictos sociales inexistentes hace 10 meses, están en efervescencia. Peña Nieto jugó audaz al ir por todo en los primeros meses, pese a lo volátil de las variables. El acierto estratégico de buscar todas las reformas de gran calado en el primer año, cuando aún tiene capital político para gastar, le restó fuerza por el mal manejo de la economía –la desaceleración– y de la política –la proliferación de conflictos sociales–.
Peña Nieto aún no cumple su primer año de gobierno y se encuentra en un momento donde el éxito de su gestión está cuestionado. Se le carga haber arrastrado los dos factores que presumió el PRI durante los sexenios panistas: que sabían manejar la economía, y que eran los únicos que propiciaban estabilidad y gobernabilidad. En 10 meses, el gobierno desmanteló lo que parece haber sido un mito. El país crecía de manera mediocre en los gobiernos panistas, pero hoy, sin crisis mundial, está al borde de la recesión. La violencia subió prácticamente en todos sus géneros; Michoacán es territorio narco; el crimen organizado abrió nuevos campos de batalla en la zona conurbada del Distrito Federal que colinda con el estado de México; y un movimiento magisterial disidente en cinco entidades, existe ya en 22 estados.
El Presidente inició su mandato con los índices más bajos de aprobación desde Carlos Salinas, con la excepción de Ernesto Zedillo, que a las tres semanas de asumir el poder vivió una profunda crisis financiera. Peña Nieto mantiene un nivel de aprobación de 56% en el tercer trimestre, que es 12% arriba de Zedillo pero 6% debajo de Vicente Fox, 10% inferior a Felipe Calderón, y 14% alejado de Salinas. Pese a que el acuerdo es bastante aceptable, se elevó su desaprobación. Según Parametría, los negativos de Peña Nieto se elevaron de 21% a 40% en nueve meses.
Nuevas encuestas vienen en camino, y si la percepción popular sirve como indicativo –altamente subjetivo, hay que reiterar–, no mejorará la aprobación presidencial. En los dos primeros trimestres se mencionó por vez primera en cinco años que la economía iba mal. El 31% decía en septiembre que estábamos mejor que antes, pero el 66% pensaba que íbamos peor. En ese momento, los efectos de la desaceleración aún no impactaban a la sociedad, ni se transmitía el mensaje de políticos y empresarios que las reformas Hacendaria y Fiscal perjudicarían a los sectores que cargan con el peso del país.
El gobierno de Peña Nieto lastimó a quienes más aportan al PIB –las empresas–, y a quienes aceitan la economía –las clases medias–, enfrentó a sus aliados en el Pacto por México –con la Reforma Energética aún por venir–, además de golpear a gobernadores priistas que apostaron todo su capital por el Presidente, y a los que la Secretaría de Hacienda mató de inanición, con demoras de cinco meses en la entrega de las participaciones federales.
Todos los sectores que llevaron a Peña Nieto a la Presidencia resultaron afectados, mientras que quienes lo enfrentaron en la carrera hacia Los Pinos, fueron beneficiados. Ocho mil millones de pesos más en el presupuesto al gobierno del Distrito Federal, y trato preferencial al de Tabasco, donde se encuentra la reserva financiera y política de Andrés Manuel López Obrador. Privilegios económicos y políticos al frente político de todos los grupos antisistémicos: la CNTE, que ha galvanizado la insurgencia social.
El gobierno federal cambió los incentivos: canonjías a sus adversarios; sacrificios a sus amigos. ¿Cómo no tener dudas el rumbo por el que van? Insisten que van bien y que ya lo verán todos. Tiempo es lo que necesitan para probarlo. Para el objetivo final del Presidente, más les vale estar en lo correcto. Pero no vaya a ser que al final del camino, nunca se dieron cuenta, que no se dieron cuenta.
Fuente: Eje Central